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¿De veras existe el “pretty privilege”?

“Mamá me dijo: ‘Eres una chica bonita
Lo que hay en tu cabeza, no importa
Cepíllate el pelo, arréglate los dientes
Lo que te pongas es lo único que importa’”.
Beyonce- Pretty Hurts (letra traducida al español)

Es difícil negar que vivimos en una sociedad que, muchas veces, puede mostrarse sumamente superficial. Los conceptos de belleza, lo visual y la estética son asuntos que se presentan en todos los ámbitos humanos posibles. Es tanto así que vemos que se ha hecho una división de personas por categorías como “bellas”, “feas” y aquellas que se encuentran en un espectro entre una y la otra. Por esa razón, una gran parte de la humanidad invierte su diario vivir en verse y mantenerse dentro de los modelos de belleza aceptables ante la sociedad en la que viven (o, peor aún, porque su carrera principal depende exclusivamente de cómo se ve físicamente).

Uno de los problemas que viene con estas nociones de belleza es la idea de que estas divisiones de castas sociales de belleza son “naturales”. O sea, se piensa que existen unas personas que son “naturalmente bonitas”  y otras que son “naturalmente feas” y que existe una “esencia” para lo que es ser una persona hermosa o fea. Lo que es esencial se entiende como incambiable y eterno, como algo que siempre será parte de nuestro ser. Por ende, si tienes “belleza natural” se te concede la posibilidad de que te traten mejor, de que te vean como potencial pareja y que seas deseable. Por otro lado, si te ven como persona con “fealdad natural”, se justifica maltratarte, humillarte y devaluarte como persona indeseable

Muchas personas se han mostrado vocales ante estas ideas binarias sobre lo lindo y lo feo, debido a las expectativas que se nos imponen sobre cómo debemos vernos para que merezcamos respeto, amor, cuidado y admiración. Con mucha razón, las críticas generalmente son dirigidas a cómo las ideas de belleza no toman en cuenta los factores socioculturales que influyen sobre cómo concebimos a las demás personas. 

Estos señalamientos hechos hacia la cultura de la belleza nos obligan a tener una conversación más crítica sobre el tema, algo que veremos a continuación.

No es “pretty privilege” es privilegio de deseabilidad

 

Antes de comenzar a hacer cualquier crítica sobre el privilegio que uno tiene por ser concebide como persona bella en nuestra sociedad, requerimos mirar los términos que estamos utilizando para nombrar dicho privilegio. 

Cuando le llamamos “pretty privilege”, podemos estar partiendo de la idea de que hay una esencia a lo que es ser una persona bella. Si, en efecto, existe dicha esencia, pues no importaría en qué parte del mundo se encuentre esta persona, debido a que todo el mundo le verá como una persona hermosa. Como sabemos, esto no es cierto, pues siempre es necesario reconocer que la belleza es algo relativo. El hecho de que a una persona la encuentren hermosa en una determinada sociedad no significa que en otras se manifieste de la misma manera.

Tal vez, muches estén pensando ahora mismo: si la belleza es relativa, entonces, ¿cuáles son los factores que determinan que una persona sea considerada “bella”? Es aquí entonces donde entra el privilegio por deseabilidad (en inglés, “desirability privilege”). La deseabilidad (también llamada “políticas del deseo”) es esta idea de que nosotres como personas componemos una serie de características físicas, sociales, culturales y económicas ante una sociedad o cultura determinada que nos pueden hacer ver más (o menos) atractives para las demás personas. Esto quiere decir que una persona con privilegio por deseabilidad es alguien que compone una serie de características que han sido determinadas socialmente como preferibles.

Pero, ¿cómo se determinó cuáles cualidades son preferibles y cuáles no?

Precedentes históricos de la belleza 

 

La realidad es que nuestros deseos no vienen de ningún lado. Nuestras preferencias están condicionadas por los contextos en los que vivimos. Y estos contextos tienen una historia previa que no se puede negar. El racismo, la homofobia, el eurocentrismo y el colonialismo son algunos de los miles de crímenes contra la humanidad que se nos impusieron a las personas históricamente discriminadas. Estas ideologías nefastas se insertaron dentro de nuestro idioma, prácticas cotidianas y hasta en los medios de comunicación.

Todas las personas marginalizadas crecimos viendo a través de los medios los cuerpos humanos con una serie de características específicas, las cuales podrían o no parecerse a las nuestras. Una gran mayoría de estas características daban vueltas alrededor de ideas de bellezas europeas: cuerpos blancos, con ojos azules, cabello rubio y lacio, así como pertenecientes a una clase social media o alta. Aunque muchas personas no lo crean, esto jugó un papel importante en cómo las personas con características “indeseables” nos vemos al mirarnos en el espejo. No es pura casualidad que les protagonistas de muchas de tus películas favoritas sean hombres o mujeres blancos, cisgénero y con ojos azules. Tampoco es casualidad que los villanos sean personas negras, indígenas o de cualquier país considerado “tercermundista”

Interseccionando la belleza

 

No podemos hablar de los múltiples factores que condicionan nuestra sociedad para juzgar nuestra belleza sin hablar de la interseccionalidad. Este concepto acuñado por Kimberlé W. Crenshaw da cuenta de cómo múltiples opresiones pueden estar presentes en una sola persona, así como que pueden unirse y formar nuevas maneras de opresión. Por ejemplo, no será lo mismo una experiencia para una mujer blanca, adinerada y sin crías que para una mujer blanca, empobrecida y con crías. Aunque ambas son mujeres blancas, el resto de sus interseccionalidades son polarmente opuestas y les pueden dar privilegios o desventajas. 

Si aplicáramos esto al privilegio de deseabilidad en Puerto Rico, podemos pensar cuánta diferencia puede haber entre una persona cuyas intersecciones son consideradas deseables, contrario a aquellas que sus características no lo son. Por ejemplo, ser persona negra, gorda, con diversidades funcionales, empobrecida o pertenecer a cualquier otra  intersección oprimida son características consideradas indeseables en nuestro contexto puertorriqueño. Esto empeora cuando una persona compone dos o más de estas características a la misma vez. O sea, una persona que sea negra, gorda, con diversidades funcionales, sexo-género diversa y con facciones en el rostro que no sean consideradas “finas” pudiera encontrarse con que no es el objeto del deseo de muchas personas en una sociedad que valore la blanquitud, los cuerpos delgados, la heterosexualidad y las facciones del rostro “finas”. 

Sin embargo, cuando aplicamos el principio de relatividad al ejemplo anterior, podríamos encontrar que las cosas pudieran ser un poco diferentes dependiendo del contexto donde se encuentre. Aunque es cierto que a nivel mundial la colonización nos ha impuesto estándares de belleza europeos, hay ocasiones en que algunas de nuestras interseccionalidades sean más deseables. Pudiéramos incluso encontrarnos con lugares que centralizan la belleza no convencional antes que la eurocentrada.

Por consiguiente, es necesario recordar que, a través del tiempo, han cambiado aquellos rasgos vistos como deseables, al punto de que algunas personas que eran consideradas indeseables ahora cuentan con el privilegio de deseabilidad. Sea por que se ha abierto paso a través de los medios de comunicación, a través de la moda o a través de los libros, se ha visto cambios en cómo ciertos rasgos que eran indeseables ahora son elogiados. Esta realidad solo reafirma que no hay tal cosa como una esencia de belleza, sino que dependerá del contexto en cuanto tiempo y espacio donde se encuentre una persona.

Siendo honestes con nuestro privilegio de deseabilidad

 

Para poder erradicar las nociones sociales sobre la belleza y los cuerpos deseables, es necesario que tengamos todes una conversación honesta y crítica sobre el tema. Esto aplica especialmente a aquellas personas cuya sociedad les ha definido como “bellas” (“pretty”). 

En un pasado, vi cómo personas aceptaban su “pretty privilege” desde un posicionamiento esencialista y superficial. Su aceptación no era más que un acto de arrogancia y autohalago, el cual no tocaba a profundidad la raíz de dicho privilegio. No se puede tener una conversación honesta sobre el privilegio de deseabilidad si no estamos dispuestes a reconocer que nuestras nociones de belleza están condicionadas por unos estándares predispuestos por quienes tienen poder. Estos estándares influyen sobre cómo nosotres nos comportamos, al punto de, a veces, llevarnos a moldear nuestras características físicas para asemejarnos a aquellos cuerpos deseables.  

Por otro lado, por más que el privilegio de deseabilidad favorezca socialmente a algunas personas, esto no quita la realidad de que ellas también viven muchas violencias que acompañan estas nociones sociales. Aunque todo tipo de persona es capaz de vivir ciertos grados de hostigamiento sexual, el que viven las personas entendidas como “naturalmente bellas” es justificado precisamente bajo la idea de la naturalidad.

“¿Cómo no van a querer estar contigo si es que eres una persona tan hermosa?”. “¡A este hay que cuidarlo porque las nenas se lo van a querer comer!”. “¿Qué hace una chica tan bonita sola por ahí?”. Comentarios como estos nos muestran que el privilegio de ser deseable también ejerce una presión por sostener un comportamiento esperado de la belleza.

Todes somos belles

 

La conversación sobre la deseabilidad es mucho más extensa y posiblemente requiera muchas conversaciones para que se pueda entender con mayor profundidad. Lo importante es que reconozcamos que nuestros deseos, gustos y anhelos son aprendidos y que muchos de estos vienen desde unas nociones de supremacía blanca, heterosexual, cisgénero, corporalmente capacitada y adinerada. 

Necesitamos una sociedad que celebre las bellezas individuales de cada persona, sin hacerles sentir como menos por no cumplir con estándares desproporcionadamente injustos. No podemos seguir repitiendo a las personas que trabajen con sentirse hermoses y que tengan autoamor si tenemos estructuras que sostienen estándares de bellezas jerárquicos. Necesitamos reflexionar sobre todo el material que consumimos a diario y cuestionar si la manera en que se muestra la belleza en dichos medios nos está ayudando a progresar como sociedad o a estancarnos en unos estándares discriminatorios.

Lee otras columnas de Ínaru Nadia de la Fuente Díaz

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