Foto de archivo de Ana María Abruña Reyes.
Puerto Rico sigue siendo una tierra fértil de patriarcado en resistencia. A casi una década de la tercera ola feminista, donde se resignificó el 8M (Día de la Mujer) como consigna política de “Me too”, “Ni una menos”, “Ni una más”, “Yo te creo hermana” y “Vivas nos queremos” en toda América y Europa, en nuestro país todavía existe resistencia de aquellos que pueden influir en la creación, diseño e implementación de políticas públicas que acompañen este proceso cultural – el cual abre camino a una nueva generación y a la integración de Puerto Rico en el mundo – generando una plusvalía misógina a la sociedad.
Los feminicidios de Keishla Rodríguez Ortiz y Andrea Ruiz Costas pudieron ser la bisagra generadora de esos nuevos cambios; permitiéndole al Estado y todos sus actores la oportunidad de implementar políticas públicas con perspectivas de género para protegernos a las mujeres; porque nos están matando. Sin embargo, no ha sido así. No pasó nada. Terminó el duelo y aún no hay una medida concreta y efectiva para abordar la temática.
La agenda de la mujer claramente no es una prioridad real
Puerto Rico carece en su legislación de ley de educación sexual integral en la educación primaria y secundaria de carácter obligatorio; ley de identidad de género; ley de capacitación que obligaría en tema de mujeres, género y diversidad para funcionarios y empleados públicos de todos los poderes del Estado Libre Asociado; tipificación del homicidio por motivos de género como feminicidio, con pena agravada como crimen de odio hacia las mujeres; ley de cupo femenino en la política, entre otras.
Todas estas iniciativas están en agenda política en países de Latinoamérica y Europa desde hace años. El hecho de que estos temas no estén hoy en la agenda pública de Puerto Rico puede tener motivos diversos, pero seguramente todos inaceptables. Ningún cambio real es sin tensiones, y llegó el momento de exigir juntas y organizadas. La lucha tiene que ser colectiva.
Aunque algunos/as tengamos intelectualizados los conceptos feministas; hay que bajarlos a las acciones cotidianas; cortar con la violencia en lo intrafamiliar y en lo público.
Salgamos juntas, abuelas, madres, tías, hermanas, amigas; “las muchachas” y “las doñas”, todas juntas estamos por lo mismo; vivir con EQUIDAD, LIBERTAD y SIN TEMOR.
Continuaremos en activismo de la palabra hasta que nuestras hijas tengan los mismos derechos que nuestros hijos, hasta que puedan disfrutar, vivir, no tener miedo; cuando puedan llegar a su casa sin tener que avisar “ya llegué” porque ese aviso solo quiere decir “estoy viva”.
Será una nueva vida feminista la que nos espera. Para nuestras muchachas, para nuestras chicas, para nuestras hijas.
“Y si el feminismo defiende el derecho a decidir y a ser madre o a no serlo, a tener hijos/as y a no tenerlos/as, la revolución no es un nuevo mandato de maternidad política, sino una forma irreverente, pero real – de entender que las generaciones protegen y potencian, no solo desde el cuerpo, la biología o a la crianza personal y privada, sino desde los discursos, el humor, la música, la literatura, las marchas, la militancia, la docencia y el trabajo que siembra y energiza. No es una revolución puertas para adentro, sino una revolución callejera y plural , que cambia el paradigma de la maternidad y la obligatoriedad de feminidad cuidadora, que libera y que recibe, que aprende y deconstruye, que abriga y no pregunta si llevan el saquito puesto, sino que grita en una marea que salta las olas y se moja más allá de los roles fijos, las edades y los mandatos sociales. Y en la que todxs surfean más allá del horizonte que tenían impuesto» (Peker Luciana, 2019).
Sylvia Syvel Batista, magister en Historia, cocreadora del podcast de educación en género y feminismo Evas y Brujas.
Wanda San Miguel, abogada, magister en derecho, profesora universitaria en Buenos Aires, cocreadora del podcast de educación en género y feminismo Evas y Brujas.