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Pócima decolonial antirracista para las ninguneadas caribeñas

Foto de archivo de Ana María Abruña Reyes

No es raro buscar valoración y respeto cuando todo a tu alrededor parece decir que no eres, no cuentas, no existes, no expresas grandeza, no eres atractiva, inteligente, culta. 

“Alguien excepcional expresa valor, pero no tú”. “Alguien es grande, pero tú siempre serás chiquita y revejía”. “Alguien brilla, tú eres opaca, de poco lustre”. “Alguien es excepcional, pero tú eres ordinaria”. “Alguien siempre habla mejor que tú, tú cállate, baja los ojos, no seas parejera”. “Alguien merece respeto, admiración y validación, pero tú, ¿quién eres?”.  

Se menosprecia y se subestima sistemáticamente, y se pregunta una, cómo ejecutar acciones, defendernos, no quedarnos dá’, lidiar con las mentiras que nos distorsionan, buscar cambios cuando la degradación cala tan profundamente en la psique que nos quedamos desorientadas en ese impositivo no ser y no pertenecer que se nos atacuña de a diario a algunas. Estigma que pretende que quedemos sin voz, que miremos de reojo a la que como una sufre y padece, que admiremos, imitemos y rindamos pleitesía a quien privilegiadamente a través de la historia se ha posicionado como la norma de belleza y excelencia; sistemas que educan para que no haya compasión, empatía, solidaridad y amor para las victimizadas, que la tendencia es a asumir lo peor de cada cual y flagelarla inmisericordemente. Así se hace inviable que retemos la injuria colectiva.  

¿Quién podría criticar la autodefensa cuando se ha contenido por tanto tiempo? ¿No tendríamos que levantar los puños en la dirección correcta como un principio de lucha? Sin importar cuan defectuosas nos asuman lxs porterxs, lxs capataces y los hijxs de lxs amxs quincentenarios, podemos agenciarnos y proyectarnos a un futuro donde haya paz, posibilidades, seguridad, creatividad y alegría, de pompeaera y jayaera entre y con otras, de sinceridad entre hermanas e hijas, y nunca de la jactanciosa y la distanciada “no tengo pelos en la lengua, te las voy a cantar”, o el “soy mejor activista, organizadora, educadora, abogada de lxs oprimidxs y puedo degradar tu trabajo”. Y en el “te las canto” viene la hostilidad gratuita que a veces reconocemos de las redes sociales o a las reuniones a donde acudimos una vez para nunca más volver.  

En el mundo de los avatares que frontean, donde se nos exige nunca mirar hacia atrás, o se legisla que nos reinventemos para tapar las faltas del gobierno, y se predica el individualismo rampante, una reflexión como esta estaría de más, pero siempre apuesto a que lo mejor de nosotras puede emerger para guiarnos, que, en la memoria celular, no solo se expresa el trauma de nuestrxs ancestrxs, también se expresa la grandeza que nos permitió sobrevivir hasta ahora, grandeza que se estrecha a otras grandezas y manifestaciones creativas, que gritan “somos y pertenecemos y nadie puede quitarnos ese derecho”.  

Para movernos, transformar, liberarnos y abrazar las próximas etapas de evolución y madurez política, habría:

·       que concebir y reconocer los tóxicos coloniales raciales que nos hacen dudarnos y afectan nuestras ejecuciones; “que no solo la otra los tiene, yo también cargo con ellos y tengo disposición a mirarlos”.

·       que crear juntes de amores comprometidos que sostengan el inventario de dolores, nadie pensaría que somos changas e insuficientes cuando nos atrevemos a expresar nuestra verdad.

·       que sostener espacios intencionados para acordarnos que la alegría es transgresión revolucionaria; un superderecho, un superpoder de los tiempos.

·       que reconocer a las generaciones previas que labraron el terreno para que fuera fértil hoy, acariciar las canas no con subestimación o desdén, sino anticipando un buen envejecimiento.

·       que incorporar los sueños, el fluir provocador de las energías jóvenes y la sabiduría que ya se tiene por haber tenido que madurar prematuramente por tanta impotencia social.

·       que sopesar la falta de energía y la anemia emocional que surge de la violencia diaria en nuestras vidas.

·       que hablar de trauma multigeneracional y las relaciones de afecto que se han lesionado en consecuencia.

·       que hablar de los privilegios que nos asisten y nos hacen víctimas y victimarias al mismo tiempo.

El río siempre traerá tesoros inesperados después de la lluvia fuerte, y siempre habrá más lecciones, pero lo esencial es cultivar la confianza y la esperanza entre nosotras. Siempre he objetado la forma como se juzga negativamente a una persona con la idea de que busca protagonismo. ¿Qué hay de malo en asumir nuestro justo lugar? ¿Nuestro lugar de grandeza? Hay prácticas tóxicas que apuntan a un liderato inmaduro, cierto es, pero se necesita más protagonismo en nuestra matria, más positividad hacia el trabajo que hace cada cual, más cofradía, más resurgir juntas. A lo sumo, esperaría que fuéramos elenco en sintonía en el drama colonial, que palpitemos juntas y recuperemos el ritmo colectivo, que sinceramente nos gustáramos.    

*María Reinat Pumarejo es cofundadora de Colectivo Ilé, educadora y organizadora antirracista.

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