La violencia contra las mujeres tiene múltiples dimensiones. Su manifestación más extrema: el feminicidio. Es decir, el asesinato de una mujer por el simple hecho de serlo.
Devenir mujer es estar en peligro de muerte. Sin embargo, hay ocasiones en que la violencia patriarcal se manifiesta de maneras mucho más sutiles. Tan sutiles que puede ser difícil no solo entenderlas, sino, además, identificarlas. Son formas que están dirigidas a mantener el control de la vida de las mujeres de diferentes maneras: manipulación, gaslighting, cuestionamiento sobre las capacidades y aptitudes en general, cuestionamientos sobre la capacidad de ser una “buena madre”, entre otras. Es una violencia que está orientada a que nos cuestionemos nuestra sanidad mental, lacerar la autoestima y amor propio, desconfiar de nosotras mismas y nuestras capacidades e incluso de lo que a plena vista se presenta como hechos concretos.
Lamentablemente, muchas de las mujeres que llegan a consultarme sufren o han sufrido un patrón de maltrato emocional y psicológico, que ha lacerado enormemente sus vidas. Me llaman o escriben luego de un evento desencadenante que les ha logrado desmoronar por un momento, y lo primero que me dicen es “no me van a dar una orden de protección porque él no me ha agredido físicamente”. Uno de los retos más grandes es acompañarlas en ese relato, usualmente de años de maltrato emocional, para que puedan, por ellas mismas, llegar a la conclusión de que vale la pena acudir a pedir una orden de protección.
La duda sobre acudir o no a pedir una orden de protección cuando el maltrato es emocional o psicológico nace de lo que la sociedad nos dice todo el tiempo: “no te van a creer”, “eso no es suficiente”, “no te ha pegado”, “es que es fuerte de carácter”, y muchas otras justificaciones machistas que escuchamos desde que tenemos uso de razón. Eso, sumado a la frialdad de los tribunales, el estrago en la autoestima, la falta de descanso, la falta de abogadas y de abogados accesibles para acompañar a las sobrevivientes y la revictimización a las que pueden ser expuestas por parte de los abogados y las abogadas de los agresores, se convierten en un gran disuasivo para las mujeres. Esto tiene que cambiar.
La violencia emocional y psicológica también mata a las mujeres. Su propósito es deshumanizar, quebrantar, romper, violentar, controlar, deshacer, en fin, despojar a las mujeres de sus vidas y de su derecho a vivirla en paz.
En muchas ocasiones, he visto cómo los agresores se valen de los procesos judiciales y administrativos para darle rienda suelta al hostigamiento disfrazado de interés por sus hijos e hijas, tanto en procedimientos pendientes sobre custodia y alimentos como procedimientos sobre alegado maltrato de menores. Les he visto también presentar moción tras moción tras moción con el fin de que la madre custodia se vea tan comprometida psicológica y emocionalmente que se dé por vencida. Esto último también es violencia emocional. Una violencia, muchas veces, avalada por el sistema judicial que, quizá, por falta de adiestramiento, permite que se dé casi sin restricciones. He visto mujeres temblar, llorar, descomponerse en la sala de un tribunal mientras las estoy guiando en la exposición de los hechos. Me he visto desarmada al no saber si abrazarlas, continuar o llorar con ellas.
Es por ello que no solo es suficiente que establezcamos mayores y mejores procedimientos judiciales en términos de sensibilidad y empatía a la hora de atender estos tipos de casos. Es indispensable que, como país, asumamos la responsabilidad de educar con perspectiva de género. Una perspectiva de género real, destinada a la transformación radical de la manera en que nos relacionamos para crear nuevas narrativas en torno a lo que es una vida libre de violencia. Solo a través de esto, podremos comenzar a desenmarañar el complejo fenómeno de la violencia que no agrede físicamente, pero también mata.
Allí, cuando dejemos de reproducir narrativas en las que romantizamos el maltrato para justificar comportamientos hostiles hacia las mujeres. Allí, cuando las escuelas de derecho eduquen abogados y abogadas empáticos que puedan identificar estas situaciones complejas y defender a sus clientes sin necesidad de maltratar o revictimizar a las sobrevivientes. Allí, cuando la legislatura legisle con perspectiva de género para buscar y establecer mecanismos de justicia restaurativa que promuevan soluciones integrales y completas a las sobrevivientes, a la vez que establecen mecanismos de reeducación a los agresores.
Mientras sigamos educando desde una perspectiva patriarcal, el maltrato emocional y psicológico seguirá destruyendo la vida de las mujeres. En ese sentido, no se valen los paños tibios, las negociaciones con sectores antiderechos y las políticas públicas aguadas. Se necesita valentía y verticalidad para que ni una mujer más sea asesinada real o simbólicamente. Es tiempo.
Si tú o alguna persona conocida está en situación de violencia, llama a la Línea de ayuda 787-489-0022. Mira más recursos de ayuda aquí. |