Siempre he sido una romántica empedernida. Tal vez fueron todas las películas de Disney que vi de pequeña y todos cuentos de hadas que leí. Al final de todos, lo esencial era acabar con un príncipe azul y ser “felices por siempre”.
Me llegó muy bien el mensaje, pues desde pequeña siempre he tenido novio, hasta imaginario; le pueden preguntar a mi mamá. Muchas veces fui yo la que pidió “el sí” o la que tomó el primer paso. Nunca me dio vergüenza mi impulsividad, pues siempre he accionado desde mis sentimientos. Y es que me gustaba la idea esa de estar enamorada, de escribir cartitas, de regalar peluches y chocolates.
Me parecía que era algo bonito, eso de estar vivos y enamorados. El amarnos, querernos, abrazarnos y acompañarnos.
Con el tiempo y varios novios después, me enteré que hay más violencia que peluches en las relaciones “afectivas.”
Poco a poco ya no se pedía “el sí”, ya no se mandaban cartitas, ya no se era amigos después de dejarnos en el recreo.
Ahora, se gritaba, se celaba, se pegaba, se violaba y si tenías suerte, te descartaban después de dejarse.
Si no tenías suerte y él no quería seguir con su vida, podías estar meses bregando con el acoso, la obsesión, la persecución, los reclamos y la angustia.
De pronto, las películas de Disney y los cuentos de hadas se veían muy lejanos. Ya no coleccionábamos cartitas de amor, sino que teníamos un cúmulo de experiencias violentas que manejábamos entre amigas.
Hoy día puedo nombrarlo como violencia, pero en ese entonces me parecía que era la norma, que así eran las relaciones, que así era el amor. Y es que no hay una sola mujer que conozca que no haya tenido una relación enmarcada en algún tipo de violencia. Muchas veces pensamos en “la violencia” como ese daño físico: los golpes o el feminicidio. Pero la realidad es que nos van matando mucho antes de que nuestro corazón deje de latir.
Nos van matando cuando nos manipulan, cuando nos mienten, cuando difunden nuestras fotos sin consentimiento, cuando nos violan, cuando nos controlan, cuando no nos dejan ir, cuando nos hostigan, cuando “hackean” nuestras cuentas, cuando se aparecen en nuestros espacios, cuando atentan contra lo que amamos, cuando nos obligan a denunciar, cuando violentan órdenes de protección, cuando nos someten a procesos tediosos y revictimizantes, cuando le cuentan a sus amigos nuestra intimidad, cuando nos utilizan como espacios para ejercer poder, control y violencia.
Aclaro que todo lo antes descrito lo he vivido yo o lo han vivido mis amigas. No son teorías, no son supuestos para encajar en un discurso particular; son anécdotas, son nuestro diario vivir.
Recientemente, nos asesinaron a Sandra Enid Bones Roque, de 22 años. Está acusado por el crimen Kevin Soto Vázquez, de 18 años; por asesinarla frente a su hijo, de 3 años, y su hija, de un año. La Policía encontró a lxs niñxs dormidos dentro del carro. Supongo que se quedaron dormidos luego de tanto llorar mientras su madre se desangraba en la acera.
Según la investigación de la Policía, Sandra y Kevin solo llevaban saliendo dos meses. Dos meses y bastó una discusión para que él le pegara 11 disparos. Ya Sandra venía siendo violentada antes de esos 11 disparos. Ya se había sometido al proceso de denuncia por Ley 54 contra el padre de sus hijos y sabemos que esa denuncia viene luego de vivir y soportar mucha violencia.
Entonces, ante tanto dolor y tanta rabia ya, no sé hacia quién es el mensaje, ni a quién debo hablarle. Por más que insistan en llamarnos “feminazis” y decir que “odiamos a los hombres”, nosotras no los perseguimos, no los calcinamos, no los tiramos de un puente, no les pegamos 11 tiros, no los violamos, no los descuartizamos, no creamos páginas con su contenido íntimo, no les impartimos ni un cuarto de la violencia que sistémicamente nosotras tenemos que tolerar a diario.
Así que les hablaré a ustedes, a los hombres:
Les pido que nos dejen vivir, que nos dejen tranquilas, que nos dejen en paz. Les aseguro que hay más vida después de cualquier experiencia que puedan tener con cualquier persona. Les aseguro que librarse de los mandatos del patriarcado les hará bien, les permitirá mejor calidad de vida y una felicidad que solo ustedes se pueden brindar. No nos llamen 37 veces obsesivamente. No nos sigan. No se llenen la boca con sandeces sobre nosotras, no nos peguen, no nos violen, no nos maten.
No podemos seguir enterrando hermanas. No podemos seguir así.
Les pido, por favor, déjennos vivir.
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