(Foto de archivo)
Como profesor universitario, no estoy exento de equivocarme. Errar es parte del proceso de aprendizaje. Lo importante es reconocer en qué instancias actué mal y estar en disposición de enmendar aquello que comuniqué incorrectamente. Hacerlo no solo nos engrandece como docentes, sino como humanos.
A pesar del reconocimiento a la posibilidad de equivocarme, hay un aspecto que me provoca bastante tensión. Me refiero a la posibilidad de equivocarme utilizando los pronombres incorrectos o no llamar a estudiantes por su nombre de elección. Hablo, sobre todo, de las comunicaciones con estudiantes de experiencia trans y no binaries.