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No normalicemos la crueldad

¿Acaso no son las niñeces y las adolescencias el futuro de los pueblos? ¿No es lo que escuchamos una y otra vez?
Arte por Favianna Rodriguez @Favianna1 | La mujer que aparece en el arte es Heba Zagout. Heba y sus dos hijos murieron en su casa, en la Franja de Gaza, por un ataque aéreo israelí el viernes,13 de octubre de 2023, muestra del genocidio en Palestina. | Columna No normalicemos la crueldad

Arte por Favianna Rodriguez @Favianna1 | La mujer que aparece en el arte es Heba Zagout. Heba y sus dos hijos murieron en su casa, en la Franja de Gaza, por un ataque aéreo israelí el viernes,13 de octubre de 2023.


Llevo días tratando de escribir sobre la intensificación del genocidio por parte de Israel y con la complicidad de Estados Unidos, del pueblo palestino y la crudeza y apertura con que transcurre ante nuestra mirada. Entrar a cualquier red social es asistir en vivo y en directo al asesinato descarnado de miles de personas, incluyendo las infancias y las adolescencias gazatíes. 

Es duro. Duele. No hay forma de que no duela, aun cuando nos separen miles de millas de distancia. Citando a John Donne “[n]inguna persona es una isla, la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unid[a] a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Poco después que la cruenta ofensiva de Israel iniciara, Judith Butler, filósofa de origen judío, escribía sobre los alcances del duelo. En una columna publicada originalmente en el London Review of Books, planteaba la necesidad de comprender. Comprender, en lo que yo interpretaría en un sentido arendtiano, ella no lo plantea así, no para perdonar, sino, más bien, para reconciliarse con un mundo donde estas atrocidades son posibles. 

Pero, ¿puede una reconciliarse con un mundo donde la matanza sistemática de las infancias y adolescencias es posible? ¿Puede una reconciliarse con un mundo donde el genocidio se da ante nuestra mirada, a veces, incrédula, otras, atónita, y, muchas veces, hasta incapaz de mirar? Son preguntas que resuenan en mi cabeza todo el tiempo, acompañadas de cierta impotencia, pero también de un correr paralelo a este lado del mundo donde la vida sigue, a pesar de los casi 4,000 niños y niñas asesinados y asesinadas a manos de Israel en Gaza. Hablar desde el duelo, proponía entonces Butler. Coincido. No hay otra forma de hablar o escribir.

La lucha del pueblo palestino ha sido, desde siempre, una lucha por permanecer en sus tierras originarias. Algo que debe quedar claro, el pueblo palestino es el pueblo originario de unas tierras que les han sido arrebatadas a través de los últimos tres siglos, pero que se intensifica a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Es una lucha histórica en contra del desplazamiento, el derecho a una vida digna, y el reconocimiento de su humanidad. Todo esto amenazado por las políticas de colonización sionistas, y, desde la creación del estado-nación de Israel, la política expansionista y colonialista que ha dominado casi todas las administraciones israelitas. 

Es por eso por lo que no se trata de una guerra. Se trata de políticas de desplazamiento, ocupación militar, apartheid, limpiezas étnicas y que, hoy, se intensifican como un genocidio abierto, gráfico, expuesto, casi como si se normalizara la crueldad. 

En ese genocidio, las infancias y adolescencias son el objetivo. Lo que vemos a diario no son casualties; son parte de una estrategia demográfica para borrar Palestina. ¿Acaso no son las niñeces y las adolescencias el futuro de los pueblos? ¿No es lo que escuchamos una y otra vez? Como diría el juez Serrano Geyls, no podemos ser tan ingenuas para creer lo que nadie más creería. A esta altura, creer que las infancias no son el objetivo, como tampoco lo eran los y las miles de gazatíes en Yabalía o aquellos y aquellas que se encontraban en situación de hospitalización mientras bombardeaban Al Shifa o en un convoy de ambulancias, es cuanto menos, una ceguera escogida.

Y en medio de tanto ruido, de narrativas civilizatorias, y de la complicidad de una gran parte de la comunidad internacional, Palestina es, también, un asunto feminista. Lo es desde muchas perspectivas, comenzando por la violencia sexual como herramienta colonizadora. 

Nadie con algo de seriedad se atrevería a negar el amplio y documentado historial de violencia sexual contra las mujeres palestinas. Tampoco cómo el chantaje a la comunidad cuir palestina ha sido una herramienta por parte de Israel para tratar de convertir en informantes y colaboradores del régimen a un sinnúmero de personas de la comunidad. La tortura de personas gestantes en centro de detención y el confinamiento aislado de niñas y niños para obtener confesiones ilegales. 

En ese sentido, quienes pretenden utilizar a las mujeres, personas feminizadas, e identidades cuir para justificar las atrocidades de Israel, hacen un pobre servicio al feminismo, o por lo menos a aquellos que se basan en marcos emancipadores y reconocen que la violencia contra las mujeres y comunidades cuir es posible gracias a la exclusión y opresión sistemática de parte del estado-nación, patriarcal, supremacista, heteronormativo, capacitista, cuirfóbico, que se erige como principal modelo de organización política moderna.

Frente a esa realidad, y ante la insistencia de imponer narrativas polarizantes que tratan de equiparar la defensa del pueblo palestino con la justificación de las atrocidades de Hamás, cabe hacerles claro que la masacre contra el pueblo palestino antecede a la llegada al poder de Hamás. 

Palestina, con poco apoyo y visibilidad hasta ahora, históricamente ha resistido las narrativas impuestas de paz por parte de Israel y sus aliados que no son otra cosa que la normalización del colonialismo, algo que, en Puerto Rico, conocemos bien. No podemos hablar de paz, cuando la paz se basa en aceptar las imposiciones de un estado excluyente que únicamente le reconoce derechos a un grupo de personas. Israel no es una democracia: es un estado racista basado en la segregación y exclusión del pueblo originario de la región. 

Palestina no es una isla, tampoco nosotres, por eso el genocidio que se lleva a cabo nos afecta a cada una, une y uno de nosotres. Nos conecta nuestra humanidad. Porque ni elles, ni nosotres, somos animales humanos como afirmó Yoav Gallant, ministro de defensa de Israel. Así, nos toca hacer ese trabajo interno que nos permita conectar no solo con nosotres mismes, sino con lo que nos hace propiamente parte de la humanidad, algo que el capitalismo neoliberal nos ha pretendido robar. 

Hay recursos confiables y disponibles gratuitamente. No dejemos de leer. La solidaridad también se aprende y se enseña. 

No dejemos de hablar de Palestina. 

No normalicemos la crueldad. 

Nos toca a todes porque las campanas también doblan por ti. 

 

Lee aquí otras columnas de Mariana Iriarte Mastronardo en Todas

 

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