(Foto por Willín Rodríguez)
Cuando llegué a casa la mañana después de la renuncia, mi madre, entre una cosa y otra, comenzó a criticar la manifestación que hubo frente a la catedral de San Juan. Me bastó, luego, entrar a las redes para constatar con los comentarios de los vídeos y fotos lo conservador, machista y clasista que sigue siendo este país. Me sorprendió mucho que, de todas las cosas que habían sido noticia sobre la renuncia del primer mandatario, la gente le estuviese prestando tanta importancia a un perreo frente a la catedral.
Como mi madre, muchos se quejaron de la manifestación ocurrida el pasado 24 de julio, catalogándola de depravada e irrespetuosa, que la misma atentaba contra los valores de nuestro pueblo. “Apoyo la manera en la que cada cual desee protestar, pero hasta ahí”, “se pasaron”, “no me representan”, fueron varios de los comentarios que se leían en las redes sociales respecto a la manifestación.
No obstante, me tomaré la molestia, como académica que soy, de desglosar y analizar el perreo combativo para argumentar a su favor y demostrar que es igual de válido e importante que el resto de las manifestaciones que se han gestado en las últimas dos semanas de lucha.
La grajeada y El perreo combativo fueron convocados por un colectivo cuir, conformado en su mayoría por jóvenes y estudiantes, por la disidencia sexual y de género, la libertad de protestar y para generar espacios seguros donde poder manifestarse a su manera, además del obvio reclamo de la renuncia de Ricardo Rosselló. El colectivo decidió realizar el evento en las escalinatas de la catedral como un gesto de performance político y de denuncia frente a un edificio que representa uno de los mecanismos principales de opresión hacia el colectivo LGBTQ+. De no haber sido ahí, creo que no hubiese cumplido con su cometido, como cabalmente lo ha hecho, dando de qué hablar y generando discusión pública sobre el tema.
Después de que se viralizaran varios vídeos de personas bailando en traje de baño y mujeres mostrando sus tetas frente a la iglesia, el público puertorriqueño se alarmó y acusó a estxs jóvenes de depravadxs, de haber profanado y haberle faltado el respeto al lugar sagrado de Dios.
Me atrevo a decir que esta falsa moral de la opinión pública se da principalmente porque las personas desnudas son mujeres y personas no binarias. No es ni siquiera por el hecho de que estén frente a la catedral de San Juan.
De seguro, si se hubiesen desnudado y metido dentro de la fuente de la Plaza de Armas, hubiese sido el mismo cuento; como lo fueron en los primeros días de protesta los comentarios hacia las jóvenes que se hicieron body painting con la bandera de Puerto Rico y se pararon frente a la barricada de la calle Fortaleza como acto de resistencia. Fueron criticadas de igual manera por su “desnudez”, a pesar de que no estaban cometiendo ningún acto que pareciese ser vulgar, ni se encontraban en ningún lugar de índole religioso.
El dilema que de antemano preveo es, claramente, que la sociedad puertorriqueña aún no puede ver un par de tetas al aire sin pensar en sexo, sin criminalizar la desnudez, sin que todo el peso y la culpa caigan sobre la mujer. Y gran parte de la culpa de que pensemos así a estas alturas del siglo XXI la tienen la Iglesia y sus doctrinas moralistas de censura que ha aplicado sobre los cuerpos desde antes del Renacimiento.
¿Acaso no era esta una protesta que reivindicaba a las putas? ¿Acaso no todas éramos “putas, pero no corruptas” como decía la consigna? ¿O acaso éramos solidarios con la causa de la putería hasta que la putería se nos mostró en la cara?
Para aquellos que alegan que hubo un profanamiento a un lugar sagrado, les diré lo siguiente. El profanamiento es una falta de respeto que nace del odio y la irreverencia, y, sobre todo, es un acto que se hace a sabiendas de que se está cometiendo el profanamiento. La protesta nace de la crítica y del descontento. Esta protesta, en específico, nacía de la alegría y del disfrute de nuestros cuerpos y de nuestras sexualidades, que han sido reprimidas por tanto tiempo por mecanismos institucionales, como la Iglesia.
Si quieren hablar de profanamiento, hablemos del profanamiento que por siglos ha hecho la Iglesia y el cristianismo rajatabla sobre los templos sagrados de nuestros cuerpos y nuestras subjetividades, con metodologías como las terapias de conversión que nos impiden celebrarnos, vivir en felicidad con nosotrxs mismxs, amar a quienes deseemos y expresarnos como deseemos. Eso sí es un profanamiento a la libertad. Y, es gracias a la Iglesia y a las prácticas sociales del cristianismo, justamente, que hay tanta desinformación, prejuicio y tabú sobre el sexo, sobre el cuerpo de la mujer, sobre la identidad y los roles de género, sobre la diversidad sexual, sobre las relaciones de pareja fuera del matrimonio, sobre el divorcio y sobre al aborto.
Fue la Iglesia, en las últimas dos décadas del siglo XX, la primera en fomentar el discurso de que la epidemia del VIH (SIDA) era un castigo del Señor para acabar con los homosexuales; que nos lo habíamos buscado por burlar la ley natural de Dios. Fue la Iglesia una de las principales instituciones que apoyó y fomentó el comercio de esclavos en tiempos de la conquista, obligando a los esclavos a dejar sus creencias y convertirse al cristianismo. Fue la que en el período de la Santa Inquisición (creada en España en 1478) cometió torturas y asesinatos crueles contra toda persona que profesaba un credo distinto al cristianismo y sigue siendo en la actualidad una de las principales instituciones a nivel global que más encubre delitos sexuales contra menores.
Es decir, la Iglesia (Católica, específicamente) lleva por años, entre la agresión y el silencio, violentándonos el derecho a la felicidad y libertad bajo el pretexto de su moral cristiana; y peor aún, sigue siendo cómplice del Estado y dejándose usar por funcionarios gubernamentales para manipular la opinión pública de las masas. No se nos olvide que la Iglesia siempre ha tenido un íntimo lazo con el Estado. No es casualidad que la calle Fortaleza y la calle del Cristo se intersequen en forma de cruz.
Muchos piensan que la comunidad no tiene por qué estar aprovechando este momento para impulsar la causa por los derechos LGBTQ+ en la isla. Que lo menos que a alguien le importa en este momento es con quién nos acostamos o con que género nos identificamos, que la causa principal de este movimiento era sacar a Ricardo Rosselló de la gobernación.
Pero, no es así. Haciéndome eco del discurso que profesó mi amiga María José, activista de la comunidad LGBTQ+, en el Paro Nacional en el expreso Las Américas, reitero que es justo el momento para visibilizar nuestras necesidades e inquietudes. Hacer que Rosselló renuncie es renunciar también a la homofobia, la misoginia, la macharranería y la violencia que él representa y que su administración fomentó por los pasados años.
Llevamos años manifestándonos. Nuestras presencias no son nuevas en estos espacios de resistencia. Y, ahora lo hacemos, no tan solo por la renuncia de Rosselló, sino también contra el Estado y sus políticas de austeridad que atentan contra nuestras vidas como puertorriqueñxs, que atentan contra la libertad sexual, contra nuestras identidades, contra las políticas públicas que fomentan el discrimen y el prejuicio hacia nuestra comunidad. Llevamos días levantando banderas de arcoíris frente a La Fortaleza.
Personas de la comunidad LGBTQ+ estuvieron presentes durante las dos semanas de protestas resistiendo a los gases lacrimógenos y al gas pimienta, ofreciendo meriendas y ayuda a lxs manifestantes, dejándonos sentir en el expreso, frente a la catedral y en la Plaza de Armas con nuestra creatividad, a son de baile y patería, dejando saber al resto de la población que somos parte de la lucha y gran parte de la razón de ella. Que estamos aquí porque fuimos ofendidxs directamente por el chat de Telegram y porque llevamos años batallando para conseguir reconocimiento del estado de nuestras identidades y necesidades, así como lo han hecho muchos otros gremios en el país.
Con todo lo dicho, es lamentable que no se reconozca nuestro esfuerzo y el de otros sectores “menores” en la lucha y que se le siga dando gran parte del crédito a los raperos y los cantantes, como si hubiesen sido ellos los únicos que sacaron la cara por el país en estos últimos días. Para finalizar y reflexionar sobre eso último, quiero dejarlos con un pensamiento de una gran música puertorriqueña a quien admiro muchísimo, Brenda Hopkins Miranda:
“Sabemos que nos queda mucho trabajo por hacer. Es importante que no olvidemos lo que nos ha traído hasta aquí: erradicar la corrupción de una vez y por todas y restablecer la dignidad y la justicia. Ningún grupo hubiera podido hacer esto solo, ni lxs jóvenes, ni lxs mayores, ni un género u orientación sexual particular, ni algún partido político, ni alguna clase social, ni algún gremio, ni lxs que practican alguna religión o ninguna, ni lxs que escuchan un tipo de música u otra, ni lxs que creen en la paz o en la violencia. Este movimiento NO le pertenece a ningún grupo. Este movimiento es de TODXS. Es eso lo que nos hace poderosxs e invencibles (…) Dejemos de atacarnos por pequeñeces y mantengámonos unidxs por las cosas que realmente importan. Sigamos enfocadxs en construir el Puerto Rico que TODXS soñamos y merecemos”.