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Milei es presidente

Javier Milei

Es domingo, 19 de noviembre de 2023, 7:25 p.m. Desde Puerto Rico, subo una historia a Instagram que lee “Y, bueno, quizá, es el monstruo que nace en el claroscuro mientras el mundo nuevo nace. Pensemos desde la esperanza. Fuerza, Argentina. No dejas de ser mi matria”. 

Inmediatamente, una amiga que está en Argentina reacciona a la historia. “Tengo miedo”, dice y un corazón roto. Le envío un audio. Me escucho ahora, se nota el dolor en mi voz. Ella me contesta: “Mis amigas se fueron temprano de casa porque son negras y no querían estar en la calle”. Otro corazón roto. Y es que en Argentina, Javier Milei, el candidato “anarco-capitalista” que reivindica la dictadura cívico militar y niega a las treinta mil personas desaparecidas, entre otras cosas, acaba de ganar la presidencia en la segunda vuelta.

Temprano, le escribí a mi hermano. Hablo poco con él. “No vayas a votar Milei”, le dije. Me quiero asegurar que el hartazgo y la desesperanza no le haya afectado la capacidad de discernir. 

Mi papá murió cuando él tenía 8 años. Yo me fui de Argentina cuando él tenía 16. Seguramente, nadie le contó que a su papá y a su tío paterno la dictadura los persiguió, ni que al Huevo, amigo de papá, lo fusilaron ante su esposa e hijos, y que muchos otros y muchas otras forman parte de los treinta mil que Milei niega. La orfandad le impidió tener el privilegio de la semilla de la formación política que papá sí pudo sembrar en mí. Me dice que no, que ni loco vota Milei, que no entiende nada de política, pero que aún así está claro que Milei es un rotundo no. Suspiro. Me quedo más tranquila. 

En el fondo suena TN. En este proceso, descubrí que puedo ver noticias argentinas online. Me siento conectada. Estoy nerviosa como si fuera el mundial. Mientras tanto, reflexiono, me preocupo, me digo una vez más que Milei no gana, que no es posible. Repito que en Argentina han sabido construir un sentido común que pone los derechos primero. También, recuerdo a Nahuel hablando de la necesidad del voto idóneo, y, por otro lado, pienso en los pibes y las pibas de la Villa 31, o los y las del precarizado conurbano bonaerense donde crecí, a los cuales los curas villeros trataban de convencer que votar Milei era pegarse un tiro en el pie. ¿Un tiro en el pie? ¿Qué importa un tiro en el pie cuando se ha perdido todo? O cuando no se tiene nada que perder. Cuando el porvenir es una palabra de domingo. Cuando lo único que han visto multiplicarse es la pobreza en lugar de los panes y los peces de los que los curas villeros les hablan. ¿De qué sirven los derechos cuando sos tan pobre que no los podés ejercer? ¿Cuando el multiempleo y la inflación ni siquiera te permite pensar que tenés derechos? ¿Derecho a qué? 

Son las 7:25 p.m., Milei se ha convertido en presidente de la Argentina. 

Bajo el lema “¡Viva la libertad, carajo!”, el candidato de la Libertad Avanza logró hacerse con el 55.69% de los votos. Es decir, arrasó en la segunda vuelta. Claro, lo logró con la ayuda del PRO de Macri y de Patricia Bullrich, a quienes antes de las elecciones generales había señalado como parte de la “casta”. Milei, al igual que las “nuevas” derechas, parece haber leído, y muy bien, a los teóricos de izquierdas. Pienso, principalmente, a Antonio Gramsci, Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, y por qué no, a Iñigo Errejón. 

Construyó hegemonía y logró el giro del que tanto hablaba Gramsci, claro está, hacia la extrema derecha. Al ritmo de “uhhhhh que se vayan tooodos, que se vayan toooodos”, como si fuera una consigna en un partido de fútbol, se hizo del partido en penales logrando hegemonizar que eso de los derechos humanos es un curro, palabra en lunfardo para decir robo o trampa. Lo lamentable es que no se trata de un partido de fútbol, se trata de un país que, ante la desesperanza, ha escogido probar con el gol en contra. Total, el partido está perdido hace rato. 

Y es que el peronismo, mal identificado con la izquierda, ha sido exitoso en ampliar derechos, pero también en multiplicar exponencialmente la pobreza. Una pobreza con “justicia social”, por eso que el partido peronista se convirtió en el Partido Justicialista. 

Perón, y el peronismo en general, nunca cuestionaron ni cuestionan el capitalismo, aunque sí algunos sectores peronistas, no todos, entienden que puede existir, por así decirlo, un capitalismo un poco más justo. Una aporía, pero ese es tema para otra columna. Esto hay que contextualizarlo dentro de una democracia muy joven, 40 años, en la que el peronismo ha dominado la administración gubernamental y, por supuesto, le heredó a las futuras generaciones las consecuencias de un plan de convertibilidad fallido que terminó en la bien conocida y reseñada crisis del corralito. 

No puedo hablar mucho de eso. Me fui de Argentina en el 2000, y, en un pestañear, ya no tenía país a donde regresar. Argentina se convirtió en otra cosa. Y yo también. 

Pero, volviendo al tema, entre ahorros confiscados, trueques, saqueos, y cinco presidentes en once días, entre otras cosas, llegó Néstor Kirchner al poder. 

Nuevamente, el peronismo se sentaba en la Casa Rosada. Tomó control de algunas de las empresas públicas privatizadas por Menem, entre ellas YPF y Aerolíneas Argentinas, y volvió a prometer el capitalismo “bueno”, ese que va de la mano de la justicia social. Y luego vino Cristina Fernández, y de nuevo Cristina, y el pueblo, aunque tenía derechos, también se empobrecía, así que en el 2015 llegó Macri prometiendo villas y castillas, aunque, en lugar de castillas generó villas y una deuda impagable con el Fondo Monetario Internacional que, como es costumbre, demandó ajustes, y más ajustes. Entonces, presas del bipartidismo de coalición, llegó Alberto Fernández, y más ajuste, y la inflación, y más pobreza. En ese interín, el economista mediático, Javier Milei, surgió, o lo surgieron los medios de comunicación con la exposición que le ofrecieron y, en el 2021 se convirtió en Diputado de la Nación por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

El problema es el Estado, dijo Milei. Yo podría coincidir con él en eso. Lo que sucede es que Milei apuesta al individualismo extremo y yo apuesto a la ayuda mutua radical. Son dos cosas distintas. 

La gente parece estar convencida también que el problema es el Estado, y Milei es el único referente que encara ese asunto dentro del escenario político argentino. La gente lo votó. Dicen quienes saben de esto que es un voto mayormente no ideológico. Sin embargo, yo estoy muy triste ahora para analizar eso. 

Otro amigo me acaba de decir que se queda sin trabajo el 31 de diciembre. Trabaja en el Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad. Como él me dice, el cierre de ese Ministerio significa mucho más que un recorte presupuestario. Voy terminando esta columna mientras intento darle ánimo. “Pensá que es el monstruo que nace en el claroscuro que surge cuando el mundo viejo muere y el nuevo tarda en aparecer, como dice Gramsci”. “Lo voy a repasar”, me dice, y sentencia “yo no soy mi tío”, y es que es sobrino de un reconocido teórico-político de esos que digo que las nuevas derechas leyeron muy bien. 

Milei se convirtió en presidente de Argentina. Hoy, le doy paso a la tristeza que sé dará paso a la esperanza radical, pero me permito, hoy, estar triste. Milei es el presidente. El análisis político, vendrá en la próxima columna. 

 

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