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La carta que escribí 25 años después

pizarra verde

Nota de la editora: El texto a continuación aborda el tema de violencia sexual.


Querida directora de Escuela Elemental:

En la pizarra verde, la maestra escribía a tiza la fecha que leía 1999, el año en el que desperté.

He sabido, desde hace mucho tiempo, que mi memoria recuerda con una conciencia particular el mundo al que llegué ese año, pero no he sabido hasta ahora por qué. Como si ese número —1999— fuera un deja vu, como si antes hubiera estado sumida en un sueño profundo de infancia, sin ser capaz de darme cuenta de que había abierto los ojos a la realidad.

Mi mayor problema contigo es que fuiste tú quien me despertó bruscamente. Hasta entonces, yo solo había tenido acceso a la fantasía dulce y a la inocencia tierna, en la que permanecía aún después del abuso. 

Lo que hiciste, al no creerme, —al llamarme mentirosa, fantasiosa, al decir “esa niña tiene mucha imaginación, tú no ves los cuentos que escribe, tú no ves los dibujos que hace”— dejó una marca. Una que hace que aún hoy me cuestione si en realidad todo eso pasó.  Tu argumento contra mi historia me hizo creer, por mucho tiempo, que mi imaginación y mi creatividad no eran algo bueno, sino algo que debía esconder.

Dudo de mi memoria, a pesar de saber que el trauma afecta el recuerdo y que el no recordar con claridad un evento traumático es a su vez evidencia de trauma. Todavía, cada vez que paso frente a esa escuela, el estómago se me revuelca. Siento tristeza, respiro un olor a miedo, saboreo la rabia y el dolor hecho saliva en mi boca, como si volviera a despertar siendo aquella niña en ese salón de clase donde abrí los ojos al mundo real, como si volviera a entrar en esa oficina donde por primera vez comprendí lo que el mundo pensaba de mí.

El mundo, entonces, no era otra cosa que las personas más cercanas. Aquellas a quienes reconocía algún poder sobre mí. Y en ese momento, tú representabas ese mundo: uno en el que mi fantasía y mi imaginación no estaban permitidas. En el que usarlas significaba que, si alguna vez contaba algo malo que realmente me pasaba, no me creerían. Ni siquiera yo misma. Porque ¿quién le cree a una niña, a una mujer que inventa historias, que escribe cuentos?

Hoy, a mis 32 años, todavía tiendo a dudar de mi verdad. Porque llamarle a una niña de siete años mentirosa debería estar prohibido. 

Pero una vez escribí que las historias de una son las historias de todas, y ahí radica el poder de las mujeres. Todavía creo en ese poder de hacer espacio para organizarnos, para rabiar, para luchar, para sanar. Para que otras niñas, incluso mi propia hija, no tenga que encontrarse con alguien que no les crea. O, mejor aún, para que jamás se tope con alguien que le abuse.

Y sin embargo —llámame loca—, a veces pienso que fue mi culpa. Que fui demasiado inocente al creer que, hablando y diciendo mi verdad, alguien me escucharía, alguien me creería.

Pero, luego recuerdo que mi madre me creyó. Que mi padre también estuvo al pendiente de cada segundo de lo que ocurría en esa escuela, solo para protegerme. Y empiezo a pensar que es muy posible que tú también hayas sido víctima de una mentalidad patriarcal y sexista. Que creyeras en esas ideas que nos enseñan que las niñas no pueden aspirar a escribir historias, a crear, a soñar más allá del mandato de lo que “deben” ser en esta sociedad. Seguramente, tú tampoco podías dirigir las riendas de tu vida. Tal vez, alguien también te hirió. Tal vez, no hubo quién te defendiera. Tal vez, solo intentabas protegerte a ti misma, a tu escuela, a tus ambiciones. Porque sería terrible que alguien se enterara de que, bajo tu dirección, una niña era abusada sexualmente.

Aun así, no te debo compasión. No te debo pena. El único perdón que quiero darme es a mí misma. Esto entre nosotras no puede continuar. Yo fui una niña que jugaba y soñaba, que pintaba y escribía. Como cualquier otra niña que merece poder existir. Tu decisión de no creerme o protegerme no define mi vida ni quién soy ni lo que hago. Que a pesar de aquel daño —aquel abuso—,estoy más viva que nunca. A pesar de ti, de él, soy el sueño hecho realidad de esa niña escritora.  

No fue hasta escribirte esta carta que lo entendí, como una resistencia al olvido involuntario que me impuso tu sentencia y el dolor, mi memoria preserva el 1999 porque ese fue el año en el que, valiente y guerrera, una nin̈a de 7 años, que soy yo, denunció por primera vez el abuso sexual infantil que sufría en la escuela. 


Este texto fue escrito como parte del taller de escritura para sanar, facilitado por la escritora puertorriqueña Anjanette Delgado, autora del Sexilio.

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