(Ilustración de Mya Pagán para ¡Cambia ya!)
Como estudiante de escuela superior, era de los muchachos que decía en los pasillos que no creía ni en el machismo, ni el feminismo, sino en la igualdad. Me creía el tipo más brillante y progresista cada vez que hacía semejante planteamiento. Pensaba que impresionaba con mi supuesto mensaje de inclusión. Pero en realidad era un adolescente cargado de prejuicios e inseguridades que desconocía completamente lo que representan las luchas feministas.
Pocos años más tarde, y ya como estudiante subgraduado de Geografía en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR), recuerdo haber recibido una invitación por correo postal para tomar cursos en el Programa de Estudios de la Mujer y Género en la Facultad de Estudios Generales. Nunca olvido mi reacción al ver aquel sobre gris y leer la carta en su interior. Honestamente, percibí como insulto semejante convocatoria a un programa sobre “estudios de la mujer”. Pensé que era una equivocación. Sin embargo, la carta estaba dirigida a mí. No me sentí convocado y, probablemente, boté el sobre ese mismo día. Esa experiencia tuvo que haber ocurrido entre el 2003 y 2004.
En la actualidad, soy un periodista que siempre aspira a abordar los temas de género y feminismo de manera solidaria. Además, desde la UPR llevo varios años investigando los temas de geografía y deporte, partiendo del trabajo crítico que han hecho geógrafas y otras académicas feministas. Me apasiona lo que hago y me ilusiona saber que con cada escrito, clase, lectura e interacción con colegas y amistades seguiré expandiendo mis perspectivas. Pero, sobre todo, siempre confío en que estas experiencias me ayudarán a continuar desaprendiendo todas las actitudes y visiones de mundo machistas que todavía cargo, a pesar de que han transcurrido muchos años desde la época en que me mofaba o hablaba sarcásticamente sobre el feminismo, tanto en escuela superior, como en universidad. Actualmente, tengo 37 años y cada día lucho por cuestionar mis experiencias de socialización pasadas. Al mismo tiempo, trato de pensar en algunas estrategias para seguir rompiendo con las masculinidades tóxicas que inevitablemente afloran en una sociedad machista y en un sistema patriarcal como el nuestro.
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Lo que pregonaba como adolescente, y luego como joven universitario, estaba mal. El reconocimiento de que nuestras actitudes, acciones y palabras pasadas pudieron perpetuar la violencia de género es un primer paso hacia la transformación. Es indispensable escuchar las críticas, especialmente si vienen de compañeras que te cuestionan por asumir alguna actitud o comportamiento machista. Igualmente, si como hombre te señalan por algún tipo de violencia (o microviolencia) de género cometida años atrás, es importante reflexionar sobre lo ocurrido. En lugar de salir con una actitud defensiva, en la cual se trate de despachar el asunto solo diciendo que tal acción ocurrió hace mucho tiempo, como hombres debemos razonar sobre qué hicimos mal y qué gestiones hemos realizado en los pasados años para tratar de cambiar. Antes de salir con cuasi-teorías conspirativas de que la sociedad tiene un complot para cancelarme, asumamos responsabilidad sobre nuestros actos. Abracemos la rendición de cuentas como un ejercicio de solidaridad, desprendimiento y amor.
Hoy día veo tantos casos de jóvenes compartiendo expresiones misóginas en diferentes plataformas cibernéticas. Leo con frecuencia comentarios de burlas hacia las publicaciones y noticias relacionadas con los feminicidios, las violaciones o las movilizaciones políticas que mujeres realizan en su lucha contra la violencia machista. Me duele mucho leer ese tipo de comentarios, sobre todo aquellos que insisten en culpar a las víctimas por las agresiones sexuales que sufrieron. A su vez, me entristece aún más saber que, en mis años de escuela superior e inicios como universitario, pude haber sido yo quien comentara semejantes barbaridades.
Es en tipo de instancias de violencias discursivas que aquellos hombres que nos consideramos antipatriarcales debemos aportar. Sin embargo, estas acciones solidarias no se basarán en pregonar a los cuatro vientos que “soy feminista”, ni mucho menos querer explicarle a las compañeras sobre cómo debe ser el feminismo o cuáles son las formas adecuadas de protestar. Ese tipo de apropiación y mansplaining es también violencia de género. De ellas aprendemos y nos solidarizamos, pero sin entorpecer sus luchas.
En todo caso, nuestro campo de acción debe ser con nuestros pares hombres. No tengamos temor de hablar sobre los feminicidios como problema urgente. Normalicemos que nuestras pláticas sean también para cuestionar la cultura de la violación y el acoso de profesores hacia estudiantes. Hablemos críticamente sobre los medios de comunicación y cómo la construcción de muchas noticias continúan perpetuando la violencia machista. Conversemos sobre equidad en el deporte e indignémonos por la brecha salarial entre hombres y mujeres atletas. Pero, sobre todo, no validemos los chistes misóginos que en tantas ocasiones surgen en medio de jangueos y pláticas entre hombres. Mucho menos compartamos imágenes de mujeres que fueron publicadas sin su consentimiento. ¡Rompamos con estas violencias de género cotidianas!
Si algo he aprendido en los pasados años es que (femi) nazi no es quien protesta en contra de una sociedad que asesina mujeres, les priva de su derecho a transitar en paz en los espacios públicos e insiste en decidir sobre sus cuerpos. En todo caso, nazi hemos sido todos aquellos que, en algún momento, ejercimos nuestro poder y privilegio para menoscabar la dignidad de quien aspira a una vida digna y en equidad. De mi parte, agradezco a las colegas que hacen periodismo feminista por enseñarme tanto. También, mi admiración va hacia mis exestudiantes por compartir sus experiencias y expandir mi conocimiento en el área académica de Geografía de Género. Este saludo solidario va a las estudiantes con quienes tuve la oportunidad de interactuar en el Departamento de Geografía y en el Programa de Estudios de la Mujer y Género de la UPR, el mismo programa que rechacé tajantemente cuando hacía mi bachillerato. Me alegra saber que los tiempos cambian y hay experiencias que nos marcan para siempre. Claro que podemos cambiar.