(Foto por Alejandra Lara Infante)
Uno de esos días de tutorías, a las 10:30 a.m., estoy sentada en la mesa con Matías, leyéndole un cuento en el módulo de español que se titula Nuestra historia. Decía lo siguiente:
“En una isla en el Mar Caribe, habitaban lo indios taínos. Estos llamaban a la isla Borinquén, que significa tierra valiente. Los taínos pescaban, cazaban y jugaban en el batey. Cristóbal Colón partió de España en tres naves, La Niña, Pinta y Santa María. Cruzando mar abierto, la isla descubrió. La llamó San Juan Bautista y más tarde a Puerto Rico su nombre se cambió. Luego de los españoles, llegaron los africanos y mucho trabajaron. Los puertorriqueños somos una mezcla de estos tres grupos”.
La pandemia por COVID-19 ha cambiado la cotidianidad de vida de muchas personas. La mía no ha sido la excepción. Estaba cursando mi último semestre de bachillerato en la universidad y trabajaba como niñera. De cuidar a les niñes de los médicos, los abogados y empresarios de este país, los que tienen el privilegio de estudiar en Robinson School y vivir en las áreas urbanizadas con control de acceso, estoy dándole tutorías al sobrino de mi compañero, un niño de 6 años, que estudia en escuela pública.