(Foto de Isabela Kronember en Unsplash)
Hace ocho años, salí con un hombre por un tiempo. Nos conocimos por un amigo en común en una de las tantas barras que hay en Nueva York. Conectamos y nos llevamos bien. Se veía un tipo agradable. Era terapista físico y siempre que estábamos caminando por las calles neoyorquinas y él veía viejitos caminando con bastón o andadores se detenía a hablarles y a mostrarles cómo usarlos mejor para que se sintieran mejor.
Un hombre encantador y atento.
Sin embargo, a veces, me sentía rara con él. Por alguna razón, no me sentía cómoda.