West Side Story es un musical que involuntariamente ha marcado la historia cultural de Puerto Rico. Una reinvención de la historia de amor trágica de Romeo y Julieta, el musical se ha destacado por su inclusión de les puertorriqueñes como personajes principales. Aun así, la mayoría del elenco en la adaptación original de 1961 estuvo representada por actores blancos sin ascendencia latina. La excepción es la puertorriqueña Rita Moreno, quien recibió muchas críticas por el uso de brown face, la práctica racista de una persona blanca o de tez clara pintarse de un color más oscuro al de su piel. Sesenta años después, la historia se repite.
Para quienes no se han familiarizado con la trama, West Side Story (2021) es una adaptación de la obra de 1957 creada entre cuatro hombres blancos de los Estados Unidos. Jerome Robbins dio vida al concepto, Stephen Sondheim a las letras de las canciones, Leonard Bernstein a la música y Arthur Laurents al libreto. Se enfoca en el amor entre dos jóvenes, Tony (Ansel Elgort), un hombre blanco, y María (Rachel Zegler), una joven puertorriqueña. Ambos son parte de gangas rivales, los Jets (hombres blancos) y los Sharks (hombres puertorriqueños), en la ciudad de Nueva York.
Nuevamente, nos encontramos siendo representades por obra y gracia de otro creativo blanco de los Estados Unidos. Steven Spielberg, director legendario del cine norteamericano, se propuso darle una nueva perspectiva a la obra junto al escritor Tony Kushner, con el cual ha colaborado anteriormente para Lincoln (2012). Pero, ¿cuál exactamente sería esa nueva perspectiva?
En el 2018, Spielberg y Kushner formaron parte del equipo de producción que se presentó en el recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico para una conferencia. Entre las personas presentes, estaban el crítico de cine Mario Alegre y la actriz y profesora de teatro y actuación Isel Rodríguez. Ambos presentaron preocupaciones genuinas sobre cómo Puerto Rico fue representado en la adaptación original, con acentos aborrecibles y letras violentas.
¿Cuál era la necesidad de otra adaptación? ¿Qué tendrían que hacer para mejorar los estereotipos racistas de la adaptación de 1961? ¿Cómo pensaban representar a les puertorriqueñes esta vez? Sus respuestas, de acuerdo al crítico Alegre, solo rasparon la superficie.
Después de tener la oportunidad de ver la adaptación nueva, estuvo claro que Spielberg y Kushner sí tomaron en consideración todo lo que fue compartido esa tarde en el recinto. La nueva y remodelada versión del musical demostró que hubo un intento de más respeto hacia les puertorriqueñes y nuestra cultura. Aún así, es evidente que la película sigue siendo contada por un turista cultural.
No hay una conexión genuina entre el material y Spielberg. Todo se ve lindo, con coreografía impresionante – dirigida por el matrimonio de Justin Peck, de ascendencia argentina, y Patricia Delgado, de ascendencia cubana – y cinematografía llamativa, pero la representación de la idea central es superficial.
Esta vez, la película tiene un enfoque en la supremacía blanca y la condena. Los Jets insisten en antagonizar a los miembros de los Sharks. Una escena, en específico, presenta a los Jets mutilando un mural de la bandera puertorriqueña junto a una cita de Pedro Albizu Campos que lee: “La patria es valor y sacrificio”. Nunca explican el razonamiento de este mural o el valor de las palabras de Campos en la pantalla grande. Igualmente, en esta versión, Bernardo (David Álvarez) es un boxeador, lo cual es representativo de la cultura puertorriqueña como uno de los deportes más populares y valorados en la isla y la diáspora.
La película expone muchas referencias sutiles a la cultura puertorriqueña, pero no les da el espacio para trascender. Simplemente, son detalles con el propósito de adornar el privilegio blanco desde el que se realiza el proyecto. Por ejemplo, el uso del himno revolucionario de Puerto Rico con la letra original, de Lola Rodríguez de Tió, acompañada por un “Viva Puerto Rico libre” de uno de los miembros de la ganga puertorriqueña, así como otros símbolos del movimiento independentista de Puerto Rico, sin ninguna explicación ni contexto. El idealismo es mera estética.
A pesar de que se planteó este proyecto con el propósito de crear una pieza de orgullo latino, las personas que dominaron al frente y detrás de las cámaras aún son blancos. Muchos de los actores del elenco son de mera descendencia latinoamericana, no específicamente puertorriqueña. Es evidente la ausencia de personas afrodescendientes visiblemente negras, con la excepción de Ariana DeBose e Ilda Mason. Mientras Spielberg ha anunciado que, al menos 20 de los 30, “Sharks” son puertorriqueñes, la mayoría son personajes de fondo. A pesar de un supuesto intento de tener actores puertorriqueñes en papeles protagónicos, muchas personas quedaron desilusionadas con el proyecto. Ese intento por ampliar la participación de actores de ascendencia puertorriqueña es debatible por la decisión final de elegir a una actriz colombiana y polaca como protagonista.
En fin, West Side Story nunca fue creada para puertorriqueñes. Es una película que existe con el propósito de satisfacer a una audiencia primordialmente blanca. Es una fetichización de la lucha comunitaria en la gran migración puertorriqueña de la década de 1940 a la isla de Manhattan.
La nueva adición al legado de West Side Story continúa con la glorificación del sueño americano que se les ha vendido a les puertorriqueñes desde la infancia por biberón. No importa cuántas veces la trama sea contada o cuántos detalles culturales le añadan como “easter eggs”, es evidente que la historia, simplemente, no funciona.
West Side Story se exhibe actualmente en las salas de Caribbean Cinemas.