A mediados de la década de 1990, Hormigueros contaba con cinco escuelas elementales. Mi mamá quiso matricularme en la que estaba en Jagüitas, uno de los barrios rurales, porque no le gustaba el bullicio del pueblo. La escuela se llamaba Miguel A. Rivera. Yo era una niña feliz que iba a una escuela con pocos estudiantes donde la comunidad participaba en los eventos aunque no fueran parte del tejido escolar. Dos mujeres vendían “limbers” desde sus casas, Tita y Aida. Hacíamos la transacción a través de la verja: 2 x $.50. Ganga. Mis favoritos eran los de “cherry” de Tita. Eran kool-aid puro que me dejaban en evidencia cuando llegaba a casa con la camisa llena de manchas rojas. Yo era asmática y esos colorantes no me venían bien, decía el doctor. Nunca le hice mucho caso.