(Foto de archivo de Ana María Abruña Reyes)
Cuando pienso en el Día de las Madres, me arropa una serie de contradicciones con las que me embarullo todos los años, mucho más desde que me convertí en madre. Recuerdo mi escepticismo en fechas como esta hasta que, en los primeros meses de pandemia, cuando todxs estábamos encerradxs en nuestras casas y yo tenía ya como cinco o seis meses de embarazo, un carro se estacionó en la vereda de enfrente, bajo la ventana de nuestra casa.
Ahí estaba mi suegra y su mamá, mi cuñada y su esposo, y mis tres sobrinxs con una cantidad de envoltorios sorpresa para mimarme en medio de tanta incertidumbre. Recuerdo que atamos una canasta a una soga y la usamos para subir los regalos, desde la calle hasta la ventana del segundo piso, tanto por lo pintoresco de la escena como por no bajar a buscar todo y tener que subir las escaleras con el peso de la panza. Algunos transeúntes se detuvieron a mirar qué pasaba. Recuerdo unos pajaritos de tela que había cosido a mano con tanto amor mi cuñada, eran tres, dos mayores y uno pequeñito, unidos a través de un hilo ensartado que los convertía en aves voladoras. Recuerdo mi llanto saturado de hormonas y emoción, así como el hecho de tirar por la borda mi escepticismo durante el resto del día porque qué más daba ya si, al final, había sido linda la celebración con regalos y amor genuino de parte de la familia, que también esperaba con mucha ilusión la llegada de nuestra bebita.
Ahora, que mi hija existe del otro lado de la panza, cada Día de las Madres me despierta una serie de contradicciones que, entiendo, no pueden resolverse simplemente desde el escepticismo. Por supuesto que es un día comercial y que todos los días deberíamos celebrar a las madres, como dicen por ahí, pero acaso ese discurso no sea suficiente.
El trabajo materno es tan incalculable como invisible. Todxs hemos sido cuidados, de lo contrario no estaríamos aquí; sin embargo, esas tareas de cuidado, que a menudo recaen única o mayormente en las madres, están completamente invisibilizadas. Que la sociedad celebre a las madres un día como hoy -con flores, electrodomésticos (¿Existe todavía quien regala electrodomésticos en el Día de las Madres? ¿o enseres para el hogar? ¿o la cocina?), váuchers de belleza, collares de pasta y toda suerte de manualidades escolares- nos habla de lo lejos que estamos de integrar las necesidades reales de las madres en lo cotidiano.
¿Qué necesitan las madres? Los dictámenes de “nuestras necesidades”, incluso de nuestros gustos, vienen desde una mirada masculina externa, siempre ha sido así. A lo largo de la historia, los hombres han hablado en nombre de las mujeres; han escrito sobre las mujeres; han hecho retratos de mujeres; han descrito la “compleja psicología” de las mujeres; han estudiado como anomalías los cuerpos, y procesos sexuales y reproductivos de las mujeres. Pero nadie ha escuchado a las mujeres, sus voces no están en ninguna parte. Mucho menos, a las madres.
Las madres han sido las grandes invisibles de la historia, lo son todavía, intentando abrirse paso incluso en algunos espacios feministas. Mal que nos pese, la maternidad no se ha integrado plenamente al feminismo, tanto como sería necesario hacerlo. Por un lado, no ha recibido el mismo énfasis, por ejemplo, que el aborto y, sin embargo, es parte de los derechos reproductivos de las mujeres.
Aunque en Puerto Rico el aborto se legalizó en 1973, y actualmente seguimos dando batalla con los sectores conservadores por la constante amenaza en el retroceso de esos derechos conquistados, es imperativo que las conversaciones sobre los derechos reproductivos en la isla no terminen en la interrupción voluntaria del embarazo. Debemos también hablar de los capítulos siniestros de la historia, como los programas masivos de esterilización forzada y los ensayos de la píldora anticonceptiva, donde las mujeres puertorriqueñas en condiciones de vulnerabilidad, a quienes no se proveyó ningún tipo de información, fueron utilizadas como conejillos de indias. De ahí, que el derecho a parir y a maternar en Puerto Rico haya sido fuertemente violentado a lo largo de todo el siglo XX y representa la otra cara del problema. Por otro lado, ¿cuántas veces, en los propios espacios feministas, nos encontramos con falta de dinámicas que contemplen la asistencia con bebés y/o niñxs? ¿Qué decir de los espacios laborales y la búsqueda de una conciliación real?
La sociedad les debe a las madres mucho más que algunas tarjetas floridas, de esas que se compran en la farmacia, una vez al año. Porque no maternamos una vez al año. Sucede que el resto del año es más fácil exigirles a las madres un quehacer completamente abnegado, desmedido y exigente, disfrazado de bondad y multitasking, porque mamá lo hace mejor. La sociedad les debe a las madres una legislación real para acompañar, en lugar de obstaculizar, la maternidad en todas sus etapas.
Recientemente, se aprobó la extensión de la licencia por maternidad, que sigue siendo mínima e insuficiente en comparación con otros países, pero, sin duda, representa un paso hacia adelante. ¿Qué pasa con otras licencias y prestaciones? ¿Qué hay de los servicios perinatales, tanto los que respectan a la salud física como la psíquica de las madres? ¿Qué hay de las lactancias acompañadas, de lxs profesionales de la salud actualizadxs, de los tiempos y espacios físicos para extraerse leche fuera del hogar o para amamantar? ¿Qué hay del acceso a una vivienda digna para las madres y sus hijxs? ¿Qué hay del sostén económico y emocional para las familias monomarentales? ¿Qué hay de los cuidos gratuitos y de calidad, en el sector público y en las compañías privadas? ¿Cómo apoyamos las responsabilidades de cuidado que mantienen en marcha nuestra sociedad? O lo que es lo mismo, ¿cómo cuidamos a quien cuida? ¿Qué hay de la empatía para sostenerle la puerta a una mujer que carga un bebé en brazos o que empuja un cochecito o lleva de la mano a uno, dos o tres niñxs? ¿De cederle el lugar en la fila del supermercado o del banco? ¿De habilitar filas especiales para acelerar los turnos, con esperas eternas? ¿De un espacio en el estacionamiento para embarazadas, personas gestantes y/o madres de bebés y niñxs pequeños? ¿De rampas en todas las esquinas y veredas decentes para caminar con nuestrxs hijxs o empujar un cochecito, sin que los carros estacionen en la acera obligándonos a deshacer camino, con todo y niñxs a cuestas?
Es necesario trabajar conscientemente para impulsar leyes que apoyen a las madres y sostengan sus necesidades básicas. Al lado de las legislaciones que nos protejan y legitimen nuestros derechos, es igualmente necesario atender estos otros asuntos, que pueden parecer mínimos para quienes no maternan (incluso hay quienes acusan a las madres de “aprovecharse” de sus hijxs para saltar la fila o hacer un pedido), aquellos que dificultan la cotidianeidad de quienes criamos cuando salimos a hacer gestiones en la vía pública con nuestrxs hijxs, por ejemplo, o simplemente deseamos disfrutar de nuestro día a día con ellxs.
La sociedad les debe a las madres. Mi deseo es que hoy, junto con el amor, los regalos y las felicitaciones, empecemos a organizarnos para visibilizar estos reclamos, para sacarlos del espacio íntimo del hogar y la crianza, y llevarlos a la mesa de discusión a partir de propuestas concretas. Acaso la mesa de este domingo sea la oportunidad para empezar estas conversaciones; allí mismo cuando te cuelguen el collar de pasta que puso a prueba la motricidad fina de tus hijxs artistas, allí cuando en el trabajo una de tus compañeras falte porque su hijx está enfermo, allí cuando se violente a una madre y nadie levante la voz.
Vamos a hacer una oda a las madres. Hagamos una oda que reivindique los derechos de una maternidad liberadora, deseada y feminista más allá del discurso; una oda que se traduzca en acciones y en cambios sociales. Feliz será el día en el que todas las madres seamos una prioridad para la sociedad donde vivimos, en el que se atiendan las necesidades reales de la maternidad real, en todas sus diversidades, y no en las tarjetas de la farmacia. Sigo siendo escéptica de una sociedad de consumo que nos celebra un día y nos olvida el resto del año, pero hoy elijo maternar desde el feminismo y hacer de la maternidad mi trinchera política, en todos los espacios que ocupo. Ojalá, hermana, salgamos a la calle con nuestras crías y nos veamos las caras y nos reconozcamos y nos demos la mano. No somos invisibles.