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Impactar a todas las generaciones es fundamental para frenar el acoso callejero

No es piropo, es acoso callejero - Imagen de Stephanie Cavina para ¡Cambia ya!

Ilustración por Stephanie Cavina

Sintonicé el segmento de “El Guitarreño”, en el programa de Pégate al mediodía de Wapa Televisión, el día que discutían el Proyecto del Senado 326, el cual busca tipificar el acoso callejero como delito en el Código Penal de Puerto Rico. 

Como era de esperarse, los comentarios expresados por el personaje principal, interpretado por el comediante Alfonso Alemán, fueron de burla y menoscabo hacia la intención de quienes impulsan la medida legislativa. En un momento, Alemán bromeó e hizo el sonido de un silbido para sugerir que era absurdo penalizar a alguien por pitarle a una mujer en la calle. Su actitud demostró que no considera la violencia de género como un problema prioritario en Puerto Rico. Proyectó una total enajenación en torno a las experiencias de tantas mujeres que ven limitado su derecho a transitar libremente por las calles del país.

Algunas personas argumentarán que no debemos tomar con tanta seriedad los planteamientos de un personaje de comedia. Dirán, además, que su abordaje del tema es un mero chiste que se comunica con la intención de proveer entretenimiento a los hogares puertorriqueños y salas de espera de oficinas médicas, donde ya es costumbre ver los programas del mediodía de la televisión local. 

Ante las apologías hacia la violencia machista, respondo que no es gracioso y que sí debe ser motivo de preocupación. Desafortunadamente, la perspectiva de Alemán es la de miles de personas que proclaman que el acoso callejero no existe, sino que más bien se trata de “piropos” o “halagos” hacia las mujeres. Su opinión representa la de quienes cínicamente colocan el acoso callejero en unas “olimpiadas” de problemas y le otorgan un nivel de importancia mínimo, en comparación con otros males sociales. 

El Guitarreño simboliza la visión de mundo de quienes se escudan detrás de un determinismo cultural para decir que es inevitable que el acoso callejero ocurra debido a que es parte de nuestra realidad como pueblo. Es, incluso, la versión pueblerina de aquellos hombres que, desde la denominada academia “progresista”, resucitan filósofos europeos para plantear que el feminismo ha matado el erotismo y las posibilidades de comunicación en las relaciones de pareja. Nada más lejos de la realidad.

El acoso callejero sí existe y debe ser tratado como un problema prioritario en Puerto Rico. Cada semestre, escucho los relatos de mis estudiantes mujeres sobre cómo su dignidad es constantemente lacerada, tanto por las calles de Río Piedras, como en otros espacios públicos del país. En la mayoría de las ocasiones, me cuentan que los comentarios y miradas no deseadas son de hombres que sobrepasan los 40 años de edad. Tal realidad, me acuerda la plática que tuve recientemente con una amiga periodista, quien me dijo que si bien la integración de un currículo con perspectiva de género es indispensable para educar a las generaciones más jóvenes en las escuelas, como sociedad debemos igualmente reflexionar sobre cuáles son los pasos a tomar con los hombres mayores de edad que acosan en la calle y que sabemos no regresarán a la escuela, ni tendrán la oportunidad de ir a una universidad o mucho menos se expondrán a un curso de género.

¿Qué hacemos con quienes tienen a los programas televisivos misóginos del mediodía como el principal referente para informarse sobre temas como el acoso callejero? ¿Cómo llegamos a esta población y generaciones? ¿Cómo trascendemos las fronteras del aula y otros espacios universitarios? ¿Cómo enfrentamos los discursos que, desde grupos antiderechos, niegan que exista un problema de violencia de género?

Es una discusión que como sociedad debemos tener. Es un asunto prioritario que puede salvar vidas. Quienes tenemos la oportunidad de exponernos a temas que se abordan desde la perspectiva de género y el feminismo debemos recordar que todo espacio es valioso para platicar y cuestionar asuntos como el acoso callejero. No es solo en la universidad donde deben discutirse estos temas. Entornos como el hogar, la calle, la plaza pública, el centro comercial, la sala del hogar y hasta el “pub” de jangueo son espacios en los cuales estas discusiones siempre serán importantes. Asimismo, aquellas organizaciones que aportan ofreciendo talleres sobre la violencia machista podrían desarrollar propuestas en las cuales se piense en la necesidad de impactar personas adultas, y no solo adolescentes y jóvenes universitarios.  

Yo, desde mi trinchera como estudioso y promotor de la geografía con perspectiva de género feminista, continuaré cuestionando esa cultura patriarcal que perpetúa el acoso y violencias callejeras hacia las mujeres, personas no binarias, personas trans y otros grupos que el poder insiste en vulnerar. 

De la misma manera en que no son naturales los roles de género que nos imponen desde la infancia, tampoco hay nada natural en determinar cuáles cuerpos pueden transitar libremente la ciudad y cuáles no. Son más bien construcciones sociales sostenidas desde el patriarcado. Aspiro a que puedan existir otras geografías de género en las cuales el criterio de una estudiante para trazar su ruta a pie hacia la universidad u hospedaje no tenga que estar condicionado por el temor a lo que un acosador pueda hacerle.

 Es momento de llamar las cosas por su nombre. No es un piropo. No es un halago. Es acoso y violencia. 

Fotoensayo: “Camino por el centro de la carretera”

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