La mujer, dijo don Pedro Albizu Campos, “es la madre física y moral de la nacionalidad”. En aquel entonces, este se dirigía a un grupo de mujeres viequenses que se organizaban por la independencia de Puerto Rico dentro del marco del Partido Nacionalista.
Las mujeres viequenses fueron pioneras en reivindicar un lugar en la lucha, y a estas les siguieron tantas otras que han demostrado que las aportaciones de las mujeres son fundamentales para abrir camino por la independencia de Puerto Rico.
Hoy, en el natalicio de Dolores “Lolita” Lebrón, es indispensable recordar que esa “madre física y moral” de la nación, de la que nos habló Albizu, fue Lolita al guiar a sus compañeros de lucha en el ataque anticolonialista al Congreso de Estados Unidos en 1954. Fue Lolita, demostrando, una vez más, que la revolución nace de las entrañas de las mujeres.
Y es que el camino a la revolución, o mejor dicho, los caminos revolucionarios, los han marcado desde hace siglos nuestras ancestras del Abya Yala, resistentes todas a la violencia colonial y a la violencia del despojo. Los marcaron nuestras ancestras negras, que diseñaron en sus cabellos una de las formas más radicales de rebelión: las rutas de escape del cimarronaje.
Nos los señalaron, en este verano boricua, las mujeres que fueron las primeras en poner un pie en frente de La Fortaleza para exigir la renuncia de un gobierno al día de hoy innombrable.
Nos los han estado señalando, desde hace décadas, las mujeres que trabajan en la comunidad generando espacios colectivos, reconstruyendo la historia de aquellos y aquellas despojadas por el entramado colonial, poniendo sus cuerpos y cuerpas, exponiendo sus vidas para reivindicar una lucha anticolonial que no dé, una vez más, la espalda a las mujeres, que busque romper también con el capitalismo como una forma depredadora de sostener el colonialismo.
Al referirse a la decisión de llevar su lucha armada al Congreso de Estados Unidos y no a otras instancias del poder político estadounidense, Lolita planteó que atacar el Congreso era “llevar la guerra al corazón del imperio”, porque es ahí donde “nacieron todas las leyes que nos someten”. Y esto sigue siendo así, como lo demuestra la imposición de la infame Ley Promesa.
Es también famosa la frase de Lolita:
“Yo no vine a matar a nadie. Yo vine a morir por Puerto Rico”.
Debemos siempre reconocer a aquellas y aquellos que tomaron las armas porque no podemos olvidar que el colonialismo es violencia. El colonialismo es despojo. El colonialismo es humillación y es injusticia. Pero, Lolita también nos enseñó otras cosas cuando, con 81 años, fue arrestada por su acto anticolonial de desobediencia civil en Vieques. Ahí, nos demostró que hace falta sabiduría para repensar las estrategias.
Más adelante, ante el asesinato del líder revolucionario Filiberto Ojeda Ríos a manos del FBI, Lolita nos recordó que los caminos revolucionarios, también se recorrían a través de la organización política. Con esto, nos demostró que hace falta una ética revolucionaria para ser constantes, pero que la constancia no representa inmovilismo, sino rearticulación.
La lucha patriótica al día de hoy, indiscutiblemente liderada por grupos y colectivas feministas, ha rearticulado la estrategia sobre el espacio que simboliza la opresión colonial sobre los puertorriqueños y puertorriqueñas. Así, ha demostrado la constancia de su interseccionalidad, al manifestarse en frente de los bancos que representan el expolio económico de la colonia; en frente de La Fortaleza, donde por mucho tiempo han hecho oídos sordos a los reclamos por un estado de emergencia que priorice el detener la violencia machista en nuestro país; allí, en los lujosos hoteles del Centro de Convenciones, donde los miembros de la Junta de Control Fiscal, el nuevo ente colonial en Puerto Rico, se reúne para continuar facilitando el exilio económico y el vaciamiento del archipiélago. Es en estos y en otros lugares donde también las feministas y otros grupos se manifiestan. Se manifiestan en todos estos espacios que representan la violencia colonial en Puerto Rico, pero también, se manifiestan introduciendo en el lenguaje y en la práctica de la política de la resistencia, reivindicaciones antirracistas y comprometidas y aliadas con la diversidad sexual, de género y funcional.
La lucha patriótica se ha redefinido, y esto no debe preocuparnos. Por el contrario, debe esperanzarnos.
Todo cambia, pero ese cambio no es ruptura, no es emancipación de aquellos y aquellas que marcaron los caminos, es redención, es vindicación, es la construcción de algo nuevo que incluya y no excluya, que asuma que la descolonización de Puerto Rico no debe ser medida únicamente por la consecución de la soberanía, sino también por la ruptura con todos los otros dispositivos del colonialismo: el patriarcado, la misoginia, la homofobia, el racismo, el clasismo, y tantas otras violencias producidas por el entramado colonial.
Debemos, además, ser conscientes de que no todos y todas experimentamos los dispositivos del poder colonial de la misma manera. Reconocer los privilegios blancos, mestizos, masculinos y de clase es fundamental si queremos tejer una lucha anticolonial inclusiva.
En Puerto Rico, en la actualidad, la pobreza tiene rostro de mujer, y esa mujer es, además, negra. Sin justicia racial, no habrá equidad de género. Sin equidad de género, no seremos un país libre, seremos la mímica, la copia barata, de un país con soberanía gobernando por y para la mitad de su población. Para nosotras, descolonización significa democracia radical y esto no se consigue dándoles la espalda a las mujeres.
La figura de la mujer como la “madre de la patria” resulta compleja. No, no tenemos la responsabilidad de parir la revolución. Nuestros cuerpos no son de la patria ni aunque esto sea metafóricamente. Parimos la revolución porque es desde la subalternidad femenina desde donde nacen las rutas de escape del cimarronaje. Parimos la revolución porque nuestras ancestras han tomado las armas, han alfabetizado obreros, han escrito los versos que han llenado de pasión el amor a la matria, han trabajado la tierra, han cuidado, han criado, pero sobre todo, han amado y no han tenido miedo de feminizar la lucha política y la lucha por la libertad. Pensarse mujer, desde el legado de Lolita, es pensarse libre, migrante, trabajadora, revolucionaria.
Sigamos tejiendo y trabajando por un horizonte descolonizado, como lo soñó Lolita, como lo soñaron tantas y como lo soñamos nosotras.
* Este texto es una versión editada de un discurso de la autora, el 12 de septiembre de 2019, en el natalicio de Pedro Albizu Campos, dedicado a Lolita Lebrón.