Hoy, paso a compartirte mis mayores armas de vida: mi revolucionaria esperanza realista, que rige mi agenda como comunicadora, y mi capacidad de imaginar mundos mejores, que me la regaló el movimiento antirracista. Porque ya tienes todo para combatir, rechazar, y transformar aquello que nos roba aliento de vida; tienes el valor del tiempo, tu inmensa capacidad humana de amar y reír, y el reconocimiento del valor de la vida, y con ello su fragilidad.
Comencé a escribir esta columna antes de la tragedia que fue la siniestra masacre en Uvalde, Texas, que le arrebató al mundo la vida de almas que apenas comenzaban a soñar y otras que vivían de servir en la profesión más noble de todas, la de enseñar. Tragedias así restan esperanza y astutamente retan nuestra capacidad de imaginar tiempos y vidas mejores.
También, sirven para reafirmar que los Estados Unidos es una nación rota; por más incómoda que resulte esta realidad para muchas personas. Un dato que se quedó conmigo es que, desde el 2020, la violencia armada es la principal causa de muerte entre niñes y adolescentes en los Estados Unidos.
Privilegiados tiempo frenéticos
En honor a quienes hemos perdido por la sanguinaria maquinaria capitalista y supremacista blanca, ya sea por COVID-19, masacres, racismo, violencia machista, y otros tantos males sociales que vemos, palpamos, pero no nos aferramos a cambiar, reflexionemos sobre lo revolucionario de no permitir que la velocidad de esta vida nos arrebate la mágica capacidad de soñar e imaginar, de abrazarnos fuerte, reír y, más valiente que todo esto, la tenacidad de ir contra lo que tanto daño nos hace.
Como, por ejemplo, la tenacidad que necesitamos probar ante la resistencia fundamentalista a currículos con perspectiva de género, que evidentemente crearán generaciones con menor tendencia a violencia machista; la educación antirracista, que reivindicará las vidas negras e inmigrantes; el acceso a servicios de salud preventivos, y el cabildeo de política pública proactiva que, por ejemplo, combata la absurda facilidad con la que se puede adquirir un arma de fuego.
Vivimos tiempos de frenesí. Tiempos de encontronazos, de incomodidades y extremas violencias normalizadas, que se sostienen por aquellos que insisten en aferrarse a un estatus quo que solo ha beneficiado a algunos pocos de nuestra sociedad (blancos y ricos).
En medio del caos, como en el ojo de un huracán, existe la oportunidad de detenerse y pensar: ahora, ¿qué? Pero, a diferencia del medio de un temporal, donde el “ahora, ¿qué?” está fuera de nuestro control, después de tragedias prevenibles, el “ahora, ¿qué?» queda enteramente en nuestras manos. Ese es el valor de una democracia, que se sostiene por los deseos de una mayoría, responde a la protesta, y que cuando se ajusta a nuestras necesidades, resuelve problemas.
El ahora, ¿qué? de nuestro estatus político, que tanto tiene que ver con cómo nos queremos y nos conviene relacionarnos con la nación estadounidense; el ahora, ¿qué? de la violencia machista que nos resta vida en Puerto Rico; el ahora, ¿qué? después de tantas masacres en este archipiélago que se tratan de justificar con narrativas policiacas de que quienes murieron fueron personas con expedientes penales, así como si hubiese una escala de valor de vida donde unas merecen menos duelo que otras. Todas estas son preguntas que nos tocan responder. Y es ya.
El privilegio de los tiempos frenéticos es que pone lo peor, lo podrido de nuestra sociedad, a flor de piel, lo visibiliza, lo hace tangible, tanto así que nos pone en las manos la capacidad de accionar contra ello, y así transformarnos desde el reconocimiento que necesitamos y merecemos algo mejor que esto.