“Al padrastro mío, la casa se le fue”, dice una mujer adulta mayor, desde un balcón en el casco urbano de Guánica. A la vez, indica la dirección donde está refugiado, con la esperanza de que le llegue la ayuda que necesita.
Seré honesta, me pone iracunda ver cómo todavía hay personas que defienden al gobierno estatal y federal. Mientras que es obvio que “no todos son malos”, también es torcidamente obvio que tanto sufrimiento no es accidentado. Aunque siempre logre identificar esperanza realista, esta columna es sobre cómo nos matan y nos dejan morir, y la importancia de decirlo tal cual, porque nos sobra la evidencia.
Como pasó tras el paso del huracán María, la organización Taller Salud preparó dos comedores comunitarios el día después del huracán Fiona. (Fotos suministradas por Taller Salud)
Desde el paso del huracán Fiona el 18 de septiembre, el Gobierno de Puerto Rico ha convocado más de una decena de conferencias de prensa, pero en ninguna ha enfatizado sobre datos que ayuden a las víctimas y sobrevivientes de violencia de género a buscar ayuda especializada durante la emergencia, cuando están más vulnerables. Tampoco ha divulgado las estrategias de sus agencias para atender el aumento de la violencia de género tras el desastre. Este trabajo ha recaído principalmente en las organizaciones sin fines de lucro, las cuales experimentan falta de recursos y un alcance limitado a ciertos pueblos.
Millie Reyes se encarga de sus padres de 88 y 89 años. Por la inestabilidad del servicio de energía eléctrica en el país, la mujer tiene que estar en constante búsqueda de combustible y vigilante al generador eléctrico con el que cuentan para mantenerse vivos y meridianamente cómodos.
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