“Las niñas de nuestra tierra
quieren ser libres para jugar
y esta plena es para ellas
pa’ que las dejen vivir en paz”.
(Plena Combativa, 2020)
Hace unos días, mientras trabajaba en el Quilombo feminista que organizamos desde la Colectiva Feminista en Construcción para conmemorar el 8 de marzo, una niña me sorprendió. Llegó a la carpa donde estábamos vendiendo mercancía, y su mamá me dijo que ella quería donar un dólar. Mi corazón se estremeció. Lo tomé y se lo pasé a mi compañera que estaba manejando el dinero mientras intentaba contener las lágrimas. La niña cargaba una pequeña pancarta que tenía un mensaje poderoso por cada uno de sus lados. El primero que pude ver leía: “La lucha feminista también es de las niñas”. El otro lado era aún más contundente: “En memoria de todas las niñas a las que no les creyeron”. Quedé paralizada y hasta hoy no he dejado de pensar en ella. Una mezcla de sentimientos me arropa cada vez que la recuerdo o regreso a su foto.
Por un lado, me hizo pensar en lo poderosa que puede ser la representación para una niña donde es vista y reconocida. “La lucha feminista también es de las niñas”, me recordó los espacios a los que también debemos apostar cuando construimos comunidad. En la realidad de las cosas, las niñas no pueden ser feministas porque, según algunos, no tienen la capacidad de decidir ni de entender. Se niegan a la educación con perspectiva de género y hasta se inventan que podemos confundirlas con tanta información. Mienten. Las niñas hoy más que nunca necesitan saber el lugar que ocupan en este mundo sin perder de perspectiva que las cosas siempre pueden ser mejores de lo que son. Deben saberse dueñas de sus cuerpos y rodeadas de una red que las protege y sostiene. Recuerdo a aquella niña y pienso en su madre. En las tantas conversaciones incómodas que, probablemente, tiene con ella para construirle un mejor porvenir. En las terribles realidades de la vida de las que debe advertirle para cuidarla. Pienso en el reto que ha implicado criar niñas a lo largo de la historia. En la presión patriarcal para cumplir estereotipos y roles que nos reducen a unos lugares bien particulares y controlados por la mirada masculina. Ya Adrienne Rich nos había hablado sobre esto.
Regreso a la presencia y agencia de esta niña reclamando otras realidades. Construir otra vida también implica desmantelar las maneras en que nos criaron y apostar por crianzas feministas y solidarias. Hace falta romper con el imaginario del feminismo blanco liberal que centra las experiencias de las mujeres en el empoderamiento individual y en seguir reproduciendo dinámicas de poder que solo siguen explotando a más personas. Ese feminismo es solo una ramificación de la tripleta capitalismo/patriarcado/racismo.
Recuerdo a Marta Sanz reconociéndose vulnerable ante esto: “Me da miedo que el sistema se nos coma con un aura de buen rollo y de corrección política, que al final es la apisonadora del pensamiento neoliberal. […] Para mí es muy importante reivindicar una manera del feminismo en la que la desigualdad de género está indisolublemente ligada a la desigualdad de clase. El feminismo podría llegar a ser una palanca de transformación integral de la sociedad, que también afecte al modelo económico, al concepto de clase, a la desigualdad por razones de raza… Es algo absolutamente integral”.
Yo digo que los feminismos trazan diferentes objetivos, por eso hay tantos. El nuestro debe ser antipatriarcal, anticapitalista y antirracista. Nuestras niñas en todas sus diversidades necesitan verse y reconocerse en las otras para poder construir una comunidad que las aleje del pensamiento capitalista y blanco de que el feminismo es llegar bien lejos, ocupar meramente espacios que son de hombres, llamarse jefas de alguna empresa o ser la cabecilla de un banco. Es mentira. No hay dignidad ni reivindicación en esto.
Vuelvo a la niña empeñada en su cartel: “En memoria de todas las niñas a las que no les creyeron”. Escribo para recuperar esa memoria que tanto nos ha fallado a nosotras. Se me estrujó el corazón. Recordé a tantas compañeras, amigas y hermanas que ya de adultas aún guardan el trauma como una pena y culpa que no les corresponde. No sé si esta niña lo sabe, pero reconoce la duda que, muchas veces, ha silenciado a tantas otras. Esto pasa porque en la mayoría de los casos de violencia sexual, el agresor es un familiar cercano de la sobreviviente. Pienso en esas que no han podido contar su verdad porque no hay espacios seguros para ellas, porque saben que no les creerán. Las pienso y las abrazo.
En la realidad de las cosas, los niños y las niñas parecen no tener mucha importancia al momento de tomar decisiones o transitar el mundo. No son tomados en cuenta y les reducen a un espacio ocupado que espera por nuestra atención. Regreso a Marta Sanz en una de sus tremendas novelas: “los seres que desde pequeños son obligados a luchar por la vida, los ceros a la izquierda, los niños que comen en una mesa separada para no molestar a los mayores y se meten la comida en la boca igual que criaturas salvajes. Los niños a los que se les ha hecho sentir niños como si eso fuera una deficiencia y una culpa que se cura con el envejecimiento” (La lección de anatomía, 81). La niñez no debería ser una condena para la ignorancia y la indiferencia. Los niños y, en este caso particular las niñas, son parte integral de esa vida que queremos construir. Más allá de nuestro futuro, las niñas son parte fundamental del presente y es imprescindible que sean referentes de nuestra lucha y apuesta.
Mientras pienso todo esto, vuelvo a los tres reclamos puntuales que desde la Colectiva hemos denunciado: el desplazamiento, la violencia antinegra y la violencia de género. Violencias que atraviesan de forma directa a nuestras niñas y que las vuelven más vulnerables en la medida en que sus madres también lo son. Es un círculo que da la vuelta una y otra vez y que debemos comprometernos en desmantelar. No habrá país seguro para nuestras niñas si no apostamos a construirles otra vida en comunidad. Se lo debemos.