No había nada mejor como el arroz mamposteao de abuela María, en los domingos de visita. Utilizaba un enorme caldero viejo, sazón y un pañuelo color azul, que cubría sus hermosos pelos blancos. Abuela cocinaba todos los días; nunca se agotaba. Sonreía cuando sus pies temblaban, por lo exhausta que estaba y tomaba pausas en la nevera, cuando tomaba agua. Ella me enseñó cómo preparar arroz mamposteao y cómo adobar la carne que lo acompañaba; siempre había ajo. Me parecía curioso a mi corta edad-9 o 10 años-, las veces que mi abuelo Andrés entraba a la cocina, claro pa’ que se le sirviera un vaso con leche fría o una de sus cervezas gringas que abuela siempre le tenía listas.