(Foto de archivo de Ana María Abruña Reyes)
No quiero aprender una receta más. No quiero hacer las paces con un silencio más. No quiero instalarme en una rutina más. No quiero extrañar una vez más. No quiero mirar una herida más. No quiero procesar un cansancio más. Ni un no abrazo más. Ni una noticia más. Ni escribir una entrada más. Pero aquí estoy.
Practicando recetas de mi bisabuela. Aprendiendo a repetir acciones en orden. Soy freelance, me ordena el caos. Extrañando visceralmente los abrazos. Purgándome y sanando a velocidades luz. Descansando o intentándolo. Y conectando, cada vez más, cada vez menos. Teníamos los fantasmas en cuarentena, y nos tocó escucharlos un mes entero.
Me reventó el cansancio ayer, mientras me preparaba un mejunje: no quiero más. Continúo. Continuamos. Pero esta política de la ausencia física es violenta, y eso también importa apalabrarlo. En esta isla somos muchas las que aprendimos a aislarnos, desde niñas, para sobrevivir. No nos es del todo nuevo este estado. Pero, asumir la pérdida temporera de las rutas cotidianas del tacto, que elegimos, es casi como vivir un luto y sus siete fases: negación, confusión, ira, dolor, tristeza, aceptación, restablecimiento.
No sé por cuál voy.
Ni quiero.
Pero sí quiero, más, de quienes gobiernan. Y no es que quiera; es que queremos. Y no es que queremos; es que reclamamos.
Medidas de salud pública eficientes, contundentes: honestas.
Pruebas, accesibles y suficientes.
Planes para atender la salud mental de un país que lleva entre fases de duelo desde hace décadas. Entre crisis, huracanes, temblores y ahora, virus, no sé ni por cuál etapa vamos. Ni quiero. La querencia nunca fue suficiente.
Acceso económico y geográfico a comida saludable para todos los sectores, pero sobre todo para los más vulnerables – la alimentación debilita o fortalece el sistema inmunológico. La inaccesibilidad a una dieta nutritiva también mata.
Más estrategias para víctimas de violencia doméstica: el agresor siempre fue el virus, y esa pandemia nos viene matando desde hace demasiado. ¿Qué mascarilla nos protege de un batazo? ¿Qué desinfecta la violencia verbal? Es tiempo de atender las emergencias, dentro de la emergencia, con la misma urgencia que nos perturba una alarma nacional a diario.
Siempre hubo que exigir más. Y aquí estamos, en nuestras casas -por ahora- pero atentas. Bien atentas. Esperando, pero sin tregua. Como un caldero que todavía no se desborda, pero bien que hierve.
Y el vapor no nos nubla.
Nos guía.