Ilustración por Rosa Colón
El tema del aborto vuelve estar en el foro público en Puerto Rico por el Proyecto del Senado 693, que busca limitar este derecho fundamentándose en posturas anticientíficas. Como suelo hacer, en algunas ocasiones, me pronuncié sobre el asunto en Twitter y unos de los comentarios que recibí fue: “Si no quieres salir embarazada, no abras las piernas”.
No quiero centrar esta columna de opinión en el tema del aborto, más bien he estado reflexionando en esta frase desde hace varios días. Pienso en las implicaciones que tiene para nuestra sexualidad. El mensaje siempre va dirigido a culpabilizarnos a nosotras: “¿por qué ella abrió las piernas?”, pero nunca se les cuestiona a ellos: “¿por qué él lo metió?”. En estos comentarios que deshumanizan a las mujeres, subyace un control hacia su sexualidad.
En el fondo, nos dice: “No tengas sexo. Muéstrate como un sujeto asexual. Todo lo malo que te pase teniendo sexo o con referente a tu sexualidad será tu culpa”.
El “si no quieres salir embarazada, no abras las piernas” nos dice también: “Si quedas embarazada, asume la responsabilidad. Ese es tu castigo por tener sexo. Cargar con las consecuencias de un embarazo no deseado o que pone en peligro tu salud. Si eres violada y quedas embarazada, asume la responsabilidad. Quién sabe cómo estabas vestida. Tal vez, te lo buscaste”.
Estas personas que quieren castigar a las mujeres y las personas gestantes con un embarazo no deseado o que pone en riesgo su vida por “abrir las piernas” son los que se nombran “provida”. ¡Qué ironía! Defienden “el derecho a la vida” mediante el castigo y la amenaza a la integridad de quienes parimos, otra vida por cierto.
Esta represión hacia nuestra sexualidad empieza desde que somos niñas. Recuerdo que tomé consciencia de estas violencias hace cuatro años, cuando estaba leyendo el siguiente párrafo del libro Todos deberíamos ser feministas de Chimamanda Ngozi Adichie: “Enseñamos a las chicas a tener vergüenza. ‘Cierra las piernas’. ‘Tápate”. Les hacemos sentir que por el hecho de nacer mujeres, ya son culpables de algo. Y lo que sucede es que las chicas se convierten en mujeres que no pueden decir que experimentan deseo. Que se silencian así mismas”.
Ese fragmento, en aquel momento, me conmovió muchísimo. También, me sitúo en la Alejandra, de 7 años. Esa Alejandra que también escuchó, como muchas otras niñas: “Las niñas se sientan con las piernas cerradas. Las niñas cuando están paradas tienen las piernas cerradas”.
A diferencia de los hombres, a quienes se les celebra socialmente su iniciación y exploración sexual, a las mujeres nos inculcan que mostrar nuestra sexualidad o deseo sexual nos vuelve vulnerables y culpables de cualquier violencia que recibamos.
Siguiendo las ideas de la doctora en Historia de la Sexualidad, Katherine Angel, me atrevería a decir que las mujeres sabemos que nuestro deseo sexual puede despojarnos de protección y esgrimirse como prueba de que la violencia que se ejerce contra nosotras no ha sido realmente una violencia, porque nosotras queríamos. Nosotras decidimos “abrir las piernas”. Como sabemos eso y el sexo, en general, es un tabú, no exploramos nuestra sexualidad. Crecemos conociendo muy poco sobre nuestro cuerpo.
Estos días también he pensado en las niñas que crecen bajo familias fundamentalistas. Las que se les hará complicado conocer su cuerpo. Las que no tendrán educación sexual antes de iniciarse sexualmente. Las que, en la adolescencia y en la adultez, creerán que les deben sexo a los hombres. Las que piensan que si una vez acceden a tener un encuentro sexual, no pueden decir que no. Pienso en lo conservador que es Puerto Rico. Y confirmo la importancia de continuar reclamando educación sexual integral, de gestar y sostener espacios que provean una educación sexual crítica.
Además, confirmo la necesidad de reclamar un feminismo del goce, porque nuestro derecho a disfrutar de nuestra sexualidad libre de violencia y sin miedo al cuestionamiento o el juicio sobre nuestro disfrute sexual, es también liberarnos de las cadenas patriarcales.