A veces, me pregunto cómo he sobrevivido esta pandemia. No porque no me proteja; uso mascarilla y guantes si necesito salir, sino por el encierro. Soy una mujer de trabajar fuera de la casa.
Me gusta vestirme, arreglarme para ir a trabajar a la universidad. Me gusta estar con mis estudiantes, verles sus caras de asombro, de aburrimiento, de sueño, pero verles simplemente. Me gusta cuando asisten a tutorías y les puedo ayudar con sus dudas. Me gusta saludar todos los días a mis compañeras de la biblioteca, con las que tomo café cuando me entra el sueño por el frío que hace en ese edificio.
Luego de dar mis clases, salgo del trabajo y busco a mi hijo a la escuela y lo llevo a la otra, en donde toma clases en un programa after school. Llego a mi casa, cocino, regreso a la segunda escuela a llevarle algo de comer porque el muchacho sale a las 8:00 de la noche y quiero que coma algo. No lo voy a dejar hasta las 8:00 p.m. sin comer. Regreso a casa, ceno y me siento a verificar correos, leo para la clase de mañana, corrijo exámenes, y así…
Todas las oraciones anteriores están escritas en presente porque quisiera que esa realidad existiera todavía. Ya nada de eso existe, debí usar los verbos en pasado.
Ya nada es igual, mi realidad es otra. Me levanto, hago café, visto la cama y me “visto” para ir a trabajar: pantalón corto y t-shirt. Le preparo desayuno a Álvaro (mi hijo), quien madruga todos los días de su vida. Él se sienta a tomar sus clases por Zoom. Debo reconocer que es muy estudioso y disciplinado, como su madre.
Yo me siento frente a la máquina a enfrentarme a lo desconocido, a una plataforma digital que apenas conozco porque me adiestré; pero aún no estoy certificada. Entonces, resulta que las tutorías se ofrecerán en otra plataforma de la que no conozco tan siquiera el nombre. Para grabar algunas de mis explicaciones, utilizo otro espacio digital. Yo, que soy hija de la pizarra y la tiza, estoy trabajando con tres herramientas digitales.
Me da dolor en el pecho, respiro profundo. Además del pecho, me duelen la espalda y la cintura porque paso todo el día sentada. Trabajo mucho más que en el salón de clase. Olvidé decir que también me duele el alma. Está prohibido por no sé qué ley, el poder ver o escuchar a los estudiantes. Eso me afecta bastante, los estudiantes me ayudan a respirar. No puedo tener contacto con mis “Pollos”, así les digo a mis estudiantes.
Cocino y friego como demente: desayuno, almuerzo, cena. Al fregadero le salen los trastes desde adentro, estoy convencida de eso. Echo ropa a lavar, barro y mapeo porque tengo tres gatos y hay que controlar los pelos porque si no, comienza la alergia.
Álvaro cumple con las tareas que le asigno durante el día (barrer, recoger su cuarto, fregar, doblar ropa), es de gran ayuda para mí; su papá, no tanto. Cuando no tengo tanto dolor de espalda, hago ejercicios de YouTube o bailo Zumba. Los otros días, entre canción y canción, cociné. Entonces, pensé que he tocado fondo… Ni siquiera puedo disfrutar una hora para mí porque hay que cocinar y echar una tanda de ropa a lavar. Mientras me ejercito, pienso en los correos que aún no he contestado, las preguntas de discusión del siguiente examen, si podré migrar el examen a la plataforma, o no.
Mi hijo se graduó de octavo grado por Zoom, lo celebramos aquí en la casa. No veo a mi mamá que está en un hogar de ancianos desde marzo, ni a mi familia en Mayagüez. Hablo con mis amigas con frecuencia, ellas me mantienen cuerda, el ejercicio y el vino, también me ayudan. Deseo levantarme mañana y que todo esto haya terminado, deseo regresar al salón de clases. Mientras eso sucede, me levanto, hago café, visto la cama y me “visto” para ir a trabajar…
*Judy Ann Seda Carrero es profesora de español de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Carolina.