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La educación que reproduce la colonialidad en la escuela pública y en los colegios

Entre les niñes de escuela pública y los de colegio

(Foto por Alejandra Lara Infante)

Uno de esos días de tutorías, a las 10:30 a.m., estoy sentada en la mesa con Matías, leyéndole un cuento en el módulo de español que se titula Nuestra historia. Decía lo siguiente: 

“En una isla en el Mar Caribe, habitaban lo indios taínos. Estos llamaban a la isla Borinquén, que significa tierra valiente. Los taínos pescaban, cazaban y jugaban en el batey. Cristóbal Colón partió de España en tres naves, La Niña, Pinta y Santa María. Cruzando mar abierto, la isla descubrió. La llamó San Juan Bautista y más tarde a Puerto Rico su nombre se cambió. Luego de los españoles, llegaron los africanos y mucho trabajaron. Los puertorriqueños somos una mezcla de estos tres grupos”.

La pandemia por COVID-19 ha cambiado la cotidianidad de vida de muchas personas. La mía no ha sido la excepción. Estaba cursando mi último semestre de bachillerato en la universidad y trabajaba como niñera. De cuidar a les niñes de los médicos, los abogados y empresarios de este país, los que tienen el privilegio de estudiar en Robinson School y vivir en las áreas urbanizadas con control de acceso, estoy dándole tutorías al sobrino de mi compañero, un niño de 6 años, que estudia en escuela pública.

Lee aquí: Pensarnos desde el feminismo negro y la decolonialidad

Entre la urbanidad y la ruralía se tejen las diferencias

Yo resido en Bayamón, en medio del suburbio urbano, cerca de centros comerciales y universidades. El pueblo del tapón: la gente toca bocina desenfrenadamente, anda con prisa y te hace cortes de “pastelillos”.

Matías, el niño al que le doy tutorías, vive en Trujillo Alto, en el área rural. Allí, a las 8:00 p.m. hace un frío terrible, aunque sea verano, y el verdor se apodera del paisaje por completo. Así que, me traslado de Bayamón, donde colores grises como el cemento me acorralan, hacia Trujillo Alto. Allí, la abundancia de árboles me hace sentir saludable.

Aunque Bayamón y Trujillo Alto están relativamente cerca, vivir en el municipio del chicharrón, a pesar del calor infernal, tiene sus privilegios. Al residir en un área urbana, tengo acceso a un internet rápido. En la casa de Matías, seudónimo que utilizo para proteger su identidad, la velocidad del internet es lentísima. En el sector La Sabana, ninguna compañía de internet provee el servicio.

Las gríngolas del Departamento de Educación

El Departamento de Educación, al parecer, entiende que todes les niñes de Puerto Rico cuentan con un internet de calidad, una computadora para ver los módulos asignados y una impresora para imprimir los ejercicios y hacerlos. Matías puede hacer sus asignaciones gracias al mobile-hotspot de mi celular y a mi computadora.

Para que la tutoría sea divertida, vemos los vídeos del “Mono sílabo”, una marioneta que canta las combinaciones de consonantes con vocales. Sin embargo, tengo que esperar aproximadamente seis minutos para que el vídeo cargue. Mientras esperamos, cantamos la “m” con “a” dice “ma”, la “m” con la “e” dice “me” hasta llegar a “mu”. Y así, intento que se relacione conmigo, olvidando mientras aprende. Olvidando sus limitaciones de accesos como niño de escuela pública y de clase social media baja.

Educación machista institucionalizada

Cuando llego a Trujillo Alto, además de enfrentarme a la falta de accesibilidad de tecnología, me enfrento al monstruo del Departamento de Educación. Es un sistema educativo que dosifica los cuerpos. Desde mi posición como estudiante universitaria y producto de las escuelas públicas, el Departamento de Educación funciona como una institución hija del patriarcado. La ausencia de un currículo educativo con perspectivas de género feministas tiene como consecuencia la opresión de los cuerpos feminizados y las disidencias de género, al proveerles una educación desde la mirada del hombre. Me gusta hacer énfasis en la palabra “feministas” porque la educación con perspectiva de género ya la tenemos, pero esa perspectiva es masculina.

La carencia de la educación feminista implica la proliferación de la violencia machista; los crímenes de odio y el discrimen en contra de las personas LGBTIQA+. Los discursos ultraconservadores quieren pasar por alto el valor de la enseñanza como un factor esencial para disminuir estas violencias. Y es que cuando los grupos marginados intentan atajar el problema de raíz, el patriarcado se ve amenazado, pues su base más fuerte la sostiene el sistema educativo de cada país.

La educación primaria y secundaria opera en nuestras vidas como uno de los primeros entes disciplinarios para que les cuerpes responda al mandato social hegemónico. Foucault decía que “tener éxito en la escuela supone, inevitablemente, un primer paso para tener éxito posterior en la sociedad sumisa y disciplinaria en la que vivimos”.

Tras el aislamiento y el cierre de las escuelas por la pandemia, el Departamento de Educación les entregó a las maestras de kindergarten cuatro módulos: matemática, español, ciencia e inglés para que los padres trabajen con sus hijes. Ese es el material que utilizo en las tutorías, entre otras actividades que invento.

Reproducción de la colonialidad

Al terminar de leer el fragmento de Nuestra Historia, pensé en cómo el sistema de educación reproduce la colonialidad del poder, es un concepto utilizado por el sociólogo Ramón Grosfoguel para referirse a la continuidad de las formas de explotación y dominación por parte los colonialistas después de la ausencia de las administraciones coloniales.

¿Cómo le voy a enseñar a Matías que somos la mezcla de tres razas sin explicar el proceso colonial, sin decirle sobre la explotación de los africanos y el genocidio de los taínos? ¿Cómo voy a sostener que los españoles vinieron a salvar a América sin problematizar en que las poblaciones ancestrales tenían sus propios sistemas culturales y sociales? Mi intención no es romantizar a los taínos, ellos también contaban con estructuras sociales jerárquicas. Más bien, me gustaría que él entienda que no se le llama “descubrimiento” a un territorio que ya estaba poblado. Quiero que cuestione.

Los discursos de “los taínos como seres dóciles”, “las tres razas que se mezclaron con mucho amor y paz” y “los españoles trajeron el ‘progreso’ a América” tienen su razón de ser. Responden a un mandato que continúa perpetuando la inferioridad de los países caribeños y latinoamericanos. Puerto Rico sigue siendo la colonia más antigua del mundo porque los discursos de inferioridad se internalizan y terminan formando parte del sentido común. Además, crea un miedo social que mantiene las jerarquías entre los nortes y los sures. En tiempos de tantos cataclismos, el llamado, casi siempre, es a la resiliencia.

Entonces, me pregunté: ¿cómo la estarán pasando les niñes que cuidaba en San Juan y Guaynabo? Estoy segura de que muchos tienen un internet de calidad y el colegio les proveyó computadoras. Además, tienen sus correos electrónicos institucionales para recibir el material asignado por sus maestros.

Ya quisiera yo que la educación solo consistiera en los recursos para acceder a ella. Pero, hay que ir más allá. Hay que pensar en la educación misma y en los intereses de poder que hay detrás de ella. Como diría Foucault, la verdad/conocimiento no existe aislada de los sistemas de poder que la reproducen y la mantienen.

No importa el lugar en el que yo eduque a les niñes, siempre habrá intereses que trabajan para el poder. Quizás, en unos casos, más visibles que en otros.

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