“No uso condones”. “Los condones me aprietan”. “No se siente igual”. “La puntita y ya”. “Un poquito y después lo saco”. “Lo saco antes de venirme”. “Confía, estoy limpio”. “Mi mujer toma pastillas, no me tengo que preocupar por eso”. “Pa’ algo existe la Plan B”. “Que se cuide ella que es la que se preña”. “Que se opere ella. A mí, no me van a tocar”. “¿Pa’ qué abrió las piernas”?. “Si se preña, que se encargue”. “Relax, yo te pago el aborto”. “¿Que me opere? ¡Deja eso!”. “Con la vasectomía no se para igual”. “La vasectomía da cáncer”. “El sexo es para reproducirse, como dios manda”. “Los anticonceptivos son pecado”. “Mientras más hijos tenga, más hombre soy”…
Estas expresiones no son originarias de la “naturaleza humana”. Tampoco son efectos secundarios de ninguna condición neurológica. No son inocentes ni son meras opiniones. Son consecuencias culturales de la desigualdad de género, la ignorancia y los berrinches machistas que derivan de percepciones necias, irresponsables, sexistas-misóginas-patriarcales, privilegiadas y abusivas.
Ya han pasado más de 60 años desde que la píldora anticonceptiva se hizo disponible, en principio solo para mujeres (cis) casadas y con el permiso de sus esposos. En aquel entonces, la pastilla marcó la revolución sexual de la época y se popularizó hasta que comenzó a ser más accesible y, luego, impuesta y totalitaria. Llegó a hacer posible un mayor nivel de autonomía sobre la propia salud reproductiva y el propio placer sexual, permitiéndole a las personas gestantes otras perspectivas y posibilidades más allá de ser amas de casa y madres. Les permitió ampliar el ejercicio de su sexualidad separándola de la reproducción, una parte del todo y el tanto que esta es. Pero, lo que fue una revolución para algunas también fue y continúa siendo un abuso de poder contra otras, las que tienen menos acceso a educación, oportunidades y recursos.
Durante más de 60 años, la anticoncepción ha sido centrada casi de forma exclusiva en las personas gestantes, siendo de gran conveniencia para las sociedades patriarcales, como la nuestra, y el ultraclasista mercado neoliberal, que genera ganancias millonarias de todo lo que impone control sobre el ideal de lo femenino, incluyendo los cuerpos de las personas gestantes y las expectativas de dominio y complacencia frente a lo masculino hegemónico.
La historia de la anticoncepción también ocupa un lugar importante en la brecha de género, pero pocas veces se interpela esta realidad cuando se abordan la justicia sexual y reproductiva.
Al día de hoy –año 2022– solo dos de los 20 métodos anticonceptivos identificados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) están dirigidos a varones y personas fecundantes, implicando un limitadísimo 2%. Estos métodos son el condón o preservativo externo y la vasectomía. ¿Qué mensaje nos transmite esta desigualdad?
Cuando miramos los intentos científicos en investigaciones sobre la anticoncepción dirigida a varones y personas fecundantes, vemos que no ha habido la disposición de realizar las inversiones y estudios clínicos necesarios. Cuando se ha hecho, se ha argumentado que los efectos secundarios –que no son peores ni muy distintos a los que provocan muchos de los métodos anticonceptivos disponibles para personas gestantes– son la razón para que no se aprueben.
Recordemos que las ciencias siguen siendo predominantemente dominadas por varones y perspectivas machistas, por lo que la salud sexual y la salud reproductiva han sido jerarquizadas en la ruleta patriarcal del poder y el control. Se pretende que siempre seamos las mujeres+ y personas gestantes quienes asumamos todas las consecuencias.
La brecha de género, en cualquiera de sus manifestaciones, prevalece en gran medida por el rechazo y la falta de educación sexual integral –transfeminista, antisexista y antipatriarcal–. Esta herramienta educativa, como constante, permitiría desarrollar destrezas de autoconocimiento, autocuidado, consentimiento y responsabilidades compartidas, así como herramientas asertivas de planificación y regulación de la fecundidad orientadas, informadas, seguras, eficaces y reversibles en equidad y con inclusividad de las personas fecundantes.
Debemos aspirar y esforzarnos por ser coherentes ejerciendo una actitud crítica frente al espejismo de la igualdad. Cuando hablamos de libertad sexual y libre elección, debemos cuestionar para quiénes es posible. Cuando hablamos de derechos adquiridos, debemos valorar, reconocer y honrar los contextos históricos en los que se impulsaron y a las personas que lucharon a cuerpo y sangre hasta hacer que hoy gocemos de ellos.
Cuando hablamos de justicia sexual y reproductiva, no podemos limitarnos al derecho a decidir y el aborto. Cuando hablamos de autocuidado, tenemos que purgar crítica y conscientemente el sistema de valores desde el cual nos movemos y estar alertas de las imposiciones, manipulaciones, desigualdades y trampas del mercado, la moda y las tendencias que solo buscan generar soluciones superficiales desde la comodidad del ego y el consumo.
Históricamente, nuestros cuerpos han sido sometidos a múltiples y violentas formas de colonización. Se nos ha abusado como territorio de conquista y guerra, se nos ha utilizado como espécimen de experimentación, se nos trata como un juego politiquero y religioso, se nos sigue queriendo controlar y someter a satisfacer, a parir, a cuidar, a servir según los deseos de patriarcas disfrazados de galanes y benefactores.
Compañeras, compañeres y compañeros gestantes, acróbatas de la autodefensa a la que nos obligan: hemos de ser conscientes de que una cosa es ceder y otra muy distinta es negociar. ¿Cuántas imposiciones y violencias estamos dispuestes a seguir aguantando? ¿Hasta cuándo vamos a seguir criando parejas y permitiéndoles apropiarse de nuestra sexualidad, nuestro placer, nuestra salud, nuestra seguridad, nuestra vida?
Varones y personas fecundantes: la producción de espermatozoides –millones a diario– comienza en la pubertad y continúa de manera ininterrumpida durante toda la vida (cuando no hay alguna dificultad fisiológica-orgánica). Están a tiempo y ya es hora de autogestionar su propia educación sexual y organizarse. Conversen entre ustedes y con sus parejas, enfrenten sus miedos, sean honestos y humildes, exijan acceso a más anticonceptivos, háganse responsables de una buena vez y detengan el abuso privilegiado que su comodidad de machos les concede. Nos deben, se deben: LES TOCA.