Foto de archivo de Ana María Abruña Reyes
Este próximo 8 de marzo, como todos los 8 de marzo, conmemoramos el Día Internacional de la Mujer. Aunque la Organización de las Naciones Unidas comenzó a conmemorar el 8 de marzo desde 1975 como parte de lo que denominó la Década de las Mujeres, no fue hasta diciembre de 1977 que se institucionalizó internacionalmente como el Día Internacional de la Mujer, inicialmente proclamado como el Día de los Derechos de las Mujeres y la Paz Internacional.
En Puerto Rico, la Ley Núm. 102 de 2 de junio de 1976, Ley del Día Internacional de la Mujer, oficializa la conmemoración del 8 de marzo. Sin embargo, según relata la reconocida activista feminista y hoy Senadora, Hon. Ana Irma Rivera Lassen, el Frente Femenino del Partido Independentista Puertorriqueño fue el primero en conmemorar el día en el año 1972 y, posteriormente, en el año 1974, la organización feminista Mujer Intégrate Ahora (MIA) continuó la celebración a la cual se añadieron otras agrupaciones feministas.
Los orígenes del 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer no están exentos de controversias. Diferente información refiere a eventos históricos distintos, pero, sin duda, todos vinculados a las luchas de las mujeres en la construcción de otra vida. Luchas que las mujeres continuamente damos en búsqueda de equidad, mejores condiciones laborales, derechos reproductivos y sexuales, igual paga por igual trabajo, una vida libre de violencias, autonomía de nuestros cuerpos, entre otras.
Resaltar el 8 de marzo como un día de reivindicaciones es importante porque su origen refiere a un hecho inequívoco: la desigualdad entre hombres y mujeres. No es un día que se instaura para celebrar los roles y características que la sociedad nos ha asignado. Es un día que se establece para visibilizar las condiciones desiguales a las que, aun hoy, nos enfrentamos las mujeres tanto en los espacios públicos como en los privados.
En ese sentido, cada año, es necesario recalcar que el 8 de marzo no es un día de felicitaciones, regalos y flores. Más bien, llama a la introspección sobre las razones por las cuales conmemoramos este día como el Día Internacional de la Mujer.
Así, ni las flores ni los chocolates aminoran los retos que las mujeres enfrentamos cada día. El hostigamiento sexual en el empleo, el acoso callejero, la violencia doméstica, la agresión sexual, el acecho, la desvalorización de nuestras aportaciones y trabajos, el mansplaining, la paga desigual por el mismo trabajo, el maninterrupting, la apropiación de nuestras ideas y trabajo, la violencia emocional y psicológica no solo en las relaciones de pareja sino, además, en otros espacios que ocupamos principalmente de trabajo, la responsabilidad de las tareas domésticas y de cuidado, la violencia obstétrica, los obstáculos en la promoción a posiciones de poder y liderazgo, en fin, todas las violencias imaginables en un mundo diseñado por y para los hombres, sus intereses, necesidades y preocupaciones.
En ese mundo androcéntrico y patriarcal, las mujeres pasamos a ser un “otro” a quien hay que darle un tratamiento diferencial, convirtiéndonos así en un asunto especial. No somos seres humanas. Somos mujeres. En tanto eso, diferentes de un estándar establecido por los hombres y susceptibles de controlar, disciplinar, esclavizar, mantener a raya, corregir, invisibilizar, apropiar, entre muchos otros “ar” a los que hemos sido sometidas históricamente. Tan es así, que hemos tenido que instaurar un día al año para dar visibilidad a nuestra existencia y a los reclamos que día tras día, años tras años, décadas tras décadas venimos haciendo.
Y no estoy planteando que seamos víctimas, hacerlo sería restarnos poder. Planteo, más bien, que somos sobrevivientes de un sistema diseñado para aniquilarnos, real y simbólicamente. En tanto sobrevivientes, nos toca hacernos cargo de nuestro poder, organizarnos con las mujeres que nos acompañan, tendernos las manos y los brazos, transformar la competencia en la que nos criaron en cooperación y solidaridad para acabar con un sistema diseñado para funcionar a expensas nuestra.
Por eso, este 8 de marzo, no recibamos flores ni chocolates. En cambio, pidamos reflexión, cuestionemos nuestros privilegios, no solo el privilegio masculino, todos los privilegios. Salgamos a la calle. Alcemos nuestras voces. Escojamos creerles a las sobrevivientes de violencia. Paremos al pana que hace chistes machistas. Dejemos de pensar que Fulana llegó a su posición porque se acostó con alguien. No juzguemos la vida sexual de otras mujeres ni les restemos valor por esta. Practiquemos el amor: el propio y a las mujeres que nos rodean.
En un mundo que parece y nos enseña a odiarnos, amarnos y amar radicalmente, es un acto de supervivencia. Este 8 de marzo, no nos regales flores, apóyanos en nuestros reclamos y cuestiona tus privilegios.