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El racismo en el deporte no son casos aislados, sino parte de una cultura de violencias

Imagen tomada de la página de Facebook de la voleibolista Shirley Ferrer 

La voleibolista de la Atenienses de Manatí, Shirley Ferrer, fue objeto de ataques racistas durante un partido de serie semifinal en el que su equipo visitó a las Pinkin de Corozal el pasado mes. Fanáticos del sexteto local insultaron a la jugadora, en reiteradas ocasiones, incluso una vez el juego había culminado, denunció la atleta en un video publicado en su cuenta de Instagram. 

Como resultado del suceso, personalidades del mundo deportivo, incluyendo colegas jugadoras y comunicadoras se solidarizaron con Ferrer, al tiempo que repudiaron este tipo de acciones que, en ocasiones, forman parte de las expresiones del público que asiste a los coliseos donde se escenifican los juegos.

La Federación Puertorriqueña de Voleibol (FPV) igualmente criticó lo ocurrido en Corozal y se comprometió a tomar acción contra aquellos fanáticos que incurran en este tipo de ataques hacia las jugadoras o el personal que labora en estos eventos. Sin embargo, en expresiones que fueron divulgadas por la prensa, el presidente de la FPV, César Trabanco catalogó el incidente “como un caso aislado”. De esta forma, el principal líder del voleibol puertorriqueño dio a entender que el racismo en el deporte y en Puerto Rico no es un problema, y que los ataques hacia Ferrer fueron solo un suceso extraordinario. ¡Nada más lejos de la realidad!

Desafortunadamente, los insultos racistas hacia atletas en Puerto Rico forman de la cultura de muchos torneos y canchas. Por ejemplo, en el Baloncesto Superior Nacional (BSN) ha habido varios casos en los cuales fanáticos gritan “mono” a jugadores negros, tal y como le sucedió al baloncelista nigeriano Jeleel Akindele durante la serie final del 2016. Un ataque similar fue dirigido, un año después, hacia el jugador Walter Hodge. Es también común escuchar el insulto de “negro cabrón” dentro de coliseos y estadios de Puerto Rico. Asimismo, la vallista y medallista olímpica puertorriqueña, Jasmine Camacho-Quinn, ha denunciado que ha sido objeto de ataques racistas por parte de cibernautas puertorriqueños.

Los ataques racistas hacia atletas no son casos aislados. Es violencia que se perpetúa y justifica en aras de “preservar la cultura deportiva puertorriqueña”. Tras las denuncias hechas por Ferrer en sus redes sociales cibernéticas y, en entrevistas televisivas, no fueron pocas las personas que reaccionaron con que ese tipo de ataques forman parte del “calor del juego” y que las jugadoras deben tener la capacidad de “aguantar presión”. Incluso, un fanático del equipo de las Pinkin me dijo personalmente que lo que Ferrer había hecho en los medios de comunicación era un “show”. De esta manera, el asunto no solo se minimizó como un caso aislado, sino como algo aceptable, solo por el hecho de que este tipo de expresiones hacia las jugadoras llevan años ocurriendo y nadie se había quejado públicamente como lo hizo Ferrer.

El hecho de que estos ataques sean tradición o parte de la cultura de las canchas, no significa que sean correctos. Siempre es un error apelar a la libertad de expresión para justificar la violencia y aquellas expresiones que representan una afrenta en contra de la dignidad humana. 

Como escenario de relaciones interpersonales, conflictos y cooperación, el deporte debe verse como una metáfora de las sociedades en donde se practica. En Puerto Rico, el racismo es un problema, a pesar de que algunas personas traten de negarlo. El deporte es una de muchas instituciones de poder en las cuales podemos reconocer el problema sistémico del racismo en Puerto Rico.

Es responsabilidad de quienes dirigen federaciones y franquicias deportivas de mirar el problema del racismo como uno prioritario durante su período de gestión o liderato. Organizaciones como la FPV, el BSN y el Comité Olímpico de Puerto Rico (Copur), entre otras, deben integrar talleres de educación antirracista como parte de la formación de sus líderes, árbitros, apoderados, atletas y comunicadores del deporte. Como parte de estas estrategias, las federaciones y ligas pueden establecer alianzas o acuerdos de colaboración con organizaciones que hacen trabajo antirracista o con sectores académicos, tales como la facultad que pertenece al Programa de Afrodescendencia en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Asimismo, las organizaciones deportivas puertorriqueñas deben aprovechar sus cuentas oficiales en las redes sociales cibernéticas para comunicar sus posturas en torno a la violencia racial en las canchas. De igual forma, las federaciones y ligas deben desarrollar campañas educativas para dejarle saber al público que su política es una de cero tolerancia hacia los insultos racistas que se suscitan durante los juegos o competencias.

Ligas profesionales alrededor del mundo llevan años promoviendo campañas en contra del racismo en el deporte. Estas organizaciones internacionales trascendieron el discurso de que los ataques racistas son casos aislados. Por el contrario, lo ven como un tema prioritario en sus esfuerzos por proyectar el deporte como una institución cultural capaz de promover los valores de equidad y respeto. ¿Qué espera Puerto Rico para unirse a estos esfuerzos? El balón está en la cancha de las ligas, las federaciones y el Copur.  

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