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El último tren

Son las 11:20 p.m. del Día de Halloween del año 2022. Mi amigo y yo llegamos a una de las entradas de la estación Universidad del Tren Urbano de Puerto Rico. Solo restan 10 minutos para que este sistema de transporte colectivo culmine sus operaciones por esa noche. Mi amigo aprieta el botón del ascensor para poder llegar a la plataforma del tren desde su silla de ruedas. El ascensor no abre.  

Bajo las escaleras con la rapidez que amerita el momento. Le digo a la recepcionista de la estación que el ascensor no funciona y que mi amigo necesita usarlo para poder tener acceso al servicio de transporte. La mujer me mira con sorpresa y dice: “Está apagado porque es bien raro que usen ese ascensor a esta hora”. La miro con sorpresa y cierta indignación. Ella procede a activar el ascensor, mientras nota mi malestar. Mi amigo llega al área de la plataforma. Sacamos nuestras tarjetas para pagar la entrada, pero la recepcionista, notando nuestra incomodidad, procede a decir que no paguemos, que hoy nos daba acceso gratis por ser la noche de Halloween. (Sí, claro)

Ha transcurrido más de un año desde ese incidente. Como usuario frecuente del último tren de las 11:30 p.m. constantemente reflexiono, no solo sobre esa noche, sino también sobre las vicisitudes que tantos cuerpos diversos enfrentan para movilizarse en la ciudad y poder usar el poco transporte colectivo que tenemos en el país. Y no es que en mi carácter personal no pueda experimentar algunas violencias callejeras como la falta de aceras para caminar cómodamente o la posibilidad de que me asalten mientras me dirijo al tren.

Sin embargo, como hombre igualmente reconozco mis privilegios y sé que, en esta sociedad patriarcal, no tengo que exponerme a los acosos y agresiones callejeras que sufren las mujeres y personas feminizadas. Tampoco experimento las violencias de exclusión espacial de aquellas personas que, por estar en una silla de ruedas, no pueden moverse libremente en las maltrechas aceras de Puerto Rico o no pueden entrar a la estación de tren, como le sucedió a mi amigo en aquella noche de un 31 de octubre.  

En los pasados meses, ha salido a relucir una propuesta para expandir el Tren Urbano con el fin de que el sistema llegue a más áreas en Santurce, Puerta de Tierra y Viejo San Juan. Se habla de la posibilidad de una expansión hacia el Distrito de Convenciones en Miramar y los nuevos complejos de lujo contiguos a los muelles en Puerta de Tierra. Aunque la ampliación de un sistema de transporte colectivo es una buena idea, debemos cuestionarnos a quiénes beneficiaría esta propuesta. ¿Cuáles serían las paradas? ¿Por qué la insistencia ahora en esta expansión? Casualmente, estas propuestas surgen en momentos en que se popularizan los espacios de espectáculo como el Distrito T-Mobile, y más áreas de Santurce y Puerta de Tierra se convierten en residencia para extranjeros que llegan a Puerto Rico beneficiándose de las exenciones de impuestos. ¿Qué rol, si alguno, han tenido las comunidades y las personas que dependen del transporte público en estas conversaciones para ampliar el Tren Urbano? 

Al final, poco progreso se alcanzaría si la ampliación del tren no se acompaña de un mejoramiento de las aceras que permita que los diversos cuerpos que transitan nuestras calles no tengan limitaciones en movilizarse hacia las estaciones del tren. Asimismo, el éxito de esta expansión sería poco si las mujeres optan por no utilizarlo por no sentirse seguras. Mejorar la seguridad va más allá de la necesidad de iluminar las calles. Se trata también de ampliar la participación de las comunidades en la toma de decisiones que concierne a la planificación de la ciudad y las mejoras a los sistemas de transporte colectivo.

Hace falta una planificación con perspectiva de género que piense en las mujeres, las personas de diversidad funcional, les inmigrantes, les adultos mayores y otras poblaciones que históricamente han estado excluidas del paisaje ideal de la denominada ciudad racional. Nos urgen nuevas miradas urbanas y otras estrategias de movilidad que mejoren la seguridad y confianza de todas las personas que aspiran a un sistema de transporte colectivo más eficiente y democrático.  

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