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Olga López Báez y su convicción de que la paz es posible

Cuando la abogada Olga López Báez suba, este miércoles, a la tarima del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico para recibir una distinción por su labor, promete llevar consigo a todas las mujeres que le han acompañado; las que le abrieron puertas e influyeron
Olga López Báez, presidenta de la Junta de Directores de la Casa Protegida Julia de Burgos.

Fotos por Ana María Abruña Reyes

Cuando la abogada Olga López Báez suba, este miércoles, a la tarima del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico para recibir una distinción por su labor, promete llevar consigo a todas las mujeres que le han acompañado; las que le abrieron puertas e influyeron —directa o indirectamente— en su vida. El impacto que ella ha tenido en la vida de miles de mujeres lo atribuye, a su vez, a la huella que dejó en ella la comunidad de la cual formó parte. 

López Báez es la presidenta de la Junta de Directoras de la Casa Protegida Julia de Burgos y lleva 30 años dedicada a la defensa de las mujeres cuyos derechos básicos les son pisoteados. Durante su trayectoria, ha podido apoyar a miles de sobrevivientes de violencia doméstica y de otras manifestaciones de la violencia de género. 

“Mi práctica ha estado siempre rodeada de mujeres. Mi activismo siempre ha estado relacionado con las luchas de las mujeres”, observó en agradecimiento. 

De baja estatura y sonrisa amplia, la “orgullosamente, yaucana” se colocará detrás de aquel podio emblemático, que observó, en las noticias, cuando era apenas adolescente. La homenajeada tiene memorias imborrables de aquella sede de ilustres del Puerto Rico de las décadas de 1970 y 1980, así como de la mujer cuyo nombre llevará en su pecho cuando le sea otorgada la Medalla Nilita Vientós Gastón. Es un reconocimiento que se otorga cada año a algún abogado o abogada que haya dedicado su profesión a cumplir con los principios que legó la ilustre puertorriqueña.  

Lee aquí: Nilita Vientós Gastón: cuando ser la pionera no es suficiente

“Estaba en séptimo u octavo grado cuando salió la noticia de que intentaron arrestar a Juan Mari Brás en medio de una asamblea del Colegio. Los abogados y abogadas hicieron una cadena humana alrededor de él para impedir el arresto. Allí, entre ellos, estaba Nilita”, rememoró en una entrevista que concedió a Todas en su oficina, en Río Piedras. 

Vientós Gastón se describía como una persona de espíritu inconforme, cualidad de la que López Báez también se gloría. 

“He tratado siempre de ver la carrera, más allá de una mera técnica del Derecho, sino ser un vehículo para ayudar a las personas; y, en este caso, a las miles de mujeres con las que he tenido contacto a través de mis años como abogada”, afirmó a preguntas de Todas.

Entonces, agregó: “Siempre he tratado de ser una activista dentro de la misma profesión”.  

Su activismo parte del feminismo, que define como un movimiento social que incluye tanto a hombres como mujeres. “Si se benefician las mujeres, se beneficia la sociedad en su totalidad”, reiteró.

Testigo de las vidas que se transforman

Entre las alegrías obsequiadas por la profesión, está haber atestiguado la transformación y liberación de las mujeres sobrevivientes de violencia de género a quienes ha representado. Muchas de ellas, se han vuelto amigas. López Báez celebra que han podido comprobar, por sí mismas, que “la paz es otra opción de vida”.  

Ningún caso es igual a otro, afirmó quien lleva defendiendo a sobrevivientes de violencia machista desde 1993. Las historias y los perfiles de sus clientas han sido variadísimos. “Nadie está exento de la violencia”, comentó. 

Durante esas tres décadas de experiencia, ha constatado “la necesidad imperiosa que tiene el Estado de implantar una educación con perspectiva de género”, que erradique la noción machista de que las mujeres son una propiedad. Ese análisis está basado en la evidencia que ha recopilado durante sus años de práctica, con los testimonios de miles de mujeres que han huído de sus agresores: los mismos que decían amarlas. 

“Yo tuve que estudiar. Continuamente, estoy leyendo sobre aspectos psicosociales. No me creo trabajadora social ni mucho menos psicóloga, pero he aprendido mucho de las compañeras y compañeros, y de lo importante que es tener una comprensión holística, para que esa persona pueda contemplar otras opciones de vida”, subrayó. 

Saber que el estudio jurídico no es un arma mágica, le confiere la humildad para reconocer que hay momentos en los que acudir al tribunal, sencillamente, no es opción. 

“Si tienes un caso donde la persona agresora vive al margen de la ley y es el big shot de la esquina, ¿para qué vas a ir al tribunal, si sabes que van hacer caso omiso de la orden de protección? Y si ya hay una amenaza a la vida, pues tienes que buscar otras alternativas”, explicó.   

Olga López Báez

Desde el comedor de la casa en la urbanización Luchetti

¿Qué inspira a alguien como López Báez a dedicar su vida a quienes sufren la violencia y la desigualdad? La respuesta, quizás, se encuentra en una mesa de comedor. Según recuerda, la mesa de su casa de crianza —en la urbanización Luchetti, de Yauco— siempre estaba regada de papeles. 

Su mamá era bibliotecaria y su papá era superintendente de escuela. Entre ellos, solían comentar las noticias.  

“Mi mamá cortaba las noticias más importantes para llevarlas a la escuela superior de Yauco. En la mesa del comedor, había un revolú de papeles siempre. Solamente, estaba más o menos limpia los fines de semana”, narró.  

Como bibliotecaria, su madre admiraba a Vientós Gastón; le bastaba conocer que tenía una casa llena de libros. “Ella decía que la persona que estaba rodeada de libros era la persona más sabia. No tenías ni que viajar. Tú leías y ahí creabas tu propio mundo”, recordó.  

Con esa influencia, López Báez creció amando la lectura. Mientras sus hermanas jugaban afuera, ella leía. 

La casa donde vivía tenía una biblioteca. En una extensión del cuarto familiar, la madre había organizado todos los libros y enciclopedias. “Los vecinos y vecinas iban allí y siempre le preguntaban a mami, y mami siempre los ayudaba”, añadió.  

Entre noticias y libros, aprendió todo lo relacionado al movimiento de liberación femenina, tanto en Estados Unidos como en Puerto Rico.

Leer fue el ‘santo remedio’ también cuando comenzó a tener problemas de conducta en la escuela primaria. “Me cuentan que mis papás acordaron, con la maestra, que me diera más trabajo. Al darme más trabajo, me empecé a calmar. Me empezó a gustar la escuela y leer. ¡Fue como descubrir el mundo!”.

Olga López Báez

El encuentro con las desigualdades

Su primer encuentro con las desigualdades ocurrió en la propia vida familiar. “Lo empecé a ver con el trato que les daban a los primos… Les daban más dinero que a nosotras… El comportamiento y las actitudes hacia ellos era diferente que con las nenas. Yo hacía preguntas cuestionando todo”, recordó sobre los orígenes de su rebeldía ante las injusticias.  

“Me pasaba peleando con todo. Era bien inconforme”, aceptó. 

Relató que su propio padre modificó ciertas conductas, como consecuencia de esos cuestionamientos o desafíos. En particular, recordó las veces que hacía que la mamá le sirviera un vaso de agua, después que ella se había sentado a comer.  “Pero, ¿por qué tú no te paras? Si estás en la misma distancia que ella”, le refutaba. “Cuando estaba en la universidad, y yo llegaba, él decía: ‘Ah, ya llegó la abogada de las causas perdidas y la feminista’”, rememoró con humor. 

Influenciada por mujeres valerosas

Su feminismo comenzó en la universidad. Mientras cursaba estudios en la Universidad de Puerto Rico (UPR), leyó la biografía de la feminista abolicionista negra, Angela Davis. Militó en organizaciones independentistas como la Federación Universitaria Pro Independencia (FUPI), donde conoció “mujeres bien valerosas de la lucha de la independencia”, como Lolita Aulet Concepción, por mencionar a alguna.  

Posteriormente, en la Escuela de Derecho de la Pontificia Universidad Católica, tomó el curso de Derechos de la Vivienda con María Dolores “Tati” Fernós, quien después se convirtió en la primera procuradora de las mujeres (2001-2007), nombrada por la gobernadora Sila María Calderón. Su práctica profesional la hizo en el Centro de Apoyo de Servicios Legales de Puerto Rico, donde también conoció a Josefina “Josie” Pantoja y volvió a coincidir con Fernós. A ambas las describió como “mujeres que han ejercido mucha influencia en mi vida y en mis marcos teóricos”. 

“No siempre hemos estado de acuerdo, pero lo chévere es la discusión y el conocimiento que uno adquiere de esas discusiones”, agregó.

Su primer trabajo como abogada fue en la Oficina Legal de la Comunidad, de la Facultad de Derecho de la Universidad Interamericana, que dirigía Fernós en aquel momento. 

En el año 2000, presentó el primer caso (Pizarro v. Nicot) ante el Tribunal Supremo de Puerto Rico, de una orden de protección bajo la Ley para la Prevención e Intervención con la Violencia Doméstica (Ley 54 de 1989). Llevó ese caso junto a las abogadas Janice Gutiérrez e Ivys Fernández, también de la clínica de derecho. “En aquel momento, nadie apelaba las órdenes de protección… Nosotras siempre dijimos que lo íbamos a llevar hasta las últimas consecuencias”, aseveró. 

Su práctica legal ha sido inclusiva con la comunidad LGBTIQAP+ desde sus inicios. 

“El discrimen contra la comunidad trans es algo que me preocupa mucho y hay que estar bien alertas porque siguen golpeando y matando a las mujeres trans”, expresó.  

También, litigó a favor de clientes homosexuales que solicitaban órdenes de protección. En 2003, el Tribunal Supremo de Puerto Rico interpretó que este remedio legal no cobijaba a las parejas de estado civil solteras. “La Ley 54 habló, en todo momento, de personas… ¿y quiénes son las personas? Pues, las personas somos todos”, argumentó. Pese a ese obstáculo en la defensa de los derechos humanos, López Báez siguió asumiendo su representación mediante el uso de otros remedios disponibles, aseguró. 

Su llegada a la Junta Directiva de la Casa Protegida Julia De Burgos —el primer refugio para mujeres sobrevivientes de violencia de género que se quedan sin hogar, establecido en 1979— ocurrió en 2007.  “Me llevó Josie, quien estaba bien ligada a la junta. He estado durante 16 años en la junta, ya sea como presidenta, vicepresidenta o cualquier otro puesto. Vínculos siempre he tenido desde que era estudiante. Para mí, es mi proyecto de vida”, aseveró. 

Gracias a Casa Julia, como le llaman, es fiel creyente de que existen otras alternativas de vida para las sobrevivientes. “Las vamos a ayudar en ese proceso, no están solas. Para mí, lo importante es decir que no van a estar solas, aunque tomen las decisiones que a mí no me gustan. No importa qué te voy a apoyar. La paz es posible alcanzarla”, puntualizó.  

Olga López Báez

La paz posible: su deseo para las mujeres

Sobre si ha alcanzado ella la paz que aspira para otras, contesta con firmeza: “¡Yo quisiera!, yo creo que estoy en el proceso. Pero, tener la suerte de llegar a mi casa y poder descansar, y que nadie te tenga que decir qué hacer, eso es vital.  Es lo que quisiera que muchas mujeres tuvieran: esa posibilidad de descanso”. 

Habla de descanso e, inmediatamente, reaviva la rabia por quienes le es arrebatada esa posibilidad: “Tuve una clienta de Casa Julia, más o menos para los 1990 o casi 2000, de 33 años, con 13 hijos. La persona agresora era un pastor. Trece hijos. ¿Sabes lo que es eso? Que ella necesitaba las tarjetas, para acordarse de los nombres y fechas de nacimiento”. Entonces, pausó. Colocó el codo en la mesa y reposó la cabeza sobre su mano, como sorprendida todavía: “13 hijos… 13 hijos…”.  Inhaló profundo como buscando recobrar las fuerzas para proseguir el relato. El cuento resumido es este: él le rompió una de las copas gigantescas y decorativas, que tenían en la cocina, en la cabeza. “Ella estaba buscando poder sobrevivir, y tú no vives sobreviviendo. Tienes que, además, vivir. En una relación de violencia, se hace aún más difícil cuando sientes que estás sola”, agregó.

Con todas esas anécdotas de dolor, lucha y sobrevivencia, López Báez subirá a la tarima del Colegio, que la ha visto crecer. 

“Recibo un premio, que estoy muy honrada de recibirlo, pero quiero que esté toda la gente que ha estado conmigo en este camino porque no he sido yo sola, ha habido gente ayudando, colaborando, gente que ha sido parte de este proceso colectivo”.

Lo hará acompañada también de su compañera de vida durante los pasados 30 años, la fotoperiodista Alina Luciano

“En una ocasión, alguien me preguntó si me cansaba de hacer esto”, rememoró. 

Su respuesta fue que no se podía cansar de hacer algo que hacía por principios. Luego, como queriendo jamaquear su conciencia, le lanzó: “¿tú no quieres la paz?”. 

La licenciada Olga López, presidenta de la Junta de Directores de la Casa Protegida Julia de Burgos.

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