“Una obrera que emplea más de 10 horas en terminar dos docenas de pañuelos se gana por los mismos 24 centavos”.
-Unión Protectora de Desempleados de Mayagüez
Carta al presidente Roosevelt (1939)
Te has preguntado alguna vez por qué casi todas las familias boricuas tienen al menos una mujer costurera. Personalmente, tuve una bisabuela y una tía con arte para esa máquina, cuya aguja todavía me provoca miedo. Soy una de muchas mujeres que sabemos remendar el ruedo de un pantalón, gracias a ese saber heredado.
Este es el primer escrito en la colaboración entre BoriFrases y Todas en la que no escribiré sobre una mujer en específico, sino sobre un colectivo: las costureras.
Este oficio practicado por tantas mujeres puertorriqueñas se ha minimizado a la simple mención de una de las industrias más importantes del siglo XX. Pero las costureras son mucho más. Son un reflejo de la carga colonial sobre los hombros de nuestras mujeres. Son el legado de un oficio que ha pasado de generación en generación.
La carga colonial en las costureras
“Los cambios en los roles femeninos en la década de 1930 no son todavía tan agudos como para ser rechazados totalmente como demasiado incongruentes; sin embargo, ya se ha sembrado la semilla de nuevos entendidos para las oportunidades y alternativas de la mujer”.
-Silvestrini, p.88
Históricamente, las mujeres han tenido un rol activo en la economía puertorriqueña, tanto bajo el trabajo doméstico como el asalariado y cuentapropista. Esta realidad ha sido poco documentada debido a la mirada patriarcal de juzgar la aportación femenina a la economía como suplementaria y no necesaria para su sostenimiento, cuya base debía ser el hombre.
Ser “costurera” fue una de las maneras en que las puertorriqueñas (mujeres y niñas) se adentraron masivamente en el trabajo fuera del hogar, en un contexto inhóspito por la realidad colonial. La industria de la aguja llegó a nuestro archipiélago en 1917. El capital estadounidense buscó la mano de obra barata de la colonia, huyendo de las protecciones laborales que Nueva York les comenzaba a exigir. Las puertorriqueñas ganarían menos que las mujeres estadounidenses y que los hombres puertorriqueños.
Además, la extracción colonial del trabajo femenino se expresó en su mismo modelo de negocio. Los materiales llegaban desde Nueva York, eran transformados en Puerto Rico, y salían para venderse en la costa este de Estados Unidos. Aquí solo se quedó una industria intermedia dominada por “talleristas”: contratistas que manejaban los talleres para la empresa matriz en el extranjero.
La contratación de costureras se realizaba para el taller o para el hogar, buscando adaptarse a las mujeres con crías. En ambos casos, el salario era por pieza, sin importar las horas y la dificultad. Según Silvestrini, las mujeres que trabajaban en la fábrica sufrían “poca ventilación, higiene pobre y aglomeración.”
Ya para 1930, la tasa de trabajo asalariado de las puertorriqueñas aumentó de 9.9 a 26% debido a las industrias de la aguja y el tabaco. La aguja empleaba el porcentaje más alto de mujeres asalariadas en Puerto Rico, incluyendo 50,000 costureras a domicilio.
Las próximas dos décadas fueron de gran transformación mundial y nacional. La Segunda Guerra Mundial y la creación del Estado Libre Asociado ahondaron en la necesidad de manufactura, lo que abonó a la migración de mano de obra desde el campo. A mediados del siglo XX, la industria de la aguja se convirtió en la segunda de mayor exportación.
Pero las exenciones contributivas a industrias farmacéuticas y la profesionalización de las jóvenes hicieron que esta industria rápidamente fuera descartada como opción de futuro y decayera al 6% del empleo femenino.
Aun así, las destrezas y los sueños de independencia económica dejaron su legado permanente en las costureras.
Las costureras
“El censo manufacturero de 1935 encontró que solo el 11.7 % de obreros en la industria de la aguja trabajaba en factorías comparado con un 35% que trabajaba a domicilio”.
Silvestrini, p. 95
Las costureras fueron un reflejo de las condiciones del Puerto Rico de principios de siglo XX.
La mayoría tenían poca o ninguna escolaridad y laboraban desde los 15 años, con un promedio entre los 26 y 35 años de edad. Solían ser madres casadas, por la conveniencia de trabajar desde el hogar. En promedio, ganaban un centavo por hora o $10 semanales. Mayagüez fue el pueblo con mayor cantidad de costureras.
Al ir adentrándose en edad, las fábricas dejaban de contratarlas en preferencia de la energía juvenil. Este edadismo profundizó la inseguridad laboral y el empleo por cuenta propia.
A pesar de estas condiciones, ser costurera otorgó un nivel de independencia económica que a algunas les permitió salir de la violencia de género al adquirir destrezas de autogestión. Entre los tipos de productos que solían coser estaban los pañuelos, la ropa de cama y ropa para toda la familia, entre otros.
Legado generacional
“¡Gloria a las manos que hoy trabajan!»
-Juan Antonio Corretjer Montes
Oubao Moin
Ante la falta de incentivos gubernamentales, muchas de las costureras movieron su arte hacia el autoempleo. En algunos casos, este oficio se pasó generacionalmente a hijas y nietas.
En esta historia, hay un legado sindical del que se habla muy poco. Alrededor de 3,000 costureras que trabajaban a domicilio estaban unionadas a la Federación Libre de Trabajadores, que no les permitió participar del liderato que negociaba un salario mínimo con el gobierno.
En 1933, las que trabajaban en la fábrica realizaron una huelga en Mayagüez por mejores salarios. En un enfrentamiento en la línea de piquete hubo 60 heridos, muriendo una mujer y una niña. En 1934, se hizo otra huelga en Ponce por salario mínimo.
De nuevo, las costureras fueron reflejo de la realidad puertorriqueña que se agitaba en grandes huelgas en diferentes industrias por todo el archipiélago. Que no se nos olvide que fue una costurera quien nos defendió, enarbolando en el congreso estadounidense una bandera que ella misma cosió: Lolita Lebrón.
Quizás el legado más persistente en nuestro tejido social es el comienzo en práctica de la mujer autónoma que se rehúsa a la opresión de género, laboral, económica y colonial.
Las costureras de Puerto Rico cargaron la colonización en sus cuerpos, con esa economía impuesta que piensa a los seres humanos como desechables si no sirve a su productividad.
Ante esa dura realidad, nos legaron la insistencia en sobrevivir y vivir, usando los saberes impuestos a su favor y a favor de sus comunidades.
¡Qué viva la historia y el legado de las costureras!
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Referencias:
Safa, Helen I. “De mantenidas a proveedoras: mujeres e industrialización en el Caribe”. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1998.
Silvestrini de Pacheco, Blanca (1979). “La mujer puertorriqueña y el movimiento obrero en la década de 1930”. Cuadernos de la Facultad de Humanidades, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, 1979, no.3.