Siempre he sido una romántica empedernida. Tal vez fueron todas las películas de Disney que vi de pequeña y todos cuentos de hadas que leí. Al final de todos, lo esencial era acabar con un príncipe azul y ser “felices por siempre”.
Siempre he sido una romántica empedernida. Tal vez fueron todas las películas de Disney que vi de pequeña y todos cuentos de hadas que leí. Al final de todos, lo esencial era acabar con un príncipe azul y ser “felices por siempre”.
Perdón, Alexa.
Tu cara recorrió las redes. De ti se burlaron, de ti emitieron juicio y hasta historias inventaron. Perdón, Alexa. Sufriste un sinnúmero de violencias, fuiste víctima del sistema y no había ningún tipo de apoyo para ti. Estabas sola y no hicimos nada.
¿Cuántas veces nos hemos aguantado un grito, una queja o una molestia por no “molestar”? ¿Por qué insistimos en asegurar la comodidad del status quo mientras arriesgamos nuestra dignidad y bienestar?
A veces, me pregunto si será cultural, si el “ay bendito” nos ha calado tanto que nos sentimos fuera de nuestro elemento cuando nos quejamos, protestamos o alzamos la voz. La apología puertorriqueña es intensa y está presente hasta en nuestros peores momentos.
Por un tiempo, pensé que tener más mujeres en la política sería la solución a todos los problemas políticos, económicos y sociales. ¡Qué equivocada estaba! Es mucho más complejo que esto, pues ni las mujeres, ni las feministas somos un grupo homogéneo.