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Lo que te dicen cuando te dicen “te vas a quedar sola”

Te vas a quedar sola

(Imagen por la autora)

Recuerdo que de adolescente me llamaba la atención una película sobre una princesa cuya maldición era que no podía desobedecer ni una sola orden. Cuanto más intentaba ser ella misma, más difícil se le hacía deshacerse del hechizo. Al final, escapa de su atadura y se casa, felizmente, con un príncipe. Parecería un intento de reflexión sobre la autonomía de la mujer, pero termina siendo una historia más sobre alcanzar la felicidad con una pareja.

Gracias a Dios, yo no soy ella, pero, de alguna forma, puedo entenderla. La sociedad nos quiere princesas, nos quiere obedientes y, al final, nos quiere dependientes.

Lo peor es que, muchas veces, nos prestamos para perpetuar esa conducta que solo nos esclaviza. Estamos tan acostumbradas a que nuestro éxito se defina por obedecer la norma que, si no cumplimos, sentimos que fracasamos. Creo que la peor advertencia de fracaso que me han hecho ha sido esta: “Te vas a quedar sola”.

La primera vez que la escuché hablaba sobre mi cuerpo y cómo no quería que un hombre me tocara. Entonces, una joven me dijo: “Es que, si no les das (a los hombres) lo que ellos quieren, te vas a quedar sola”. Esa oración me marcó, pero no dejé de ser exigente, de valorar cada parte de mí, ni de ser juiciosa al momento de elegir a quién quería en mi vida. Entonces, otra joven me dijo: “Eres demasiado exigente; te vas a quedar sola”.

No culpo a ninguna por su preocupación. Seguramente, ambas advertencias fueron solo para protegerme de que, en un futuro, la sociedad me llamara “solterona” o “jamona”.

De hecho, varios estudios citados por el Centro de Investigación y Estudios de Familia de la Universidad de Haifa en Israel comprueban que las mujeres tienen mayor presión social para casarse y tener hijos que los hombres, y que, de no lograrlo, se proyectan como solitarias y de baja autoestima, en comparación con aquellas que poseen pareja. Esta percepción sucede en momentos en que el 50% de la población adulta estadounidense, para el 2014, estaba soltera, mientras que la cantidad de mujeres solteras en Israel se triplicaba.

Aun así, estoy segura de que muchos hombres cargan, también, con la presión de encontrar pareja antes de cierta edad porque de lo contrario quedan marcados con un refrán que hiere su autoestima, degrada a la comunidad LGBTT+ y comienza: “soltero maduro…”.

He luchado contra la soledad desde que me acuerdo. Cada San Valentín esperaba un regalo que nunca llegaba, y prefería evitar una reunión entre amistades y familiares con tal de que no me preguntaran “por qué no tenía novio”. Tener pareja, más que una experiencia que llegaría cuando me sintiera cómoda con una persona, se volvió para mí una presión. Creo que a muchas personas les sucede lo mismo. Sienten que, si no tienen pareja, no alcanzan el éxito.

Pareciera que la soledad siempre está del otro lado de la historia. La presentan como la peor y, según el mundo, por culpa de la soledad nos secuestran, asaltan, persiguen y violan. O cuántas veces no hemos escuchado: “Le pasó porque andaba sola a esa hora”. La culpa nunca es de quien realmente provocó el daño, pero, aunque escuchemos esta historia muchas veces, no cambiamos de opinión sobre la soledad.

El miedo a quedar sola no debería implicar que se deben aguantar actitudes no deseadas. Vivimos tan presionadas/os a tener pareja que, muchas veces, nos conformamos con menos de lo que queremos y aguantamos relaciones abusivas con tal de que no nos señalen por nuestra soledad. Es entonces cuando nos toca deshacernos del hechizo y desobedecer las normas. Esta vez, no para casarnos, sino para decidir sobre nuestra felicidad.

Willy Rodríguez, vocalista de Cultura Profética, lo describe muy bien en el coro de su reggae: “Baja la tensión, amor no es presión. No se consigue amor bajo obligación”.

Nadie tiene derecho de juzgar el modo en que cada persona elige vivir. Cada ser humano tiene unas metas y experiencias distintas, que no necesariamente van atadas a tener una pareja. El matrimonio, la convivencia, el noviazgo o cualquier práctica sexual son experiencias sobre las que cada cual tiene potestad para decidir si las desea o no. Las metas no acaban cuando se está en una relación, tampoco terminan cuando no se está en una.

Soy un ser completo y totalmente autónomo, por tanto, mi éxito o fracaso no dependen de si tengo o no pareja. Tengo el derecho de decidir con quién compartir mis intimidades, caricias y amor, y elijo cuándo. Y, por si se preguntaban mi estado civil, no estoy sola: me tengo a mí.

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