(Foto de archivo de Ana María Abruña Reyes)
El año 2020 ha parecido una eternidad. La pandemia ha trastocado todo. Lo que ocurrió en el primer trimestre se mira desde la lejanía. De marzo a estos días, desde la virtualidad privilegiada, se observa cómo se han recrudecido las crisis en la colonia.
Escuchar en la radio que, en tiempos de coronavirus, se han repartido más de cinco millones de almuerzos en las escuelas públicas del país, luego de un pleito que obligó al Departamento de Educación a abrir los comedores escolares, entristece. Es ratificar que la pobreza es una realidad en muchos hogares del archipiélago. ¿Quiénes tienen acceso a esos alimentos? ¿Cuántas veces a la semana?
Saber que el número de feminicidios sigue increchendo, duele. Es confirmar que para el Estado patriarcal las mujeres no tienen ningún valor. ¿Qué hace falta para que se declare un Estado de Emergencia?
Ser testigo de las violencias y hostigamientos raciales que se sobreviven cotidianamente, frustra. ¿Hasta cuándo se negará la existencia del racismo antinegro bajo la premisa de que Puerto Rico es un país mestizo?
Recibir las alertas diarias con el número de muertes por la COVID-19, de personas contagiadas y de gente posiblemente infectada, aterra. La forma en la que (no) se ha manejado la pandemia, como ha ocurrido en tiempos de huracanes y terremotos, da cuenta de las ineptitudes del Gobierno.
Sin embargo, a días de despedir doce meses intensos, merece la pena añadir a la lista de regalos y resoluciones para el año nuevo el ejercicio de:
- escuchar sin invalidar
- reflexionar sin invisibilizar
- repensar sin criminalizar
- agradecer sin conformarse
- preocuparse y ocuparse
- cuestionar con libertad
- ser antirracista
- ser feminista
¡Regálate!
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