La metáfora perfecta debe repetirse. En tiempos donde todo es desechable, descartable y de poca duración, insistir en el uso reiterado de cualquier cosa —así sea una metáfora— se presenta como una especie de simbólica resistencia. Las ideas no debieran responder a las lógicas del capital, a las urgencias de la inmediatez, al disparo de la baqueta en el que se ha convertido el debate público y del cual confieso —con bastante vergüenza y deseos de hacerlo mejor— he formado parte más de una vez. He gritado pensamientos antes de madurarlos, he tenido la prisa que los tiempos imponen y, en el proceso, aciertos y desaciertos me han llevado a comprender a un nivel más profundo que reflexionar es un asunto urgente y, por eso mismo, precisa de todo nuestro tiempo y nuestra calma. Eso justo quiero hacer con esta columna mensual que estreno hoy en Todas, un medio que he tenido el privilegio de ver nacer, crecer y darnos cátedra de responsabilidad y compromiso. Gracias por el privilegio de pensar sosegadamente en esta comunidad.