Cuando estás en la escuela y en la universidad, la mayor parte del tiempo, te relacionas con personas de tu misma edad, pero, cuando entras al mundo laboral, te toca aprender a relacionarte con personas de distintas edades. Y en muchas ocasiones, el choque generacional es evidente. Hay unas problemáticas que ya se han cuestionado en mi generación y nos hace ser un poco más conscientes de ellas.
Tal vez, puede ser una generalización muy grande, pero, desde mi experiencia, la obsesión con la belleza, la delgadez y la juventud la veo más arraigada en las mujeres de la generación X y en las “early” millennials que en la generación Z y en las “late” millennials, aunque esto está cambiando con la generación alfa. Es como si, en vez de avanzar, estuviéramos retrocediendo.
Con los cuestionamientos que el feminismo ha hecho en los últimos años y que han tenido mucha visibilidad en las redes sociales, las mujeres jóvenes están un poco más conscientes de los altos estándares a los que la sociedad patriarcal nos somete.
“Que no se te noten las arrugas”. “Que no se te note que tienes los labios y los senos pequeños”. “Que no se te noten las estrías”. “Que no se note que tus senos ya no son los mismos después de la lactancia”. “Que no se te note que engordaste”. “Que no se te note y que no se te note”. A las mujeres, no se nos puede notar nada.
En respuesta al que “no se nos note”, las mujeres se someten a distintos procedimientos quirúrgicos y estéticos que, en ocasiones, ponen en peligro sus vidas y comprometen su salud.
A todo, le añadimos que hay un sinnúmeros de memes que se divulgan en las redes sociales con comentarios que hacen alusión a las operaciones estéticas como si fueran un chiste: Hace algunas semanas, leí un meme que decía: “Quiero un hombre que me envíe a Colombia”.
¿Libre elección?
En una sociedad en la que las mujeres han conseguido igualdad formal, igualdad ante la ley, se cree que esa igualdad se materializa en la vida real. Realmente, vivimos rodeadas de discursos machistas y sexistas que siguen enfatizando que el valor de la mujer depende de cuánta juventud, belleza y delgadez tenga.
Como menciona la feminista y filósofa Ana de Miguel en su libro Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección, en la sociedades igualitarias, la reproducción de los valores patriarcales se dan a través del mundo de la creación, los medios de comunicación y el consumo de masa.
Solamente hay que ver cómo la generación alfa, niñas y preadolescentes entre 9 a 13 años, están comprando productos de bellezas en tiendas como SEPHORA. Está de más decir que esto es una hipersexualización de la niñez. Y que estas dinámicas se han dado por el contenido que consumen las niñas y las preadolescentes a través de plataformas como TikTok. Además, la falta de contenido mediático dirigido verdaderamente para la niñez y la adolescencia. Mis exestudiantes de escuela superior veían series como Élite y Euphoria, aunque en estas series sus protagonistas son “adolescentes”, el contenido no está dirigido para esta población, sino para una adulta.
De Miguel menciona que la industria de la comunicación y el consumo de masa ha encontrado en esta reproducción acrítica de la libertad de las mujeres un potente negocio. “El mercado se diversifica para que nadie quede fuera”, expone De Miguel.
Ahora, las mujeres somos libres dice el discurso predominantemente. ¿Qué más queremos si ya lo tenemos todo? Pero, realmente, ¿somos libres? Yo pienso que hay que matizar el significado de esta libertad. Para matizarla, voy a trasladarme a mi niñez.
A mí, como a muchas otras niñas, me educaron con unos valores de la feminidad tradicional bien potentes. Las niñas son delicadas, son de la casa, no se ensucian, están siempre bien arregladas y peinadas, se sientan como niñas, caminan como niñas, no son groseras, están destinadas a ser madres, son responsables del hogar, etcétera.
Todas estás enseñanzas laceraron mi autoestima y mi autopercepción en la adolescencia. Por más que hacía, no llegaba al modelo de la mujer perfecta. Esto me llevó, también, a crear una fuerte rivalidad y competencia con otras mujeres que, desde mi punto de vista, sí cumplían con ese estándar, aunque esas mismas mujeres también estaban batallando con un montón de conflictos e inseguridades.
En mi caso, el feminismo me ayudó a entender que existen muchas formas de ser mujer y explorar mi identidad como mujer. También, me ayudó a redefinir qué significa ser mujer para mí y desde qué lugar quiero vivir mi feminidad. No obstante, en estos tiempos, no todas las adolescentes y las niñas tienen acceso a lo que realmente significa el feminismo. El feminismo sigue siendo un estigma, que, en nuestra sociedad, se sigue viviendo desde el desconocimiento, la crítica, la burla y la descalificación.
Tampoco es casualidad que el modelo de feminidad tradicional esté resurgiendo con tanta fuerza en estos momentos. Hay que recordar que hay unos grupos ultraconservadores que ejercen una presión social increíble, pues sienten que están perdiendo el poder. Quieren a toda costa seguir manteniendo un modelo desigual entre hombres, mujeres y las identidades diversas.
Esta columna no pretende ser una crítica a las mujeres que deciden someterse a cirugías estéticas, a las que deciden experimentar distintos procedimientos para adelgazar o a las desean seguir el estándar de belleza de la feminidad tradicional, sino a repensar estos mandatos un poco más allá.
A reconocer que vivimos plagadas de estereotipos femeninos desde que somos muy niñas y que muchas de nuestras decisiones en la adultez están relacionadas con esta socialización que recibimos en la niñez. Es un llamado a comprender que hay verdades que pueden coexistir al mismo tiempo, y que una no descalifica la otra. Es también un llamado a asumir un compromiso con las poblaciones más jóvenes y que debemos crear un mundo en el que la feminidad se pueda vivir desde un espectro mucho más amplio.