(Ilustración por Michelle Dersdepanian)
Luego de casarse, María tuvo que frenar su sueño de ser enfermera para dedicarse a la crianza y los cuidados de sus cuatro hijas. Los años pasaron entre tareas domésticas, atender las necesidades de sus hijas y, eventualmente, los cuidados de sus nietas y nietos.
Llegó a la vejez sin una fuente de ingreso sólida. Al no poder integrarse al mercado laboral, no tuvo derecho a los beneficios principales del Seguro Social y, mucho menos, la opción de un retiro privado. Como contrajo matrimonio, el Seguro Social le provee cerca de la mitad del dinero que recibe su cónyuge. El Seguro Social consiste en un ingreso para personas mayores de edad, trabajadores que se incapacitan y familias en las que fallece un cónyuge o padre. La persona beneficiaria recibe un porcentaje de ingresos basado en sus ganancias vitalicias.
María trabajó toda la vida, pero sin paga. La falta de cuantificación económica del trabajo de los cuidados invisibiliza el papel que desempeñan miles de mujeres que se dedican a estas labores en una sociedad, que sigue funcionando gracias a los trabajos de cuidados no remunerados. Quienes se dedican al trabajo de los cuidados no remunerado necesitarían al menos 10 años de trabajo formal para contar con los beneficios del Seguro Social, que no fue diseñado para ser la única fuente de las personas jubiladas.
María es su nombre ficticio porque para muchas cuidadoras y madres se trata de un acto de amor, y, decir lo contrario, significaría cargar con el sello de “mala madre”. Pero, como defiende Silvia Federici, una de las activistas que reivindica un salario para el empleo doméstico desde los años 60, “no es un trabajo por amor, hay que desnaturalizarlo”. En cambio, expone Federici, representa condiciones precarias y menos tiempo para luchar, participar de movimientos sociales o políticos y disfrutar de ocio.
“El trabajo de cuidados es un trabajo imprescindible para la reproducción de la vida. Es un trabajo sumamente invisible y poco valorado. Es un conjunto de tareas que, básicamente, son consideradas femeninas. Que no tienen un valor económico y que no se consideran relevantes. Se trata de tareas como cuidar de niños y niñas, de las personas enfermas, de las personas mayores, cocinar, comprar, limpiar la ropa, tener cuidado de la casa. Todas estas tareas que son imprescindibles para que la sociedad funcione. Son tareas no valoradas en este sistema, pero estos trabajos son los que sustentan el sistema económico y productivo actual”, explicó la periodista y socióloga catalana Esther Vivas, autora del libro Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad.
La investigadora cuestionó cómo se sostendrían jornadas laborales sin que alguien cuidara de los menores y de las personas enfermas o con diversidad funcional. Además, señaló, el sistema patriarcal utilizó la capacidad biológica de las mujeres para imponerles los mandatos de la maternidad, el cuidado, la crianza y las tareas domésticas.
En entrevista separada, la defensora de derechos humanos Amárilis Pagán Jiménez agregó que las economistas feministas han apuntado a los trabajos de cuidados porque, sin ellos, el sistema económico no funcionaría.
“Han dicho que si les diéramos un valor a nuestro tiempo, en todo lo que tiene que ver con la crianza de los niños y niñas, o todo lo que tiene que ver con los cuidados de las personas de nuestra familia para que otros puedan ir a trabajar y para que el sistema siga funcionando, probablemente, nuestros ingresos serían altísimos. Así que uno de los retos que hay con lo de la economía del cuidado es, precisamente, el poder reconocer y adjudicar un valor a esa inversión de tiempo que hacen las mujeres. Lo que pasa es que todavía, debido a los estereotipos de género, se considera que es lo natural. Pero, no es lo natural; es una construcción social”, puntualizó la directora ejecutiva de Proyecto Matria.
Por su parte, la profesora y abogada feminista Mariana Iriarte Mastronardo aportó sobre la importancia de “democratizar” las tareas del hogar que siguen recayendo sobre los hombros de las mujeres que han tenido que asumir una doble y triple jornada desde que se insertaron en el mercado laboral. Muchas de ellas son jefas de familia.
“Sé que es duro, puede ser chocante y antipático que una venga a decir que la economía del hogar es un trabajo esclavo, pero, sin duda, se asemeja. Y esa economía del cuidado se basa en este concepto de amor Disney, en términos de que las mujeres lo tenemos que hacer por amor. Y si no lo haces, te caen etiquetas de mala madre, mala mujer. Somos buenas en todo lo que hacemos respecto a cómo atendemos las necesidades de los demás, y, cuando nos volcamos a atender nuestras necesidades, pues de momento nos convertimos en malas madres, malas hijas, malas esposas”, subrayó.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres dedican, en promedio, tres veces más tiempo que los hombres al trabajo de cuidados no remunerado, que se traduce en cuatro horas y 25 minutos al día ante una hora y 23 minutos en el caso de los hombres. El informe El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente de la OIT establece, además, que a escala mundial, el principal motivo indicado por las mujeres para estar fuera de la fuerza de trabajo es el trabajo de cuidados no remunerado. Mientras, para los hombres, los principales motivos son estudiar, estar enfermo o estar discapacitado. En el documento, se consigna que las mujeres con responsabilidades de cuidado también tienen más probabilidades de trabajar por cuenta propia y de insertarse en la economía informal, con menos posibilidades para cotizar al Seguro Social que reciben en la vejez.
Mientras, el informe Cuidados en América Latina y el Caribe en tiempos de Covid-19. Hacia sistemas integrales para fortalecer la respuesta y la recuperación, de ONU Mujeres y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), resalta también que “la sobrecarga del trabajo de cuidados no remunerado y la pobreza de tiempo de las mujeres impiden la igualdad de oportunidades, derechos y resultados frente a los hombres, en relación con la participación no solo en el mercado laboral, sino también en la participación social y política y en el disfrute de tiempo libre”.
En el contexto de Puerto Rico, y de la pandemia por la COVID-19, el Instituto de Estudios sobre Mujeres, Género y Derecho (INTER-MUJERES) realizó una encuesta virtual, a un mes de la implementación de las políticas gubernamentales para controlar el virus. En la investigación Respuesta gubernamental a la pandemia Covid-19 en Puerto Rico. Encuesta sobre el impacto en las personas y en particular las mujeres participaron 961personas.
En el renglón del trabajo de cuidados no remunerado, se reveló que las personas que se identificaron como mujeres, (84.4%, N=885), informaron que durante la cuarentena las tareas del hogar habían aumentado. El 76% de estas mujeres se encuentra entre las edades de 31 a 60 años. El cuidado de personas de educación especial, la supervisión de las tareas escolares y el cuidado de otras personas durante la cuarentena también recayeron en las mujeres, según la investigación.
El trabajo de cuidados incide en la precariedad
Quienes se dedican al trabajo de los cuidados no remunerado necesitarían al menos 10 años de trabajo formal para contar con los beneficios principales del Seguro Social.
Si una persona dedica toda su vida a los cuidados recibirá un suplemento por parte del Seguro Social, siempre y cuando su cónyuge sea un trabajador que recibe beneficios. Si la persona no se casó, no tendría beneficios. Si la persona salió del mercado laboral para dedicarse al trabajo del cuidado no remunerado y a la crianza, o si tuvo ganancias muy bajas -al dividir el trabajo de los cuidados con un trabajo a tiempo parcial-, la cantidad de beneficios podría ser más baja que si hubiera trabajado constantemente.
En Puerto Rico, establece el Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, los hogares con jefas de familia representan el 42% de todos los hogares. De estos, el 57% (2019) de los hogares con jefas de familia están bajo el índice de pobreza. Además, el 46% de las mujeres en Puerto Rico, en el 2019, estaban bajo el nivel de pobreza.
Estos niveles de pobreza son aún mayor para las mujeres negras. Según datos de la Encuesta sobre la Comunidad de Puerto Rico (2018), recopilados por revista Étnica, el 46.5% de las mujeres negras vive bajo el nivel de pobreza federal. La mediana de ingreso devengado por concepto de trabajo ese año fue $16,486. De la encuesta, también se desprende que el 20.1% de las mujeres negras, jefas de hogar sin una pareja presente, viven bajo el nivel de pobreza, y que, entre todas las familias que viven bajo el nivel de pobreza, el grupo de mujeres negras representa el 49.8%.
“Históricamente, se ha encasillado y etiquetado a la mujer negra como la nodriza, la empleada doméstica, la cuidadora. Este rol no suele considerarse como un trabajo que hay que remunerar. Estas responsabilidades asumidas involuntariamente o inconscientemente, pero normalizadas socialmente, reducen las posibilidades de muchas mujeres de educarse y obtener grados universitarios. Por ende, se convierte en un círculo vicioso en el que cuando dejan de cuidar -si corren con esa suerte- se enfrentan a una vejez en la que pueden padecer enfermedades crónicas y asociadas a estilos de vida precarios, sin acceso a servicios de salud humanizados; encima, empobrecidas”, añadió la profesora de Afrolatinidades en el Latina/o Studies Department de San Francisco State University, al resaltar que la expectativa de vida de las mujeres negras se reduce en comparación con otros grupos raciales.
Destacó que el trabajo de cuidados no remunerado afecta al desarrollo profesional de las mujeres negras y afrodescendientes, y, que, además, es otro ejemplo de cómo se manifiesta el racismo antinegro de forma sistémica en Puerto Rico.
“Tenemos participantes que no han trabajado lo suficiente para acomodar al Seguro Social y otras que no están casadas formalmente. Muchas criaron en situaciones de pobreza y llegan a la vejez sin recursos”, compartió, por otro lado, Pagán Jiménez sobre su experiencia desde Proyecto Matria, donde se gestó el programa de desarrollo económico Casa Solidaria de empresas sociales como respuesta a situaciones similares.
Las condiciones precarias que viven las mujeres en la vejez se extiende, además, a quienes tuvieron que optar por un trabajo a tiempo parcial que combinaron con otra jornada dedicada a los cuidados no remunerados en el hogar.
“El Estado tiene una enorme responsabilidad. Se debe pensar en una renta universal. Porque estamos hablando del Seguro Social, pero quisiera ver los planes de retiro privados segregados por sexo. No necesito estadísticas para estar segura de que los porcentajes altos son de los hombres. Ya de por sí los trabajos que tenemos son menos remunerados, con menos beneficios o a tiempo parcial. Entonces, los planes de retiro son menores”, añadió la abogada Iriarte Mastronardo.
Vulnerables ante situaciones de violencia
Las mujeres que dependen económicamente de sus parejas mientras se dedican al trabajo de cuidados no remunerado y la crianza están más vulnerables ante situaciones de violencia de género que las persiguen hasta la vejez, coincidieron Pagán Jiménez e Iriarte Mastronardo.
A raíz de su trabajo de acompañamiento, Pagán Jiménez explicó que, cuando las mujeres dedican su tiempo a los trabajos de cuidados, crianza y tareas domésticas, enfrentan, por lo general, dos panoramas: contar con el apoyo de otras madres que identifiquen señales ante una situación de violencia y que proveen ayuda, o que la persona se encuentre en una situación de privación. Sobre esta última, dijo que consiste en cuando alguien tiene poco o ningún contacto con otras personas fuera de su círculo familiar sin los mecanismos y sin el conocimiento para identificar la violencia que ya ha normalizado.
“Tuvimos una participante que su situación de privación era tal que no sabía lo que era una computadora. Estaba en una cápsula, y había estado dedicada al cuidado de una niña bajo la mirada de la persona agresora. Tenemos muchas mujeres en nuestras familias que primero cuidaron a sus niños y niñas, después cuidaron a sus nietos, y están viejas sin las herramientas porque no han tenido un desarrollo pleno por falta de contacto con el mundo exterior. Cuando tu único contacto es tu familia y tienes unas creencias conservadoras o machistas bien afianzadas, no te das cuenta de lo que estás viviendo”, señaló Pagán Jiménez sobre quienes han normalizado la violencia.
Iriarte Mastronardo agregó que las mujeres mayores que dependen económicamente de sus parejas están en una situación de vulnerabilidad ante la violencia doméstica. “Estás vulnerable a la violencia, al abuso, a la explotación. A raíz de esa tareas de los cuidados, piensa en la cantidad de viejas criando en nombre del amor, sin una vida digna”, comentó.
Proyecto del Senado para cuantificar el trabajo no remunerado
En el Senado de Puerto Rico se aprobó el Proyecto del Senado 223, de la senadora María de Lourdes Santiago Negrón para implementar el Plan para Cuantificar el Trabajo No Remunerado en Puerto Rico y crear el Comité Especial para Cuantificar Especial el Uso de Tiempo en Puerto Rico. El comité hará una encuesta de “uso de tiempo” para cuantificar la “magnitud del trabajo no remunerado y para analizar la disparidad entre géneros sobre la participación en el trabajo no remunerado”. La medida se está analizando en la Cámara de Representantes, bajo el Proyecto de la Cámara 569, y fue referida a la Comisión de Bienestar Social, Personas con Discapacidad y Adultos Mayores.
“Tenemos que dirigirnos hacia un espacio en que el cuidado pueda ser considerado como un derecho y que, por lo tanto, no corresponda solamente a un sector de la población, que son las mujeres, en proveer lo que se entienda como una auténtica responsabilidad social, que es algo en lo que se ha ido avanzando un poquito en el tema de la paternidad”, agregó.
La funcionaria ve esta medida como el primer paso para la realización de políticas públicas de cuidado. Según OIT, son políticas públicas que asignan recursos para reconocer, reducir y redistribuir la prestación de cuidados no remunerada en forma de dinero, servicios y tiempo. Se trata de darle valor a este tipo de trabajo, reducir la carga y redistribuir las responsabilidades entre mujeres y hombres, personas en el hogar, y el Estado.
Aunque el proyecto solo contempla la encuesta de “uso de tiempo”, Santiago Negrón apuntó al concepto de una renta básica en la que cada persona tenga una cantidad para cubrir sus necesidades inmediatas, y le dé valor al trabajo no remunerado. La senadora también propuso la Resolución Conjunta del Senado 36 que establecería un programa de respiro familiar que ordenaba al Departamento de la Familia a atender a personas adultas con diversidad funcional en situaciones de dependencia como apoyo a las personas cuidadoras de esta población. Esta resolución recibió un informe negativo por parte de la Comisión de Bienestar Social y Asuntos de la Vejez porque conllevaría gastos significativos.
“Era un respiro para evitar el síndrome de agotamiento de las cuidadoras”, dijo, al tiempo que indicó que hay que legislar para garantizar servicios de salud para las personas cuidadoras.
En el 2013, el grupo de investigadores Carlos J. Guilbe López, Luis A. Avilés, Laura Ortiz Negrón y Anayra Santori Jorge presentó una propuesta para la creación de la primera encuesta del uso del tiempo en Puerto Rico como parte de un proyecto que se gestaría desde la Universidad de Puerto Rico. La encuesta no se realizó de manera formal por falta de recursos económicos, no obstante, se hizo un estudio exploratorio. Guilbe mencionó que el estudio exploratorio perdió vigencia ante las labores no remuneradas que se sumaron, en su mayoría a las mujeres, en el contexto de los huracanes Irma y María, en el 2017, y la pandemia en el 2020. Espera retomar el proyecto.
Hace más de 50 años, se realizan encuestas del uso del tiempo. Según el Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, en América Latina, Cuba fue el país pionero en el 1985, y, luego, México en el 1996.
Prácticas en otros países
La OIT establece que los países con políticas de cuidado como servicios infantiles, licencias de maternidad, paternidad y discapacidad, entre otras, han logrado conciliación entre el empleo remunerado y el trabajo de cuidados no remunerado.
Entre las prácticas, el informe Cuidados en América Latina y el Caribe en tiempos de Covid-19. Hacia sistemas integrales para fortalecer la respuesta y la recuperación, del 2020, detalla que, en Uruguay, en el 2015, se creó el Sistema Nacional Integral de Cuidados para generar un modelo corresponsable entre familias, Estado, comunidad y mercado. Desde el 2010, en Costa Rica, cuentan con la Red Nacional de Cuido y Desarrollo Infantil con un sistema de cuidado de acceso público. Mientras, en Chile, existe el programa Chile Cuida para personas en situación de dependencia y sus cuidadores como red de apoyo.
Responsabilidad colectiva
La socióloga Vivas instó a posar una mirada feminista en las políticas públicas y organizar la sociedad a partir de los trabajos de cuidados, imprescindibles para el funcionamiento social. Al final, es una responsabilidad colectiva. Todas las personas necesitan de alguien que los cuide cuando son menores, están enfermos y llegan a la vejez.
Es necesario entender que todas las personas tienen la capacidad de cuidar, criar y hacerse cargo de las personas enfermas, dijo. Las mujeres no son cuidadoras por naturaleza, acentuó quien aboga por más derechos para las madres.
Iriarte Mastronardo coincide en que se necesita integrar la mirada feminista en el desarrollo de políticas públicas, pero, para lograrlo, se tienen que crear las condiciones para que las mujeres formen parte de la Legislatura, donde se discuten temas de derechos.
Por su parte, Pagán Jiménez hizo hincapié en la integración de la perspectiva de género en la educación para erradicar los estereotipos de género y las desigualdades.
“Si no tienes perspectiva de género, estos temas pasan por debajo del radar. Si no tienes una conciencia sobre las razones que provocan esa precariedad y esa pobreza, lo resuelves de manera individual y no te das cuenta de que estamos hablando de un problema estructural… Pero si le damos una mirada feminista, tendríamos que reconocer que ninguna mujer debería llegar a la vejez desamparada por una experiencia de vida como cuidadora”, puntualizó Pagán Jiménez, quien considera que también se debe legislar para que los hijos que parten al extranjero envíen una ayuda económica a sus madres sin recursos en la vejez.
Mientras estas condiciones se dan de manera justa, como menciona Iriarte Mastronardo, hay que visibilizar el tema para que, al final, todas las personas tengan una vida digna.
Este reportaje formó parte de una beca de participación del curso Transformar el periodismo desde el género y los feminismos del Festival Zarelia: Periodismo, Medios Digitales, Género y Feminismos en el 2021. El festival es un encuentro de periodistas feministas de América Latina y el Caribe.