(Foto de Elyssa Fahndrich en Unsplash)
Salí del clóset a mis 19 años mientras cursaba el tercer año de bachillerato. Mis amigos más cercanos, in illo tempore, eran hombres heterosexuales. No fue hasta que acepté mi sexualidad que me atreví a relacionarme más íntimamente con las chicas.
De repente, dejé de sentirme, digamos, intimidado por la fuerza y el poder de ellas; automáticamente, las asumí como amigas en la lucha por mis derechos como hombre homosexual. Pero… ¡sorpresa! Mientras analizaba mis conversaciones e interacciones en esa etapa posclóset, me percaté de que toda mi vida había sido un gay machista, y corría el peligro de seguir siéndolo.
Ningún gay puede pretender a las mujeres como aliadas de la causa LGBTTQIA si impone sobre ellas los mismos o nuevos abusos del patriarcado. Ser gay no nos excusa ni mucho menos nos autoriza a reproducir la violencia de la que hemos sido víctimas.