Ilustración por Mya Pagán
Lo primero es la elevación y la distancia. Lo segundo es asomarse por la ventanilla del avión. Lo tercero es darse cuenta de que no hay ventanas pequeñas, la que es pequeña es una. Y así todo el tiempo, en todas las circunstancias. El problema es que casi nunca se tiene el privilegio de la altura del avión, pero se espera que seamos capaces de verlo todo desde la minúscula ventana. Cuesta tener diversidad de perspectivas, cuesta encontrar las palabras para nombrar y hacer constancia de que lo que se ve desde el cielo, desde la tierra o con una lupa puede ser parte de la misma cosa.