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Acompañar más a la juventud y señalar menos

Acompañar más a la juventud y señalar menos

Mis estudiantes adolescentes casi siempre tienen la misma queja de los adultos: no les entendemos, ni intentamos entenderlos. Creemos que lo sabemos todo y estamos todo el tiempo invalidando su sentir. Hay una frase muy representativa de esta queja que ellos expresan: “A esta generación de cristal no se les puede decir nada. De todo se ofenden”. 

A veces, desde mi adultocentrismo, creer que las personas adultas somos superiores a otras generaciones, como quienes hoy están en su etapa de niñez o juventud, yo también pienso, aunque no lo verbalizo, que hacen un poco de drama, pero luego reflexiono y me tomo el tiempo de reconectar con la Alejandra adolescente y recapacito. Si algo me ha enseñado ser maestra de adolescentes es que tengo que estar todo el tiempo revisándome los prejuicios y que la única forma de educar responsablemente es haciéndolo desde la humildad. 

¡Qué duro es ser adolescente en Puerto Rico! Es una sociedad llena de adultos que se olvidan que también fueron adolescentes. 

El asesinato de Tanaisha Michelle de Jesús Curet, de 15 años, y Nahia Paola Ramos López, de 13 años, me volvió a recordar lo difícil que es ser joven en este país. 

Las dos fueron reportadas desaparecidas y luego encontradas baleadas en una guagua Tacoma, en Piñones, Loíza. Fueron asesinadas.

Cuando en los medios de comunicación se publicó que las jóvenes se habían escapado de la casa, muchas personas en las redes sociales empezaron a culpabilizar a las adolescentes de su propio asesinato y a sus madres. 

Dos días después de esta terrible noticia, hablaba con una de mis amigas sobre lo hipócritas que podemos llegar a ser los adultos. Nos queremos proyectar como santos frente a las nuevas generaciones. Es como si olvidáramos por completo todo lo que hicimos en la adolescencia. 

Recordábamos todas las “maromas” que hicimos a esa edad. En el caso de mi amiga, escaparse de la casa a los 16 años y llevarse el carro de su papá, obviamente, sin permiso, para ir a una fiesta. En mi caso, escaparme de casa a la misma edad para verme con un novio, que tenía 17 años, también estaba escapado y se había llevado su carro sin autorización, un carro que sus padres habían comprado con mucho sacrificio para que fuera a la universidad. Así que, hace 12 años, en distintos momentos y circunstancias, habían tres adolescentes escapados de sus casas, en la madrugada, y conduciendo vehículos que ni a nombre de ellos estaban. 

No lo hicimos solo nosotros. Pasa mucho en la adolescencia. Tus padres no te dan permiso para ir a la fiesta, pero tú quieres ir y te escapas. Quieres verte con tu novio o tu novia sin la supervisión de tus padres, pues te escapas. Así se vive la adolescencia, dejándote llevar por el impulso y el deseo sin medir consecuencias. 

Como sociedad, desconocemos mucho sobre esta etapa del desarrollo humano. Por lo tanto, el camino más fácil es juzgar. La mayoría de los adultos no estamos preparados para acompañar a la juventud. 

La rebeldía es una de las características de la adolescencia y es una etapa complicadísima en nuestro crecimiento hacia la adultez. Están sucediendo cambios biológicos y hormonales, pensamientos egocéntricos que les hacen creerse invulnerables; están creando su identidad y están confundidos ante la demanda del mundo, que no los considera niños, pero tampoco adultos. Y si todo esto se mezcla con un ambiente hostil: familias desestructuradas y comunidades violentas, la situación se complica aún más.   

También, conversaba con mi amiga acerca de la posibilidad de que en esas ocasiones que nos escapamos nos hubiera pasado algo. La opinión pública iba a destrozar a nuestras madres y padres, que ya hubiesen estado sufriendo por la pérdida de una hija. Iban a señalar sin conocer a nuestras familias, a pesar de que hemos recibido una buena educación y venimos de familias de clase media baja, que han trabajado un montón para sacar a sus hijos hacia adelante.  

¿Los códigos de la calle? 

Otro aspecto que me hizo reflexionar sobre lo enajenado que está este país sobre la violencia que nos arropa y que alcanza a la adolescencia fue leer una y otra vez en las redes sociales la frase trillada de: “Ya en la calle no hay códigos” o la gente preguntándose: “¿En dónde están los códigos de la calle?”

Pues les cuento, en la calle ya no hay códigos desde hace mucho tiempo. Vivimos en una sociedad cada vez más violenta en la que los adolescentes, mayoritariamente hombres, entran al narcotráfico y consumen drogas a edades muy tempranas. 

Todo esto tiene que ver con la desmantelación de los servicios esenciales que nos permiten tener vidas dignas. Pero, en este país es tanta la hipocresía, que es más sencillo culpabilizar a las familias y a las víctimas que exigirle al gobierno lo que nos corresponde: educación de calidad, prevención de la violencia y que todes tengamos vidas que valgan la pena ser vividas.  

Controlar no es educar 

Algo que me sorprendió mucho, pero que también es de esperarse, fue leer una cantidad exagerada de madres y padres creer que, desde el control, van a poder controlar a un adolescente. 

Hay una frase de la educadora sexual Elaine Féliz que me parece muy acertada. Dice que “pocas cosas descontrolan más a los hijos que tener padres que quieran controlarlo todo”. Ella comenta que controlar no es lo mismo que una supervisión amorosa, que establece reglas claras desde la conversación y no el castigo. 

“Lo más difícil del control es digerir cómo la mano que acaricia es la misma que maltrata, y eso desvirtúa el concepto de amor sano.⁣Veo tantos adolescentes rebeldes, deprimidos y desesperados por el control, que me confirma el poder del miedo”, expone la educadora una publicación en sus redes sociales. 

No soy madre, pero he sido maestra de adolescentes por los pasados dos años y he descubierto que las veces que he perdido la paciencia —porque es muy retante educar a 30 adolescentes al mismo tiempo—, y me pongo autoritaria, muy pocas veces he tenido buenos resultados. ¿Qué me ha dado resultado? Hablar con ellos desde la empatía, intentar entenderlos, educar desde el respeto, reconectar con la Alejandra adolescente y tratar de emular al adulto que necesité cuando tenía esa edad. En ocasiones, me sale bien y otras, no también, porque soy humana y, desde mi humanidad, reconozco que no soy perfecta.

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