(Foto de archivo de Ana María Abruña Reyes)
El domingo, 9 de agosto de 2020 nos sacudió a todes la terrible noticia de una mujer en Añasco que fue drogada, amordazada y luego abusada sexualmente por cinco hombres. Su caso desató la furia de miles de personas, incluyendo organizaciones feministas que militan desde distintas trincheras para erradicar la violencia machista en Puerto Rico.
Sin embargo, también se hicieron visibles las voces de aquellas personas que apelaban una y otra vez al discurso trillado de culpabilizar a la víctima para sostener la idea de que ella fue la responsable de su propia violación. Además de despertar mucha rabia y dolor en mí, esas respuestas, no tan solo me confirmaron una vez más la urgencia de que el Estado asuma instalar políticas educativas armadas conceptualmente desde una perspectiva feminista—así como de decretar un estado de emergencia para atender la violencia machista—, sino que me invitaron a rehacer una lectura incómoda sobre uno de los tantos privilegios masculinos: la impunidad.