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Josefina Pantoja Oquendo y la satisfacción de las luchas ganadas

Josefina Pantoja

Fotos por Ana María Abruña Reyes

La vida de la abogada Josefina Pantoja Oquendo ha sido toda lucha. Quien la conoce, pensaría que solo le es posible accionar en colectivo. Tanto desde el trabajo remunerado que tuvo en Servicios Legales de Puerto Rico (SLPR) —donde laboró durante 44 años— como desde el activismo político y feminista y el voluntariado, ha puesto el cuerpo donde la necesite la gente cuyos derechos están siendo vulnerados. 

“Tenemos que agruparnos para ser más fuertes”, declaró en una entrevista con Todas, en su apartamento, en un condominio construido en los sesenta para la clase obrera, en el centro de Hato Rey.  

Josie, como le conocen, nos abrió su hogar poco después de la 1:00 p.m. de un viernes. Su rostro negro, con cabello corto gris platino, se asomó por la puerta ligeramente entreabierta. Vestida con traje rosa, destellaba color en el edificio blancuzco en el que reside. La primera pared de la residencia exhibe los rostros de otras mujeres que hicieron historia. Allí, muestra las fotos de aquellas de quienes aprendió, con quienes se formó y vivió: María Dolores “Tati” Fernós, Isabel Rosado Morales, Dolores “Lolita” Lebrón, Carmín Pérez y Margot Arce; las mujeres que le inspiraron en la defensa de los derechos humanos y la patria. “Tuve la dicha de conocerlas a todas y conversar con ellas”, comentó. 

 

 

En la sala de estar, improvisó un pequeño altar para sus familiares difuntos: una mesa plegable que vistió con un mantel de colores vibrantes y adornó con las fotografías de sus antepasados. “He sido privilegiada con las grandes amistades que tengo, la familia que tengo”, dijo. Inmediatamente, aclaró que, aunque su padre, madre y hermano fallecieron, le sobreviven su cuñada, sobrina y dos sobrinas nietas.  

A sus 73 años, sentada en la mecedora de madera y ratán, Pantoja Oquendo se declaró contenta con la vida que ha llevado. “El trabajo feminista me ha dado muchísimas satisfacciones y alegrías”, expuso quien se insertó en el movimiento en 1978. 

La lucha interior: su primera gran lucha

 

Su primera gran lucha fue vencer la inseguridad, rememoró la nacida en Cerro Gordo (Vega Alta) y criada en Vega Baja. Ella era la tercera de su familia —precedida por su hermano y una prima— en procurar estudios universitarios en 1967. No tenía claro a qué se quería dedicar ni si la universidad era para ella. 

“Recuerdo, como ahora, que el primer trimestre  yo estaba tan preocupada e insegura de que a lo mejor no iba a poder mantenerme ahí… Entonces, todas las mañanas me levantaba a vomitar. ¡Los nervios no me dejaban vivir! No podía ni desayunar, así que mi mamá me daba todos los fines de semana una bolsita de hojas de naranjo. Yo la ponía en el congelador y eso era lo que yo tomaba todas las mañanas. Hasta que vinieron las notas del primer semestre, que automáticamente me tranquilicé”, relató sobre su entrada a la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico (UPR), en Arecibo. 

Sin dominar el inglés, tomó los exámenes de admisión para la Escuela de Derecho y logró entrar, según ella, “más por el promedio, que por el examen”. Fue allí donde empezó a cobrar conciencia racial y de clase, pues recuerda que solo había cinco personas negras en la clase graduanda y eran muy pocos los que provenían de escuela pública. 

Inspirada en otra compañera, decidió dejar de estirarse el pelo y mostrar su peinado afro natural, como una afirmación de identidad. 

“Cuando me dejé el afro —ya estaba en el segundo año de leyes—, cuando llegué a casa en Vega Baja, ese fin de semana, mi mamá montó un ‘escandalete’. Bueno, tuve que regresar, el sábado, a la residencia, porque no pude con ella. Nunca me lo dijeron, pero pienso que mi papá, después, tuvo una sesión con ella porque, al otro fin de semana, me llamaron y yo fui (a verles) como si nada”. 

 

 

Contó que su madre había completado estudios hasta el sexto grado, venía de una familia numerosa, de muchos hermanos varones. “Que eran unos macharranes”, añadió. “Ella era una sobreviviente. Eso yo lo vine a entender y a manejar después”, reflexionó.

Su padre había adquirido conciencia racial en el ejército de Estados Unidos, donde los batallones se segregaban por el color de piel. Además, venía de tradición sindicalista como miembro de la Unión de Trabajadores de la Industria Eléctrica y de Riego (UTIER), a la que pertenecía por su puesto como tenedor de libros en la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE). También, participaba políticamente como funcionario electoral.

En una de sus primeras elecciones, tanto ella como su papá trabajaron como voluntarios contando votos en el mismo colegio electoral, en Vega Baja. “Entramos a la misma escuela y éramos funcionarios del mismo colegio. Él, popular; y yo, pipiola”, narró entre risas sobre aquel evento electoral de 1968. 

Si bien su independentismo nació en la escuela superior, se confirmó en la universidad. “Yo estaba descubriendo cosas, leyendo cosas… Por eso, ese cliché de que la universidad nos cambia… pues sí, ¡y qué bueno que nos cambia!”, ripostó a los críticos del primer centro docente del país. 

Feminismo y trabajo por la justicia social

 

De igual forma, el desarrollo del pensamiento feminista surgió espontáneo, ya insertada en el mundo laboral. “Entré por la puerta del sindicalismo”, contó sobre la Primera Conferencia de Mujeres Trabajadoras de 1978, a la que acudió como representante de la Unión Independiente de Trabajadores de Servicios Legales. “Se fueron sumando muchas cosas, de modo que esa participación en la conferencia hizo un boom de descubrimientos, de alianzas, de compañeras que no conocía”, reflexionó acerca de cómo se entrecruzaron las distintas luchas contra las desigualdades.  

“En mi caso, jamás di reversa”, agregó. 

 

 

Apenas un año antes, había comenzado a trabajar en SLPR, organización sin fines de lucro que ofrece orientación legal gratuita a personas sin acceso a recursos económicos. Tanto entonces como ahora la mayoría de la clientela son mujeres, por lo que pudo conocer de cerca aquello de que la pobreza tiene rostro de mujer. 

Recién llegada a SLPR, le asignaron orientar a los residentes de Piñones, quienes carecían de títulos de propiedad y tenían importante luchas comunitarias, y la amenaza de desalojo para desarrollar un complejo residencial y recreacional en Vacía Talega, una de las pocas playas del área metropolitana cuyo acceso permanece libre de edificaciones, que obstaculizan la vista al mar. 

Durante los 44 años que trabajó allí, pasó por la unidad de calidad ambiental, la unidad de mujer y familia, y le asignaron el pleito de clase de Educación Especial, Rosa Lydia Vega v. Departamento de Educación, que había iniciado SLPR en los ochenta. En 1993, creó el proyecto de Educación Especial junto a Ivette Sepúlveda Pérez y Ana Leyda Fuentes Linero, para incorporar una línea de teléfono para ofrecer orientaciones gratuitas a las madres y padres.  

Los trabajos para la unidad de mujer y familia —como abogada defensora de mujeres que enfrentaban violencia u hostigamiento— iban a la par con el trabajo feminista y de activismo político que hacía desde la Organización Puertorriqueña de la Mujer Trabajadora (OPMT), que cofundó en 1982, junto con otras feministas. Entre ellas, estaban Lureida Torres, Marta Elsa Fernández, María Dolores Fernós, Idalí Ruiz, Alice Colón Warren, Nilsa Torres, Isabel Laboy, Mariecel Maldonado, y Frances Díaz.

Pantoja Oquendo estuvo entre el grupo de mujeres feministas que impulsaron la Ley para Prohibir el Hostigamiento Sexual en el Trabajo (Ley 17 de 22 de abril de 1988) y la Ley de Prevención e Intervención de Violencia Doméstica (Ley 54 de 15 de agosto de 1989). Esa gesta hubiera sido imposible sin aglutinar fuerzas mediante la Coordinadora Paz para las Mujeres, creada como coalición, sintetizó. “Las organizaciones, que nos conocíamos y estábamos buscando esa legislación, nos reuníamos para establecer estrategias. Dijimos: ‘Tenemos que agruparnos para ser más fuertes… para poder lograrlo’, porque llevábamos par de años tratando que esa legislación saliera”, recordó. 

Describe como “lo peor” de esa experiencia haber tenido que lidiar con lo que le llama “las bestias salvajes”, es decir, las macharranerías de quienes ostentaban el poder en aquel entonces. 

“Hemos adelantado” 

 

Aunque todavía hay macharranería, la defensora homenajeada por su labor humanista piensa que la sociedad puertorriqueña ha avanzado.  

“Hemos adelantado porque la opinión pública ya no está ajena a estas controversias de equidad. Claro, que hay bestias salvajes, pero no estamos arando en un terreno completamente seco”, observó. 

Enumeró, entre los avances, la apertura de las personas jóvenes y los resultados de la crianza de las mujeres feministas y defensoras de los derechos humanos. “Eso es una gran alegría. Por eso, yo vivo llena de esperanza. Si no, hubiera enganchado los guantes hace tiempo. Pero, hay frutos”, comentó. 

Además de su lucha feminista, apoyó, en la década de 1980, por el rescate de terrenos de Villa Sin Miedo, en Río Grande. También, participó como desobediente civil en la lucha por la salida de la Marina de Estados Unidos de Vieques y fue de una de las mujeres protagonistas en el reclamo por la excarcelación del prisionero político puertorriqueño Oscar López Rivera.

 

 

Abordada sobre el presente y futuro del movimiento feminista, Pantoja Oquendo lo define como “fuerte”. Prueba de ello ha sido la resistencia ejercida contra los ataques a los derechos sexuales y reproductivos que se han configurado desde la legislatura, en particular, desde el Proyecto Dignidad, que ocupa dos escaños legislativos desde enero de 2021.  

Nombró como fortalezas de las feministas jóvenes su formación teórica y conciencia de lo que pasa en el mundo, así como el uso de la tecnología. También, reconoció que la inclusión y representación de la diversidad sexual, así como de las inmigrantes dominicanas, son otras de las fortalezas del movimiento que encabeza la juventud. Las intersecciones de la raza, la identidad sexual y nacionalidad se trabajan mejor, puntualizó. 

“No lo veo como un relevo generacional porque pienso que se va corriendo en el mismo carril, con la ventaja que tienen las jóvenes por su formación, pero también la experiencia y sabiduría de las que empezamos antes. Creo que se hace un equipo muy bueno cuando se trabaja en conjunto”, analizó. 

El movimiento, dijo, se ha fortalecido. Esa apreciación no le es impedimento para comunicar también las desilusiones: las veces en que se ha tenido que retirar de espacios de organización porque las diferencias se manejan, a su juicio, de forma ofensiva. Esa retirada no implica, aclaró inmediatamente, distanciamiento. 

“En la discusión de las diferencias, me gusta guardar consideración por la sensibilidad de las personas. Creo que las críticas se pueden hacer con sinceridad, pero sin ofender. No creo que el hecho de pensar diferente y pensar que estás bien en tu planteamiento, sea necesario ser ofensivo con las demás personas. Yo creo que eso no contribuye.  A veces, se cae en eso”, observó.  Entonces, soltó: “No estamos para desgastarnos. Eso, tal vez, puede tener que ver con la edad”. 

El tono de optimismo con que habla del futuro del feminismo cambia al abordar el contexto político, social y económico que atraviesa el país como colonia de Estados Unidos.  

“Estamos en un contexto muy difícil y me gustaría —ya tengo bastantes añitos— ver que, de alguna manera, el movimiento independentista se pudiera amarrar más, que pudiéramos caminar juntos más unidos. Salir de tanta diferencia y enfocarnos en un norte consistente, como pasó con Vieques”, soñó en voz alta. Entonces, agregó: “Que aún si la independencia yo no la viera, por lo menos, se vea que estamos adelantando. Si logramos aglutinarnos en torno a la búsqueda de la descolonización, todos juntos, daríamos un gran paso”.

 

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