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La normatividad es la mayor burbuja

Muchas personas LGBTTIQAP+ podríamos afirmar que un momento crucial para nuestras vidas fue el “salir del clóset”. Esta acción, en donde al fin revelamos nuestra identidad sexo y género diversa, viene acompañada con el acto de buscar contacto con personas cuyas identidades y visiones de mundo son similares a las nuestras. Y, en la mayoría de los casos, cuando encontramos los espacios donde nuestras experiencias son centralizadas, se siente como si hubiéramos encontrado nuestra comunidad.

Luego de una considerable cantidad de tiempo disfrutando esta nueva libertad sexual, muches comenzamos a sentir que los espacios LGBTTIQAP+ con los que nos relacionamos son “burbujas, las cuales están intencionadas en “protegernos del mundo real”. Ese “mundo real” al cual nos referimos, por lo general es al cisgénero y heterosexual, quiérese decir, de quienes viven y disfrutan de la normatividad impuesta. En consecuencia a esto, no es raro escuchar a personas declarar que existen realidades separadas, como lo son “el mundo gay”, “el mundo hetero” y otras variaciones similares. Estos “mundos” se entienden como opuestos, donde todo lo que es sexo y género disidente ocurre desde una burbuja y la normatividad se presume ser la realidad del diario vivir. 

A pesar de reconocer que las personas sexo y género disidentes navegamos espacios con experiencias exclusivas a nuestras comunidades, considero que es necesario que revaluemos nuestros entendimientos sobre la normatividad, la disidencia sexual y “las burbujas”, pues nuestros discursos podrían estar favoreciendo al opresor.

La normatividad es otra burbuja 

El concepto de “vivir en una burbuja” se refiere a la idea que nos hacemos de manera individual o colectiva sobre cómo es el mundo y lo generalizamos a todes sin distinción de persona. Por ejemplo, si yo fuera una persona sumamente enriquecida y un día afirmo que toda persona en el universo tiene el dinero suficiente para comprarse un teléfono inteligente del año y a la misma vez aseguro que dichos aparatos electrónicos son sumamente económicos, muchas personas dirían que estoy “viviendo en una burbuja” (o que estoy “en un viaje”). En este caso, la burbuja habría sido creada por mi constante estado de privilegio económico y falta de interacción con personas cuyas vidas se encuentran en estado perpetuo de empobrecimiento. 

Del ejemplo anterior, podemos deducir tres cosas: (1) el privilegio, visto como el lado opuesto a la opresión, es capaz de construir ideas limitadas y muy alejadas de la realidad en la mente de quien lo vive; (2) el privilegio económico visto como lo dominante y anhelado, es normativo; (3) al ser el privilegio capaz de crear burbujas y a la vez ser un elemento de lo normativo, debemos concluir que lo normativo es también creador de burbujas.

La mayor de todas

En los últimos dos años, he estado en diversos foros académicos y sociales donde se han discutido una serie de problemáticas relacionadas con identidades históricamente oprimidas (por ejemplo, personas trans y no binarias, negras, discapacitadas y empobrecidas). Algo que se me ha hecho evidente es cuán preparadas han estado las personas que han vivido múltiples interseccionalidades oprimidas al momento de apalabrar sus reclamos en dichos foros. Sus aportaciones a las conversaciones siempre son inclusivas, abarcadoras y holísticas, tanto así que varias personas normativas tienden a confesar que sienten que están aprendiendo cada vez que asisten a estos foros, pues nunca habían tenido el espacio para escuchar perspectivas de personas oprimidas cuya participación se centra en cuestionar aquello que se toma por sentado. 

Por otro lado, eran muy pocas las veces que personas que habían vivido privilegios lograban aportar a la misión colectiva. Muchos de sus comentarios eran individualistas y parecían tener una total desconexión con la realidad que viven personas fuera de sus círculos de familia y amistades. Esto no es nada raro, pues, la realidad es que cuando se vive en el privilegio y en la normatividad no hay necesidad de cuestionar lo que ya se tiene. El mero intento de cuestionarlo les expone a perderlo, algo a lo que le tienen extremo terror. 

Admito que las primeras ocasiones en las cuales me integré en espacios normativos como persona trans, no binaria, negra y discapacitada comencé a sentir que me reventaban una y otra vez mi “burbuja interseccional”. Después de todo, en la mayoría de las ocasiones yo era la única persona visiblemente negra y trans. No obstante, luego de que seguí adquiriendo experiencias, comencé a darme cuenta que la realidad era otra: quien estaba reventando la burbuja era yo. Cada vez que participaba de estos espacios, mi presencia disrumpía su espacio sagrado y le quitaba el velo a su farsa universalista. Muchas veces, se retaba mi intelecto y se me quería hacer ver como incompetente ante los temas. A pesar de tener el problema justo de frente, no se atrevían a reconocerlo y ni siquiera mirarlo. Parecía como si estas personas y yo viviéramos en realidades completamente distintas, en las que ellas se alejaban de la realidad.

Ante esto, comencé a sentir que la normatividad no es “el mundo real”, sino una burbuja de proporciones descomunales, en un mundo lleno de otras más pequeñas, siendo ella la mayor burbuja de todas. Sus proporciones se deben a que la normatividad no admite lo diferente, o sea, lo negro, trans, cuir, no binario, discapacitado, empobrecido, neurodivergente, inmigrante y ni siquiera lo sensible. En cambio, lo niega y echa de lado, creando así un imaginario de mundo donde estas realidades no existen. ¿Qué mayor burbuja que aquella que niega a la mayoría de la población y las diversidades que existen a través del mundo? 

En ese preciso momento todo conectó: los proyectos de ley, nuestra opresión en la religión cristiana, los castigos de nuestra familia y la censura en los medios, son todas formas de mantener esa descomunal burbuja viva. Todo el esfuerzo desde la normatividad se va en no permitir que las personas vean más allá de sus burbujas blancas caucásicas, heterosexuales, cisgéneros y enriquecidas. 

Esto es totalmente opuesto a quienes vivimos en las intersecciones oprimidas, pues no nos queda de otra más que autoreconocernos y a la vez reconocer a nuestres opresores. El vivir dos o más opresiones similares nos obliga a vernos en otres y, por consecuencia, reconocerles. Por más que intentemos alcanzar algún grado de normatividad, siempre se nos recordará que somos diferentes, haciendo que siempre tengamos presente la realidad del mundo. En consecuencia, quienes hemos vivido la opresión por diversidad pareceríamos estar más conectades a la realidad que nos rodea. Ya sea porque lo hayamos aprendido a través de la opresión vivida o porque reconocimos que había un mundo fuera del nuestro el cual estaba lleno de colores nunca antes vistos.  

Y que quede claro: no estoy diciendo que las comunidades oprimidas tenemos conciencia de todo lo que ocurre en el mundo. Después de todo, mucho de nuestro tiempo se usa en sobrevivir, por lo que no está mal admitir que todes vivimos en burbujas de alguna manera u otra. Lo que sí podemos afirmar es que quienes optamos por verdadera diversidad e inclusión tenemos una burbuja radicalmente diferente y, en muchos casos hasta opuesta, con un panorama mucho más ancho, dispuesta a ser reventada cuantas veces sea necesario.

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