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El reto de educar niños libres y sin prejuicios

Llegó el momento de la tradicional canción Feliz cumpleaños. La madre de la niña que celebramos pide atención, porque va a poner las coronas en la fiesta con el motivo de una bailarina de ballet.

Empiezan a hacer la fila. Mi niño corre a toda velocidad para colocarse su corona. Las demás madres agarran a los niños porque la corona con plumas es solo para las niñas.

Mi niño sigue en la fila mientras la anfitriona trata de ignorarlo a pesar de que es difícil, pues tiene cuatro años, pero por su estatura, a veces, me preguntan si tiene cinco o seis años. Sobresalía porque, además, la mayoría de los pequeñines tenía tres años como la cumpleañera.

Él se levanta en puntillas y alza el brazo para que lo noten, y le pongan su corona.

Yo observo. De repente, tenía las miradas encima de mí. Pareciera que casi todas las madres estaban esperando mi grito para que lo llamara o lo buscara y lo agarrara del brazo para que no se pusiera esa corona que de verla “era de niña”. 

Fueron incómodas las miradas, pero yo seguía observando. 

De pronto, no había opción, él estaba solo, pues la fila de niñas se había terminado. La anfitriona me mira, y me hace señas como preguntando qué hace, mientras yo movía mi cabeza en total aprobación para que pusiera la corona en el pelo castaño de mi hijo.

De nuevo, las madres me miraron. Los padres estaban en lo suyo.

Mi hijo corrió hacia mí con emoción y me dijo: “Mamá, soy un príncipe o un rey”. Yo le di un beso en sus tiernos cachetes, y lo invité a que jugara con los demás.

Tiene cuatro años. Los niños llegan al mundo con el cerebro en blanco, y los adultos nos empeñamos en contaminarlos con la asignación de roles de lo que debe hacer y escoger una niña y un niño. 

A veces, compartimos con personas con las que coincidimos en torno a la importancia de que nuestros pequeños sean libres, escojan y disfruten de ser niños, pero, en realidad, aún falta mucho para que todos y todas entendamos y hagamos un esfuerzo para no pasarles nuestros prejuicios y estereotipos. 

No me excluyo porque vivo en un ejercicio diario de evaluarme y de desaprender sobre cada una de las enseñanzas en mi crianza y experiencias de vida que hoy entiendo que no nos ayudan a ser libres y a respetar a las personas como quieran ser. 

Estas construcciones sociales están muy apegadas a nuestro ser, y no son fáciles de separar de nuestros pensamientos, pero ojalá, algún día, aprendamos a educar en libertad. 

Yo lo intento todos los días, cuando en el colegio quiere jugar con la cocina, porque, quizás, lo haga un ser más independiente; cuando agarra una muñeca, porque, quizás, lo haga un buen padre; y cuando, hace un tiempo, insistía en que su color favorito era el rosa, porque, quizás, lo haga una persona que escoja sin importar lo que imponga la sociedad.

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