Si fuiste socializada como mujer o de alguna manera te identificas con el género femenino, y has expresado tus límites o “decepcionado” las expectativas de otras personas sobre ti, seguramente te han llamado egoísta por defenderte como propia.
Si fuiste socializada como mujer o de alguna manera te identificas con el género femenino, y has expresado tus límites o “decepcionado” las expectativas de otras personas sobre ti, seguramente te han llamado egoísta por defenderte como propia.
Se sabe, se ha discutido y se ha luchado por utilizar la herramienta de la educación con perspectiva de género para deconstruir el patriarcado y desaprender sobre la violencia machista; sobre todo, en Puerto Rico, dado al sistema machista, agresivo y amarrado a tradiciones y a una cultura política que consume al país día tras día. Eso no es secreto. Durante marzo y principios de abril de 2020, cuando se expuso un patrón de acoso por parte del dueño de la línea de traje de baños Pauwii Swimwear, Julius Ortiz, y el propietario de la marca de transporte marítimo Yatea PR, Javier Marrero, reviví muchos momentos de mi infancia y pude entenderlos un poquito mejor.
Recordé una que otra cosa que me dijeron en escuela elemental, y me enfureció porque me percaté que no es solo mi experiencia. No dudo que muches otres pasaron por eventos similares o más violentos sin obtener justicia alguna.
Cuando escribo, casi siempre, comienzo sin saber a dónde quiero llegar. Me permito soltar en el teclado. Entonces, pienso que así no se puede ser escritora, que tengo que tener más claro cuáles son mis objetivos o mis propósitos al escribir. Pienso que debo perseguir algo, alguna métrica, un ritmo, algún tema “importante” o algo que las demás personas esperen o quieran leer, pero luego me niego a eso y me despojo hasta el cansancio.
Escribir, para mí, se siente como un orgasmo laaargo, que demora en culminar y que una sabe que es mejor conseguirlo cuando no se está buscando con insistencia, cuando una accede simplemente al placer, a disfrutar lo que se está sintiendo y se permite un “desconocimiento” de lo que puede ser el final.
Pero me gustan los finales felices.
Tiempo después de una mudanza provocada por el huracán María, Daphne Labault Romero inició un trabajo como maestra de un preescolar en los Estados Unidos.
Rodeada de infancias, descubrió, en los juguetes, un valor que trascendía la diversión. En su salón, se destacaba un niño que, al jugar con carros, se volvía muy agresivo, según la joven de 28 años. Muy pronto, el infante comenzó a cambiar cuando descubrió los juegos de cocina y de paternidad.