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Caitlin Clark: el fenómeno mediático y las heridas raciales en el deporte estadounidense

Desde su torneo inaugural en el 1997, la Asociación Nacional de Baloncesto de Mujeres de los Estados Unidos (WNBA, por sus siglas en inglés) nunca se había caracterizado por ser una liga que generara gran atención mediática, ni llenara coliseos de manera consistente.

Esta situación ha cambiado dramáticamente desde que comenzó el actual torneo del 2024. Por primera vez, varios equipos de la WNBA han tenido la necesidad de mover sus partidos a coliseos más grandes, ante la demanda de un público que finalmente está apoyando masivamente a la principal liga de baloncesto de mujeres en los Estados Unidos. Asimismo, las transmisiones televisivas de los juegos han roto números de audiencia, en comparación con los años anteriores de existencia de este circuito profesional deportivo.

A nivel de opinión pública, existe un consenso bastante amplio en el que se indica que existe una correlación entre el ascenso de la baloncelista estadounidense Caitlin Clark y los aumentos en el apoyo popular y auspicios corporativos hacia la WNBA. Clark es una jugadora de la posición de base que actualmente participa de su temporada debutante profesional con el equipo de Indiana Fever. Fue, además, la primera selección en el sorteo de novatas 2024 de la WNBA.

Su popularidad se cimentó en sus años universitarios mientras militaba en el equipo de las Hawkeyes de Iowa. Durante su participación en el torneo de División I del circuito deportivo universitario estadounidense, Clark rompió varias marcas, incluyendo la distinción de ser la atleta de baloncesto (hombre o mujer) con la mayor cantidad de puntos anotados, con un total de 3,951.

La popularidad que se desarrolló alrededor de la figura de Clark aportó a que en el 2024, por primera vez, el juego de campeonato universitario de mujeres obtuviera mayores números de audiencia que el de los hombres. Un promedio de 18.7 millones de televidentes sintonizaron este partido final femenino en las cadenas de ESPN y ABC.

Igualmente significativo fue el hecho de que varias pautas comerciales transmitidas durante los juegos universitarios de mujeres resaltaron la figura de Clark. Nunca antes una atleta universitaria en el deporte de baloncesto había recibido tanta atención mediática. De hecho, tal popularidad era algo inimaginable años atrás, especialmente si se repasan los estigmas y discrímenes históricos hacia las mujeres baloncelistas.

Hoy día, no son pocas las personas que identifican a Caitlin Clark como un fenómeno que ya ha trascendido el ámbito deportivo. La manera en que se ha promovido su persona la convierten en un ícono cultural y en una celebridad en los Estados Unidos.

La presión mediática 

Sin embargo, esa popularidad y aura de celebridad alrededor de Clark no ha estado exenta de controversias. Por los pasados meses, se ha desarrollado un mercadeo corporativo en el cual se presenta a esta atleta como una figura mesiánica que ha venido a supuestamente «salvar» al baloncesto femenino, tras décadas de desinterés y apoyo escaso.

Incluso, se le presenta como la próxima gran figura deportiva, al menos en los Estados Unidos. Un ejemplo de esta narrativa se expone en una pauta comercial de la marca de bebidas deportivas energizantes Gatorade. En el anuncio, Clark sale lanzando canastos triples dentro de una instalación de entrenamiento en donde ella es la única persona.

Por cada canasto que ella encesta, se menciona uno de los logros deportivos que obtuvo antes de debutar en la WNBA. Al final, el texto que acompaña la pauta comercial establece que todos esos logros son solo un “calentamiento” o un preámbulo para la gran carrera de baloncesto profesional que se le augura.

Sin duda, todas estas campañas alrededor de la figura de Clark le han colocado una presión inmensa a la joven atleta. Se ha creado la expectativa de que como novata se convertirá automáticamente en una superestrella o en la mejor jugadora de la WNBA. Nada más lejos de la realidad.

La transición de atleta universitaria a jugadora profesional no siempre conlleva un camino sencillo. La WNBA es la mejor liga de baloncesto femenino del planeta. Es un torneo que solamente tiene 12 equipos, lo cual implica que decenas de excelentes jugadoras se quedarán fuera debido a la escasez de espacios disponibles en los rosters de los equipos. La WNBA es también una liga sumamente física.

Es probable que en pocos años Caitlin Clark se convierta en una de las mejores jugadoras de la liga, pero todavía tiene que probarse para estar al nivel de leyendas como Diana Taurasi, Cynthia Cooper, Maya Moore, Lisa Leslie, Sheryl Swoopes, Sue Bird, Candace Parker, entre otras. Pensar que Clark automáticamente podría convertirse en una de las mejores jugadoras de la liga genera una presión innecesaria hacia ella.

Si jugadores hombres leyendas como Michael Jordan, Kobe Bryant y Lebron James no recibieron tales presiones en sus años de novato en el baloncesto profesional, ¿por qué hacerlo con Clark?

Luchas feministas y antirracistas en la WNBA

Llama la atención que el interés mediático y corporativo hacia Clark es uno sin precedentes para el baloncesto femenino estadounidense, e incluso, a nivel mundial. Las baloncelistas han sido históricamente señaladas y juzgadas por quienes, desde discursos machistas y violentos, se expresan con la idea de que el baloncesto no es un deporte lo suficientemente “femenino”.

A estas atletas siempre se les ha visto como meras actrices de reparto dentro de un “deporte de hombres”. No han faltado las bromas y memes virtuales que se burlan hasta de la mera existencia de una organización como la WNBA.

Al elemento de discrimen por razón de género en el baloncesto, se le añade el aspecto racial y la posición precaria de las atletas negras en los Estados Unidos. Más del 70% de las jugadoras de la WNBA son negras, según las propias cifras oficiales de la liga. Por años, las jugadoras han protagonizado protestas antirracistas y en contra de la violencia policial hacia personas negras en los Estados Unidos.

Uno de muchos ejemplos de estos ejercicios en los cuales se intersecan el deporte y el activismo ocurrió en el 2020, cuando en medio de la emergencia por la pandemia del COVID-19, las 144 jugadoras que participaron del torneo de “burbuja” de la WNBA, protestaron y hasta cancelaron partidos en denuncia por los asesinatos de George Floyd y Breonna Taylor.

La actual WNBA es también el resultado de la intersección de luchas feministas y antirracistas. No podemos entender la historia de esta liga sin dar crédito a todas las jugadoras que, aún conociendo de las posibles represalias hacia ellas, decidieron dar un paso hacia adelante en defensa de sus luchas en favor de la equidad racial y de género en el deporte.

Si bien el aumento de interés por la WNBA a raíz del fenómeno Caitlin Clark trae beneficios en términos de apoyo, recursos y potenciales mejoras a las condiciones laborales de las jugadoras, es importante señalar que cualquier ganancia que beneficie a las baloncelistas es también la victoria de quienes por décadas lucharon cuando nadie les hacía caso.

El crédito no debe ir exclusivamente a una mujer blanca que ha sido presentada como la mesías del baloncesto por las marcas corporativas y las cadenas que transmiten programación deportiva. A ella se le desea el mayor de los éxitos en una carrera profesional que luce promisoria.

No obstante, la celebración por el aumento en el apoyo hacia la WNBA debe ser extensiva a todas, y no solo a las jugadoras jóvenes que están actualmente empezando a disfrutar de algunos beneficios. La celebración y vítores son también para las que estuvieron en el pasado y soñaron con recibir el cariño y exposición que hoy día tienen jugadoras como Caitlin Clark. Gracias a ellas y sus luchas, el baloncesto femenino continuará creciendo y reclamando espacios. 

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