Son muchas las veces en que me reconozco repitiendo una y otra vez lo mismo. Sin embargo, pareciera que no hay forma de sobrevivir a este país misógino y racista sin parecer una grabadora que se alterna entre el rewind y el play.
Luego de años en las calles exigiendo un estado de emergencia y desde diferentes trincheras abogando para que se detenga la violencia de género, una pensaría que el imaginario colectivo y sobre todo los medios corporativos que reproducen ideología todos los días, desde cada televisor en este país, han cambiado. Sin embargo, no es así.
El martes de esta semana, vimos cómo un programa de entretenimiento decidió jugárselas de noticiario replicador de la violencia machista y entrevistar ¡EN EXCLUSIVA! (esto fue parte de la promoción) al boxeador Juan Manuel “Juanma” López, quien al momento está acusado de violencia doméstica contra su expareja. No es la primera vez que el hombre enfrenta una acusación como esta. Con la entrevista, que no fue tal cosa, sino un espacio en televisión nacional para despacharse a su antojo, violó las condiciones de la fianza otorgada, pues no podía comunicarse con la víctima a través de ningún medio. Ya está arrestado.
Sin embargo, hay demasiados matices de violencia en esta circunstancia. En primer lugar, el medio televisivo que en su poca o ninguna conciencia de género decide asumirse como parte “mediadora” en la situación. Un programa de entretenimiento. Y aquí quiero detenerme un momento. El entretenimiento, como bien se define es una “cosa que sirve para entretener o divertir”. No es casualidad que ese haya sido el escenario en que López haya tenido espacio para hablar en medio del proceso que enfrenta y casi pedir perdón en televisión nacional mientras aludía a regresar con la sobreviviente.
En segundo lugar, y como ya hemos visto, son nuestras experiencias y las violencias que recibimos el material de entretenimiento para los televidentes de la tarde en Puerto Rico. Nuestros cuerpos agredidos, la valentía de hablar y la culpa sistémica son material de consumo para el país. Mucho espectáculo, poca seriedad y respeto.
No obstante, hay que analizar la dinámica que se da entre entrevistador y entrevistado. Hay una intención de simpatizar con el agresor, de permitirle dar “su versión” de lo que pasó. Cuando una mujer habla, solo toca acompañarla. Asimismo, el medio expresó en la entrevista que también le darían el espacio a la víctima para hablar, como quien no quiere la cosa, los mediadores de la violencia de género y abogados del patriarcado. Se le responsabilizó a ella por no aportar «su versión» en el espacio, como si las víctimas les debieran a los televidentes los detalles de las agresiones que han sufrido. Y no, no le deben.
Han sido varios los esfuerzos que se han desarrollado para analizar y rediseñar el tratamiento violento y machista que los medios hacen sobre la violencia de género. La organización Coordinadora Paz para las Mujeres redactó un Manual de cobertura mediática para casos de violencia de género en Puerto Rico. Además, múltiples organizaciones han ofrecido talleres sobre coberturas periodísticas responsables. Evidentemente, estas personas que son las caras que ven los televidentes cada tarde, no se han tomado el tiempo de leer ningún manual ni de asistir a ningún taller sobre coberturas responsables. Nunca leen y nunca llegan. Y no lo han hecho sencillamente porque no les importa. No creen que la situación es tan seria. Aún piensan que la violencia de género es un invento de las feministas. O simplemente les es indiferente.
Han sido capaces de entrevistar a un agresor, de darle foro y espacio para que hable aun inmerso en un proceso judicial y ni siquiera han tenido el decoro de leer que un acusado de violencia doméstica no puede dirigirse a la víctima por ningún medio. También peligroso es que probablemente no han reconocido el poder que tienen al aparecer a diario en el televisor de millones de personas o más bien no han asumido la responsabilidad que ello implica.
Como ya dije, son muchas las razones por las que una mujer no hablaría, demasiadas. La mayoría tienen su origen en la vulnerabilidad a la que se enfrentan y el dedo acusador que la sociedad impone sobre sus hombros. A eso le añadimos la tremenda cobertura que los medios les hacen a agresores que en su realidad, deberían estar reflexionando y asumiendo la responsabilidad que les toca. Sin embargo, el acusado no llegó solo a la televisión. Lo llevaron y lo mercadearon como un espectáculo. La primicia, la exclusiva, ROMPE EL SILENCIO.
¿A qué silencio se refieren? ¿Con qué juego de palabras intentan justificar la violencia? Esas preguntas nos devuelven a las razones por las que una mujer no habla. El silencio de ellas es lo que les permite a los agresores seguir siendo violentos, pero, de momento, son ellos quienes necesitan hablar, justificar sus masculinidades tóxicas, dejar salir a ese pobre niño al que nunca le enseñaron cómo manejar sus emociones más allá de tirar puños. Por esto y más es que nos urge la perspectiva de género. En esas preguntas nos quedamos. ¿Hasta cuándo?