(Foto principal: Facebook Women’s March
Fotos insertadas en el texto: Alexandra Márquez)
Washington D. C. — A las 10:00 de la mañana, la multitud salía de la estación del tren por docenas. A nadie parecía importarle el frío de 30-grados. La mayoría eran jóvenes y portaban un sombrero rosado con dos picos simulando las orejas de los gatos, prenda característica de la Marcha de las Mujeres —una protesta mundial cuya gestación fue una respuesta directa a la elección de Donald Trump y rápidamente se convirtió en una de las protestas más grandes en la historia de los Estados Unidos.
En aquel entonces, la marcha tomó lugar el 21 de enero de 2017 —un día después de la toma de posesión del presidente Trump— e intentaba enviar un mensaje contundente a la nueva administración en su primer día al cargo: los derechos de las mujeres son derechos humanos y el pueblo está listo para combatir la agenda misógina del nuevo presidente y de la mayoría republicana en el Congreso.
Este año, —bajo un manto de críticas sobre la falta de diversidad en el movimiento y alegaciones de intolerancia— la organización Women’s March, Inc. dio paso a su tercer año de resistencia, incorporando una amalgama de temas: desde el cierre de gobierno de Trump hasta la inclusión de las mujeres transgénero en las discusiones sobre la agenda feminista que guía la misión de la entidad.
Cada quien intentaba abrirse paso para llegar hacia el escenario principal en la Plaza de la Libertad en Washington, D.C., donde en pocas horas líderes religiosos, activistas, figuras políticas, líderes comunitarios y muchas más darían sus discursos confirmando su compromiso con el movimiento y reanudando el pacto de luchar por las mujeres en Estados Unidos y alrededor del mundo.
Al fondo sonaba el tema “Glory” de John Legend:
“One day // When the glory comes //
It will be ours// It will be ours
Oh one day // When the war is won //
We will be sure // We will be sure…”
“Puede ser. Yo vine hace dos años y eran muchas más. Pero creo que el espíritu [de la primera marcha] sigue ahí,” dijo una participante a preguntas de un periodista sobre si —en su opinión— la asistencia al evento había mermado este año.
Si bien es cierto que organizaciones como el Partido Demócrata, Southern Poverty Law Center, Emily’s List y el Consejo Nacional de Mujeres Judías retiraron su apoyo a la marcha días antes de que se llevara a cabo, a muchas parecía no afectarle.
“La realidad es que este movimiento es más que sus líderes. Siempre he venido a esta marcha para apoyar a las demás mujeres que se han dado cita aquí los pasados años. Porque de eso se trata este movimiento”, comentó Amanda Millman, quien asistió al evento con su hija de 5 años. “Yo quiero que ella crezca sabiendo que ella tiene todo el poder del mundo para cambiar su futuro —y el de muchas otras personas. Así empezó este movimiento y eso es lo que quiero que ella se lleve.”
Las copresidentas de Women’s March, Inc. —Bob Bland, Tamika Mallory, Linda Sarsour y Carmen Pérez-Jordan— estuvieron bajo fuerte escrutinio público por su asociación con Louis Farrakhan, líder de la Nación Islam, y alegaciones de haber hecho comentarios antisemíticos en una reunión con voluntarios y organizadores del evento.
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El frío persistía, pero las mujeres resistían. Tal vez, como una metáfora de lo que había sido el trabajo del movimiento por el pasado año. Desde la lucha contra la confirmación del juez conservador Brett Kavanaugh hasta los esfuerzos para llevar la resistencia a las urnas, la Marcha de las Mujeres aportó a que más mujeres se postularan para algún puesto político. Pero la lucha nunca acaba.
En la Plaza de la Libertad, donde ya pasada las 12:30 de la tarde comenzaban a escucharse los primeros discursos, permeaban las ganas de luchar. Con pancartas. Con megáfonos. Con canciones. Con lo que fuese, pero en solidaridad.
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A la 1:30 de la tarde hubo que enfrentar el elefante en el cuarto.
“Durante el pasado año, mis hermanas de la Marcha de las Mujeres y yo hemos enfrentado acusaciones que nos han herido hasta el alma,” expresó Carmen Pérez-Jordan, una de las líderes en controversia y quien también forma parte de la junta directiva de la organización. “Nos han acusado de antisemitas y de dejar atrás a nuestra familia LGBTQIA.”
Es una mujer de mirada clara. La vida la ha hecho fuerte. Nació en la ciudad de Nueva York y a los 17 años supo lo que significaba perder a un ser querido con la muerte de su hermana de 19 años. Desde entonces, Pérez-Jordan decidió refugiarse en el activismo. En el 2001, se graduó de la Universidad de California en Santa Cruz con un grado en psicología. Su trabajo se ha centrado en la a la defensa de hombres y mujeres jóvenes, así como en brindar capacitación de liderazgo integral y la creación de oportunidades para personas dentro y fuera del sistema penal.
Con la convicción de una mujer enteramente segura de sus posturas, respiró profundo y terminó su discurso.
“Quiero ser inequívoca al afirmar que la organización de la Marcha de las Mujeres, así como mis hermanas y yo condenamos el antisemitismo, la homofobia y la transfobia en todas sus formas”.
Y así le pasó el micrófono a Tamika Mallory.
Mallory tampoco es extraña a la vida del activismo. Sus padres eran miembros fundadores y activistas de la Red de Acción Nacional de Al Sharpton (NAN), la organización líder de derechos civiles en Estados Unidos.
“A todas mis hermanas: las veo”, expresó.
“A mis hermanas musulmanas: las veo”, continuó.
“A mis hermanas latinas: las veo. A mis hermanas asiáticas: las veo. A mis hermanas con discapacidades: las veo.
Y a mis hermanas judías…” pausó, “no dejen que nadie les intente decir quién soy. Las veo a todas. Nadie me puede definir como mujer. Solo yo puedo hacerlo”.
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La agenda de la Marcha de la Mujeres es comprensiva.
Según las copresidentas de la organización, el documento de 71 páginas sirve como una declaración tangible de cómo proteger y defender el acceso a la salud, a la comunidad y los derechos de la mujer. La agenda también intenta ser un plan de trabajo para legislaciones en el Congreso y crea una hoja de ruta que utilizarán para movilizar al pueblo hacia las elecciones del 2020 y más allá.
A esta etapa de movimiento le han denominado “La ola de la mujer” o “Women’s Wave”. No es coincidencia.
Los demócratas lograron victorias históricas en el 2018 llenando los pasillos del Congreso con un número récord de mujeres, más diversidad y más legisladores con agendas liberales. A esto, le llamaron la “ola azul”.
El ciclo electoral del 2020 apenas comienza, pero el impacto que tendrán se puede predecir.
– “¿Sabes lo que pasará en el 2020?,” le pregunta una madre a su pequeña mientras esperábamos el tren tras haber terminado la marcha.
– “Sí.”
– “¿Ah, sí? ¿Qué pasará?”
Apuntó a un sombrero rosado. Con una sonrisa en el rostro y la certeza de todos los sombreros rosados que veía frente a sí, contestó: “Habrá una presidenta en Estados Unidos”.
La madre sonrió. Me miró y con el alivio de una batalla ganada me aseguró: “La lucha sigue”.
*Las fotos incluidas en el cuerpo de esta crónica fueron tomadas por la autora.