(Foto por Charles Deluvio en Unsplash)
Hace unos días, y a raíz de la cuarentena, escribía un post en Facebook sobre el privilegio de tener tiempo. Me sentía agotada, entre aprender del día a la noche a dar clases en línea, mi trabajo asalariado, el trabajo doméstico, la crianza, el homeschooling y el trabajo legal-educativo, sentía que me iba a morir. Era como si todo el mundo esperara que produjera desde mi casa como si únicamente estuviera sentada en el sofá esperando que me llamaran para atender inmediatamente sus consultas. El sentimiento de culpabilidad me invadía. Claro está, ¡cómo no, si las mujeres hemos sido educadas para estar disponibles para los demás siempre!
Entonces, Cristina, a quien admiro y respeto, me hizo una invitación que esperaba con ansias: “Escribe para Todas”, me dijo y yo, emocionada, le dije “¡Para el jueves te tengo la columna!”. Adivinen qué pasó. Obvio, no tuve tiempo para cumplir. No pude más que enojarme con Simone De Beauvoir cuando le decía a Sartre que en su caso ser mujer nunca había sido un obstáculo. “¡Qué no qué! ¡Estoy exhausta!” pensé, pero entonces, inmediatamente, recordé la obligación de trascender, de abrazarme a mis proyectos, de seguir creando, y aquí estoy, escribiendo exhausta, pero escribiendo.
Estoy segura, que casi todas las mujeres que leen esta columna saben de lo que estoy hablando. Si están trabajando de manera remota, sus jefes, en especial los hombres, esperan que produzcan al mismo ritmo que producían cuando no había cuarentena (y los niños y niñas estaban en la escuela, no había que cocinar tres veces al día, fregar otras tres, dar homeschooling, entre mil otras cosas).
Quienes no tienen esas cargas en los hombros, casi siempre hombres, tienen el privilegio de tener tiempo. Esto es así porque, aunque las mujeres nos hemos incorporado al mundo laboral, los hombres no se han integrado al doméstico en igual proporción.
Las tareas domésticas, como también la crianza, el cuidado de personas enfermas y ancianas sigue recayendo en los hombros de las mujeres. En este sentido, la cuarentena nos toca de manera mucho más severa y el cansancio usual se multiplica exponencialmente.
Lo anterior, sumando a la presión de las redes sociales, los cánones de belleza, la figura de la buena madre y de la buena ciudadana, puede que nos cueste nuestra salud mental y emocional, y hasta nuestra independencia. Es urgente desmontar todos esos estereotipos de género que atraviesan nuestras mentes y nuestros cuerpos.
Lo primero que les propongo, y realmente no es nuevo, muchas feministas lo han hecho antes que yo, es tener muy presente que la productividad es un concepto patriarcal y capitalista que pretende medir nuestras capacidades y moralidad desde una lógica mercantilista que no toma en cuenta a las mujeres y sus necesidades. Y eso es así porque el sujeto paradigmático del heteropatriarcado capitalista es el hombre.
Ya lo adelantaba Beauvoir, las mujeres somos lo Otro, un entremedio entre la naturaleza y la cultura, y por tanto la esfera productiva únicamente considera las necesidades de los hombres a la hora de establecer métricas. ¡Y miren que a los capitalistas les gusta medir!
¿Nunca se han preguntado quién se ocupa de la casa y les niñes del abogado – digo abogado porque yo soy abogada pero podría ser cualquier otra ocupación – que puede facturar hasta las 10:00p.m. en la oficina y seguramente se convertirá en socio mucho antes que una mujer? ¿O en quién está ofreciendo el homeschooling o cocinando y fregando tres veces al día mientras tu compañero de trabajo o jefe está agendando la quinta reunión del día? Entonces, ¿qué pasa con el tiempo y productividad? ¡Voilà! ¡Es un privilegio! Un privilegio casi exclusivamente masculino.
Eso las mujeres lo sabemos muy bien y los hombres tienen una tarea urgente, reflexionar sobre sus privilegios, especialmente el privilegio de tener tiempo.
Únicamente podremos construir un lugar más justo para todes si reflexionamos concienzuda y críticamente sobre nuestros privilegios.
Reflexionar sobre ello puede ser doloroso porque significa encontrarnos con todo aquello que dábamos por dado, pero que es una normalidad ficticia que se construye a base de la opresión de Otro. Ese ejercicio de reflexión no es para autoflagelarnos, es más bien para poder construir espacios que tomen en cuenta las necesidades y particularidades de todes y no se parta de nuestros privilegios como si estos fueran el parámetro de lo normal.
En este sentido, esta columna es una invitación a aquellos y a aquellas que tienen tiempo a reflexionar sobre este privilegio. Esta cuarentena nos ha enfrentado con todas nuestras precariedades, pero también con las alarmantes desigualdades con las que convivimos, no solo de género, sino también de clase, raza, orientación sexual, identidad de género. Si tienes, tiempo, tienes un privilegio, sé considerado o considerada con quiénes te rodean y comencemos entre todes a construir un espacio donde, como diría Judith Butler, la vida sea vivible.